Yo estoy entre los segundos.
En otros lugares he razonado
el “derecho a la pereza” y he afirmado que “el que trabaja es porque no puede
dejar de trabajar” ya que su trabajo no es placentero (excluyo a la mayoría de
los maestros de infantil y primaria así como a los de Instituto, en los que el
trabajo, además de estar remunerado es vocacional, y entre los que me he
incluido)
Sé que hay personas que
tienen no “horror vacui” (“vacío”) sino “horror domus” (“casa”) y son capaces
de alargar su jornada de trabajo, aún sin cobrar, para no tener que llegar ton
pronto a casa.
O que renuncian a las
vacaciones, no tanto por amor al dinero como por no tener que sufrir el estrés
de no saber qué hacer si no están trabajando.
Son los “ociofóbicos”, los
que están deseando que se acaben las vacaciones para engancharse a la cadena
del trabajo.
El “ocio” no es la
“vagancia”, es el poder disponer del tiempo para dedicarlo a hacer eso que más
te gusta, desde leer a pasear, desde visitar iglesias o museos a acudir a
escuchar una conferencia, desde acudir a un teatro (sea a la hora que sea) como
sentarte a la orilla del mar a contemplar la salida de la luna que estaba
zambullida en el agua (sea la hora que sea), es el poder levantarte sin
despertador y cuando te apetezca a poder acostarte cuando te venza el sueño y
tus ojos te digan “hasta luego, Lucas” que nosotros echamos la persiana.
Yo soy un “ociofílico
empedernido”.
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