martes, 17 de marzo de 2020

LA LEYENDA NEGRA ( y 2 )



Todos sabemos que el Imperio Romano quedó dividido en dos: el Imperio Romano de Oriente, con capital en Constantinopla, e Imperio Romano de Occidente, con capital en Roma.

Y todos sabemos, también, que con el tiempo, el Imperio Romano de Occidente quedó dividido en dos: el del Norte, con los países protestantes y el del Sur, con los países católicos.

Y todos sabemos, tras la obra de Max Weber, el nexo intrínseco que existió, desde el primer momento, entre la Ética Protestante y el Capitalismo, así como las luchas y enfrentamientos a que esta doble ideología ha conducido, empezando por las guerras de religión desencadenadas por las doctrinas de Lutero, Calvino y demás teólogos protestantes.

La supuesta espiritualidad que generosamente se les asigna no impidió a Calvino instaurar en Ginebra un régimen de terror del que sería víctima nuestro Miguel Servet.
Como tampoco impidió que Lutero exhortase, en los términos más contundentes, a los Príncipes Alemanes a que “estrangulasen” sin piedad a las masas campesinas que, en 1.521, se alzaron contra el feudalismo reinante.

¿Y qué decir de las Guerras de Religión que estallaron en Inglaterra entre protestantes y católicos y de los estragos causados por la dictadura de Cromwel?

El Protestantismo acabaría convirtiéndose en una ideología al servicio de la voluntad de poder, del individualismo exclusivista y del reino de la avaricia.
La reforma luterana fue “el triunfo de la cerrazón mental y de la estupidez”, en palabras de Tolstoy.

En cuanto al Santo Oficio, llamado a la vida por la Iglesia Católica, se olvida con frecuencia que fue un producto europeo, y no exclusivamente español, porque fue el Papa Gregorio XI quien, a requerimiento de Federico II, fundó en 1.223 la Inquisición Pontificia.

En otro lugar he expuesto los cuatro tipos de Inquisición que se establecieron en Europa:

1.- La Inquisición Medieval, en 1.184, para cortar y acabar la herejía cátara, también denominada Inquisición Episcopal pero que, ante su fracaso, se convertiría en la Inquisición Pontificia, dirigida directamente por el Papa y por los Dominicos.

2.-  La Inquisición Española, en 1.478, que dependía directamente de la Corona Española, para combatir las prácticas judaizantes de los neoconversos españoles.

3.- La Inquisición Romana, también llamada Congregación del Santo Oficio, creada en 1.542, ante la amenaza del Protestantismo, dirigida por Cardenales y Prelados, y que sería la que quemara a Giordano Bruno y condenase a Galileo.

4.- La Inquisición Portuguesa, ya que en Portugal se habían refugiado numerosos judíos españoles tras la expulsión de 1.492, en la que el rey Manuel I, presionado por sus suegros, los Reyes Católicos, decretó la expulsión de los judíos que no se convirtieran al Cristianismo.

Los crímenes de las diversas Inquisiciones fueron numerosos pero más elevado fue el número de las víctimas de la brujería surgida, no sólo, pero especialmente en los países protestantes, sobre todo en Alemania e Inglaterra.

Pero suele olvidársenos que es un producto de los países protestantes el culto moderno a la nación y cuyo origen está en la lucha de las monarquías europeas contra el Papado por su pretensión de ser amo y señor no sólo del poder espiritual, sino también del poder temporal.
Estos Príncipes, en sus territorios erigieron unos sistemas de poder no menos inflexibles y autoritarios que el que imperaba en Roma.

Fue este concepto de “soberanía nacional” lo que se transformó en una máquina de guerra contra los países vecinos y, más tarde, contra los países de Ultramar.

Si el “cesaropapismo” fue una degeneración de la doctrina de Jesús, no lo fue menos esa “libido dominandi”, esa “voluntad de poder” de los pueblos nórdicos.

Y si, a escala colectiva, el Protestantismo fomentó en alto grado el “nacionalismo”, a nivel personal condujo al advenimiento del “individualismo” y la “guerra de todos contra todos”, tan bien descrita por Hobbes en su Leviatán: “biblia de la burguesía capitalista y de la sociedad egoísta e insolidaria engendrada por ella y bautizada con el nombre de “Liberalismo”, sobre todo, y en primer lugar, en Inglaterra, una bella palabra que refleja la ideología protestante y que, muchas veces, no ha sido sino una hoja de parra para sublimar toda clase de arbitrariedades, contradicciones, guerras y bajas ambiciones, desde siempre y hasta hoy mismo.

Fue John Locke la figura emblemática de la filosofía liberal y que asume el pesimismo antropológico de Hobbes, defendiendo la propiedad privada con igual o mayor fuerza que éste, con lo que es un anticipo de la moral del “tanto tienes, tanto vales”

El concepto de “libertad”, en sus manos, es un cheque en blanco en manos de la burguesía,  para desvalijar a otros países o asaltar a los galeones españoles que regresaban del nuevo mundo con la plata y el oro que habían expropiado a los indios.

“Libertad” que se convertirá en “libertad de comercio y de los mares”, el “laissez faire, laissez passer”, que conduce, como sabemos al derecho a todo, incluso a acabar, en nombre de la libertad, con las riquezas de cualquier país.

Pero los países protestantes no sólo han engendrado este Liberalismo-Capitalismo-Imperialismo, sino también el racismo moderno.
Y decimos moderno porque antes siempre ha existido en los pueblos vencedores, incluso en la Edad Media contra las minorías hebreas.
Y, aunque, a nivel teórico, la ideología racista es obra del francés Gobineau, será en Alemania donde adquiere dimensiones terribles (junto con Rusia) pero es anterior a Hitler porque ya Lutero muestra un odio cerval a todo lo que suene a latino o a semítico.
Y sin olvidar al filósofo Fichte, en su etapa tardía, en sus alucinantes “Discursos a la nación alemana” o a Hegel con su tesis de que los germanos encarnan el cénit del “Weltgeist” o “Espíritu Universal”

Y es verdad (y así hay que reconocerlo) que los españoles, a través de los conquistadores y encomenderos, cometimos crímenes horribles en el Nuevo Mundo, pero no podemos ni debemos olvidar los que hicieron los ingleses, franceses y holandeses cuando pusieron sus pies en los países coloniales, que no fueron más humanos que nuestros antepasados.

¿Qué decir de la política de exterminio y radical apartheid de los ingleses en Norteamérica?
¿Y los holandeses en Sudáfrica y en sus dominios asiáticos?
Y no podemos, ni debemos olvidar a Francia y su Revolución de 1.789 que, en nombre de la Libertad, Igualdad y Fraternidad lo primero que hicieron funcionar fue la guillotina...
¿No terminó el Asalto a la Bastilla convirtiéndose en una máquina de terror?
¿Y no fue la culta Francia, la del progreso indefinido y la de las Luces donde surge el materialismo grosero de LaMettrie y del Barón d´Holbach?
Y más recientemente, el más de medio millón de exiliados republicanos españoles, no fueron acogidos muy humanamente por Francia, aunque se haya creído lo contrario durante tiempo.
Y ni podemos ni debemos olvidar el genocidio del sádico Leopoldo II, rey de Bélgica, en el antiguo Congo Belga.

No fue, precisamente, España la de la fetichización del materialismo, de la voluntad de poder, del utilitarismo como valor absoluto, de la “ideología del cálculo”, de la degradación de la persona a “homo oeconomicus” y a “homo consumens”, del individualismo posesivo.

Todos estos contra-valores, que han existido, en mayor o menor medida, siempre, modernamente se han apoyado en la superioridad técnica, económica y militar y sus nuevos profetas, sobre todo angloamericanos, los han convertido en ideología dominante.

Holanda, Inglaterra, Francia, más tarde Alemania y, actualmente, Estados Unidos, dominadores de la Economía, de la Técnica y del Armamento, también dominan el pensamiento y la cultura, que van imponiéndose hasta convertirse en fenómeno planetario.

Y nosotros, los españoles, desde que dejamos de ser una potencia política, aquí estamos, copiando, imitando y dejándonos influir por los nuevos dominadores.

Así que, “Leyenda Negra” sí, algo, bastante, pero la nación que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.

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