Sócrates se casó con Jantipa,
cuando tenía casi 50 años, quizá más por tener un hijo que por tener una
esposa.
Hasta entonces siempre se
había mantenido apartado del matrimonio y cuando alguien le pedía consejo sobre
si debía casarse o no, siempre respondía de la misma manera: “haz como te
plazca; de todos modos, en ambos casos, elijas lo que elijas, te arrepentirás”.
Jantipa debió ser una esposa
pelma y posesiva y, conociendo a Sócrates, no le faltarían motivos para ello.
“Todos saben que Jantipa //
loca iba por las tripas. // Tripa almuerzo, tripa cena // ¡Dios!, a Sócrates,
¡qué pena! –cuentan las malas lenguas que lo cantaban los niños de Atenas.
Él, tan dicharachero con los
de fuera, en la calle y en el ágora, y taciturno y que apenas le dirigía la
palabra a su esposa e hijo (o hijos), pero es que, además no ganaba un duro y
la pequeña renta que le dejara su madre, Fenaretes, la comadrona, iba
acabándose.
Quizá es verdad que, cierto
día, Jantipa perdió los estribos y le arrojó un cubo lleno de agua, ante lo
cual Sócrates no respondió abandonándola sino que por todo comentario dijo:
“sabía que el trueno de Jantipa se transformaría, antes o después, en lluvia”
Quizá tuvo, también una
segunda mujer, Mirto (según cuenta Aristóteles), pero se habría casado con
ella, “por pena”, “por piedad”, porque estaba en la miseria.
Aunque otros dicen que era
una concubina que se la había llevado a
casa una noche en que había bebido más de la cuenta. Y con Mirto tuvo dos
hijos, más uno que tuvo con Jantipa, su primogénito, en total, 3 hijos.
No sólo no estaba mal visto
sino que el gobierno de Atenas, para aumentar el número de los verdaderos
atenienses, animaba a los ciudadanos a
tener más hijos con mujeres distintas.
Nada que objetar al
triángulo Sócrates-Jantipa-Mirto.
No voy a incidir en su
valentía en las guerras en que, como ciudadano, participa.
Nada voy a decir sobre su
“desbelleza” corporal (por no decir la palabra “fealdad”) ni sobre su buen
corazón (“belleza anímica”), incapaz de matar una mosca.
Nada voy a decir sobre su
filosofía (ésta no es objeto de este artículo) aunque sobre su austeridad se ha
hecho célebre la sentencia que pronuncia cuando paseando por la calle de Atenas
y al contemplar los numerosos artículos a la venta, exclama: “¡Hay que ver la
cantidad de cosas que no necesito) o cuando Jantipa lo denuncia por abandono
del hogar (por estar siempre en el calle, con los amigos, en banquetes y se
pasan días sin volver al hogar) y cuando el juez le pregunta qué tiene que
decir para defenderse, responde que “Jantipa tiene toda la razón”.
Pero, sobre la
“homosexualidad en Grecia” les remito a otro artículo posterior.
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