Leía en El País del 1 de
Octubre, un artículo que firmaba Isabel Ferrer, en el que, entre otras cosas,
afirmaba que “Holanda quiere enterrar la Leyenda Negra española 450 años
después”
Afirma la autora que “los
Países Bajos y España se unen para revisar el tópico forjado tras el final de la Guerra de Flandes, “la
guerra de los 80 años”, a través de una gran muestra en el Rijsmuseum de Ámsterdam.
España, con Felipe II,
católico, no era un tirano invasor, sino que era el heredero de las 17
provincias, heredadas de su padre, Carlos I o Carlos V, nacido en Gante, y no
fue una guerra de liberación contra España en la que Guillermo de Orange sería
el heroico padre de la Patria ,
protestante, que luchó contra el ocupante católico.
Es la famosa Leyenda Negra,
la propaganda de época del lado Holandés, cuando el 90% de los holandeses eran
católicos, mientras el calvinismo fue minoritario durante siglos, pero como
hacía falta un mito que justificara la protesta, España fue pintada como la
opresora de las libertades políticas y religiosas.
Los alumnos holandeses siguen
repitiendo el mito pero, si desaparece el mito, contando la realidad, nada
queda.
Así, pues, “A los españoles
se les endosa una leyenda negra, mientras los holandeses tienen su leyenda
blanca, duque de Alba incluido”.
Fernando Álvarez de Toledo y
Pimentel, duque de Alba, estuvo seis años en los Países Bajos (1567-1573) para
reprimir la revuelta contra el rey Felipe II.
En el imaginario popular, el
duque es el responsable de la estrategia del miedo: arrasar una ciudad para
rendir a las demás.
Y aún hoy se le sigue
presentando como un personaje malvado.
Dado que Holanda y Flandes
tenían buenas imprentas, se conservan las imágenes de los asedios y ejecuciones
de aquella época que forjaron su figura sanguinaria.
“Duérmete que, si no, viene
el duque de Alba” se les decía a los niños como aquí le decíamos con el “coco”.
“Fue muy doloroso, pero
pensar que pueda seguir siendo motivo de confrontación es algo totalmente
anacrónico”.
Y es que los pueblos nórdicos
siempre han sido muy proclives a autoglorificarse y glorificar lo suyo,
considerando su concepción del mundo como la más elevada y perfecta de la
historia universal deformando, al mismo tiempo, los valores intelectuales y
culturales de otras civilizaciones, entre ellas la de España.
La autopropaganda de lo
propio y la desinformación o manipulación de lo ajeno no son inventos de
Goebbels o de la CIA
(que también) sino que ha estado presente a lo largo de la historia y, así,
España ha sido el blanco de la hostilidad casi general.
España es vista por nuestros
enemigos exclusivamente como el país de la Inquisición y de los
Autos de Fe, de conquistadores brutales y de católicos fanáticos, de reyes
despóticos, como Felipe II y de gobernantes sanguinarios como el Duque de Alba.
Y, aunque algo de eso hayamos
sido, ¿sólo hemos sido eso a lo largo de la historia?
¿Quién no ha oído que “África
empieza en los Pirineos” –como en su día afirmara Teófilo Gautier?
El inglés Carlyle, en cambio,
definía a la España
del siglo XVI como “La nación indiscutiblemente más noble de Europa”
Pero voces como las de
Carlyle dejarán de oírse perdidas entre el griterío ensordecedor de nuestros
detractores.
Y esa Leyenda Negra elaborada
y divulgada por ellos sobre nuestra historia real calará, incluso en nuestra
propia cultura.
Nos la creeremos.
Y como España era un pueblo
de frailes y de soldados, nada bueno, el silencio era total y el asentimiento
absoluto.
Y como al silencio sigue el
desinterés, y a éste el desprecio nos autoconvencemos de que lo bueno viene de
fuera y nuestro destino, como españoles es aceptar el “Sancta Sanctorum” de las
ideas maravillosas de los privilegiados cerebros nórdicos.
Así que “copiemos y repitamos
lo que ellos nos digan”
Nos han adjudicado el papel,
no sólo de “malos”, sino también de “ignorantes”
Junto al “maniqueísmo moral”
existe, también, el “maniqueísmo intelectual” y los españoles somos las
víctimas.
Cuando España dejó de ser una
potencia de primer orden también dejó de serlo, según ellos, nuestra producción
intelectual.
Y lo triste es que muchos de
nuestros intelectuales lo consideran un hecho no sólo normal, sino incluso
deseable.
Ignoramos, criticamos y
menospreciamos nuestra Historia Intelectual y Creativa.
¿Quiénes y cuántos citan,
hoy, a nuestros clásicos sino una minoría restringida de especialistas y
eruditos?
Que España tiene, en su
pasado, algo deleznable, es verdad, como todas las naciones, pero también
tenemos cosas excelsas y de mucho valor (recordemos nuestro siglo de Oro)
Pero no. Adoramos, a priori,
todo lo que nos venga de fuera, lo copiamos, lo repetimos,…
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