Con todo esto podemos
expresar que la hipocresía consiste en preconizar ciertos valores y
aplicar otros en la vida cotidiana.
Por ejemplo: un padre que
intenta concienciar a sus hijos sobre los peligros del consumo excesivo de
alcohol y luego llega ebrio a su casa, es un hipócrita.
Otra muestra de hipocresía se
encuentra en la personalidad pública que, frente a cámara, habla sobre la
importancia de la solidaridad y la ayuda social pero, en su vida privada, jamás
ayuda a nadie pese a tener los medios económicos necesarios para hacerlo.
Esto supone un juicio negativo
sobre el otro y una justificación sobre las propias acciones.
Hay quienes sostienen que la
hipocresía es necesaria para el normal funcionamiento de la sociedad.
De este modo los individuos
deberían fingir sentimientos contrarios a los que realmente experimentan para
evitar conflictos.
Una forma, falsa y
superficial, de entender las relaciones sociales, pese a ser la forma más
aceptada.
Se cree que, si los sujetos
dijeran la verdad sin ningún tipo de tapujos, podrían provocarse situaciones de
incomodidad que no se desean.
Esta conducta no es propia de
un mundo ideal, sino del mundo real, ya que en una sociedad donde los
individuos deben experimentar “seguridad” y “libertad” tendrán el
espacio adecuado para expresar sus ideas y emociones sin ningún tipo de temor.
Después de todo, que alguien
exprese que no le gusta algo de otra persona no tiene por qué ser negativo, en
todo caso es su forma de percibirlo, tan válida como la de cualquier otro pero
sin ningún tipo de autoridad como para hacerle daño al individuo en cuestión.
Suele llamarse a este modo de
comportarse como de “buenas costumbres” o, antiguamente, “urbanidad” o
“educación”.
El “mentiroso”, pues, es un
“hipócrita” por “decir” como verdadero lo que “sabe” que es falso o, por el
contrario, “decir” como falso lo que “sabe” que es verdadero.
Ese “desajuste” entre “lo
pensado” y “lo dicho” es una “hipocresía” que tiene connotaciones morales y,
generalmente sociales, negativas.
Sabemos, sin embargo, que no
debemos, ni tenemos obligación alguna, de mostrar nuestros sentimientos ante
cualquiera, sin autoridad para ello, que nos los requiera.
La “hipocresía en el decir”
nada tiene que ver con la realmente considerada como tal, la “hipocresía en el
sentir, en el obrar, en el SER”
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