miércoles, 30 de enero de 2019

VIVIR EN DEMOCRACIA.


VIVIR EN DEMOCRACIA.

Corría el año 1.966 cuando yo había cumplido 22 años, era estudiante universitario en Salamanca y, como ya era mayor de edad, ya podía votar.

Aquel año se votó un referéndum, “el referéndum de Franco”, del que la inmensa mayoría de los españoles no sabía qué era lo que se votaba.

Pero la campaña orquestada desde el Ministerio de Información y Turismo de Fraga se basaba en el “Sí a Franco, Sí a la Paz” (por supuesto que no podía haber otra propaganda electoral).

¿Quién era el osado que iba a votar NO? Sería votar NO a la Paz o, lo que es lo mismo, era partidario de la guerra, tras “25 años de Paz” que aparecía, en letras grandes en las fachadas de las escuelas.

Yo fui a votar a mi pueblo, donde estaba empadronado.

Nada más entrar en el Colegio Electoral, que era la escuela en la que había estado muchos años, el Presidente de la Mesa dijo, en voz alta, cogiendo una papeleta y poniendo un SÍ, “Sito (yo, Tomás) vota SÍ”, e hizo ademán de introducir la papeleta en la urna.

“Tengo que votar yo –dije, sin aspavientos- y, además el voto es secreto”.

¿Para qué pronunciaría yo esas dos frases?

“Si sale un NO o un Voto en Blanco ya sabemos que es el tuyo” –pronunció públicamente el Presidente.

Salí sin votar y con la papeleta en blanco. Se lo conté a mi padre. Me reprendió lo más que puede reprender un padre a un hijo de 22 años.

“¿Eres consciente de que, si vas a dedicarte a la enseñanza, tendrás que pedir el “certificado de buena conducta” que será expedido, precisamente, por el Presidente de la mesa?

Me recomendó (¿me obligó?) que pusiera un SÍ y firmara la papeleta.

Al hacer el recuento de los votos salió 1 en blanco y la consiguiente y automática frase: “Ese es el de Sito”. (Menos mal que luego apareció mi papeleta firmada (lo que debería haber sido descartada, por nula, pero debió contar doble o triple, porque salieron más votos que votantes. Mi pueblo también fue uno de los muchos en que salió el SÍ más del 100%)

Ahora, ya requetejubilado, recuerdo a Cicerón, apartado ya de la política a causa de la dictadura de César y dedicado, ya, sólo a escribir una serie de diálogos filosóficos, entre ellos su “De senectute” (“acerca de la vejez”) en el que afirma que la vejez es el resultado de lo que hayamos hecho con nuestra vida, por lo que no es una etapa de ominosa decadencia sino la más plena y productiva, cuando se ha retirado (lo han retirado) del fragor de la batalla.

Y si venimos al 2.019, con la experiencia vital acumulada de tantos años ¿qué papel social y político se nos da a los viejos, además de las manifestaciones reclamando la subida de la pensión?

José Luis Sampedro denunciaba que lo que llamamos “democracia” no lo es y los ciudadanos (y sobre todo los viejos) hemos sido reducidos a la indigna condición de consumidores y votantes (sin saberlo) del verdadero poder que detentan los especuladores financieros y los bancos camuflados en los partidos políticos.

La democracia no sería sino un juego de palabras para legitimar, con los votos de la plebe, los intereses de las oligarquías.

Cuando se crean organismo internacionales no es, realmente, para que la justicia llegue a todos sino para mermar la soberanía de los pueblos sobre su territorio y cuando se firman tratados de libre comercio no es para favorecer a quienes venden materias primas y compran mercancías manufacturadas sino para blindar los intereses de las compañías multinacionales y apátridas frente a los tribunales y las leyes de los Estados.

Nuestras democracias occidentales se justifican por el poder votar a sus representantes, que hasta las próximas votaciones no tendrán que dar cuenta a sus votantes de qué han hecho con su voto, mostrando así la cara amable y sin levantar sospechas, para luego poder hacer lo que más le convenga al partido.

¿Y cuando una agregación de perdedores se unen sumando más que el partido ganador, siendo democrática esa operación?

“Lo llamamos “democracia”, pero no lo es”




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