Nadando en esa duda lo que el
filósofo intenta (lo consiga o no) es crear un marco en el que ir pudiendo
ubicar todas las dudas con las que va encontrándose.
Vivimos en un momento en que
hay tanta “información” al alcance que, al no poder digerirla toda, porque no
hay tiempo para ello y hay que poner filtros que. al ponerlos y por ponerlos,
ya acota información, alejando posibles islas de verdad.
Esa a diario creciente “información”,
de la que no sabemos si es verdadera o falsa, si es relevante o irrelevante, si
tiene fundamento o no lo tiene, …perturba la mente y frena la posibilidad de
que haya “conocimiento” y, como consecuencia, haciendo imposible la
“sabiduría”.
Si, en otro tiempo, la norma
era la falta de información y de fuentes informativas, más o menos fiables, hoy
es tanta la información que nos exponemos a morir asfixiados por ella si no
somos capaces de aplicar un “criterio correcto”, el “tamiz adecuado”, la
“criba”, el “cedazo que sea capaz de separar y dejar pasar por sus agujeros
sólo la dudosa o falaz paja, recogiendo
sólo el “grano verdadero”.
Pero ¿quién es el “guapo” que
se atreve a afirmar que él sí lo practica objetiva y verazmente?
Aristóteles afirmaba que la
causa del filosofar era la “curiosidad”, el ansia de saber.
Pero ese querer saber, e
intentar saberlo, es cuando en nuestro camino de la vida se nos cruza (o nos
cruzamos con) un fracaso personal, como puede ser la muerte de una persona
querida o la frustración por no haber conseguido ese objetivo al que le habíamos
dedicado tanto tiempo y al que nos habíamos entregado en cuerpo y alma.
Al que, de repente,
acostumbrado a que todo le haya ido y le vaya bien en la vida, se le tuerza y
en vez de ir todo sobre ruedas, se le rompa una rueda y el carro se pare, se
desvíe o se deslice, está en las mejores condiciones para filosofar, para
preguntase “por qué” ha pasado lo que ha pasado y lo que lo incita a buscar
respuestas a ese “porqué”.
SÓCRATES lo practicaba a
diario, en la calle, con quienes, sin rehuirle, se paraban a hablar con él, a
base de “preguntas y respuestas” hasta llevar al interlocutor a una
contradicción, cayendo éste en la cuenta de que “no sabía lo que él creía que
sabía”.
Sólo siendo conscientes de
ser ignorantes pueden los interlocutores querer e intentar salir de esa
ignorancia.
Yo les preguntaba todos los
años a mis alumnos cuál era la condición imprescindible para encender una vela.
Unos me respondían que
hubiera una vela, otros que hubiera una cerilla, otros que estuviera en la
oscuridad,…
Tras las varias y variadas respuestas
les preguntaba si no sería que esa persona “fuera consciente, viera, que la
vela estaba apagada”
Sólo así, viéndola y siendo
consciente de que estaba apagada, querría
o intentaría encenderla, si la viera apagada y fuera consciente de ello.
Era la técnica socrática de
filosofar y de que su interlocutor filosofara: “sólo haciéndole ver al otro que
la vela estaba apagada, que no lo sabía, que era ignorante. Sólo entonces estaría
en condiciones de querer e intentar saberlo”.
Cuando uno cree que sabe algo
no va a ser tan tonto como para querer saber lo que ya sabe.
Claro que, luego, Sócrates no
lo abandona ahí abajo, frustrado, con la picha hecha un lío, sino que, a
continuación, ponía en práctica la segunda parte de su método.
Si la primera parte era la
“dialéctica”, una pelea o lucha de palabras o enunciados para ver quien vencía,
y cuando el interlocutor caía en la contradicción de decir ahora lo contrario
de lo que antes había dicho (y nunca pueden ser verdadero A y –A, al mismo
tiempo y bajo el mismo respecto) ponía en práctica la segunda parte, la
“mayéutica” (el arte de dar a luz, “heredado del oficio de su madre”, partera o
comadrona, la que ayuda a parir a la parturienta).
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