VIVIR EN DEMOCRACIA.
Corría el año 1.966 cuando yo
había cumplido 22 años, era estudiante universitario en Salamanca y, como ya
era mayor de edad, ya podía votar.
Aquel año se votó un
referéndum, “el referéndum de Franco”, del que la inmensa mayoría de los
españoles no sabía qué era lo que se votaba.
Pero la campaña orquestada
desde el Ministerio de Información y Turismo de Fraga se basaba en el “Sí a
Franco, Sí a la Paz ”
(por supuesto que no podía haber otra propaganda electoral).
¿Quién era el osado que iba a
votar NO? Sería votar NO a la Paz
o, lo que es lo mismo, era partidario de la guerra, tras “25 años de Paz” que
aparecía, en letras grandes en las fachadas de las escuelas.
Yo fui a votar a mi pueblo,
donde estaba empadronado.
Nada más entrar en el Colegio
Electoral, que era la escuela en la que había estado muchos años, el Presidente
de la Mesa dijo,
en voz alta, cogiendo una papeleta y poniendo un SÍ, “Sito (yo, Tomás) vota
SÍ”, e hizo ademán de introducir la papeleta en la urna.
“Tengo que votar yo –dije,
sin aspavientos- y, además el voto es secreto”.
¿Para qué pronunciaría yo
esas dos frases?
“Si sale un NO o un Voto en
Blanco ya sabemos que es el tuyo” –pronunció públicamente el Presidente.
Salí sin votar y con la
papeleta en blanco. Se lo conté a mi padre. Me reprendió lo más que puede
reprender un padre a un hijo de 22 años.
“¿Eres consciente de que, si
vas a dedicarte a la enseñanza, tendrás que pedir el “certificado de buena
conducta” que será expedido, precisamente, por el Presidente de la mesa?
Me recomendó (¿me obligó?)
que pusiera un SÍ y firmara la papeleta.
Al hacer el recuento de los
votos salió 1 en blanco y la consiguiente y automática frase: “Ese es el de Sito”.
(Menos mal que luego apareció mi papeleta firmada (lo que debería haber sido
descartada, por nula, pero debió contar doble o triple, porque salieron más
votos que votantes. Mi pueblo también fue uno de los muchos en que salió el SÍ
más del 100%)
Ahora, ya requetejubilado,
recuerdo a Cicerón, apartado ya de la política a causa de la dictadura de César
y dedicado, ya, sólo a escribir una serie de diálogos filosóficos, entre ellos
su “De senectute” (“acerca de la vejez”) en el que afirma que la vejez es el
resultado de lo que hayamos hecho con nuestra vida, por lo que no es una etapa
de ominosa decadencia sino la más plena y productiva, cuando se ha retirado (lo
han retirado) del fragor de la batalla.
Y si venimos al 2.019, con la
experiencia vital acumulada de tantos años ¿qué papel social y político se nos
da a los viejos, además de las manifestaciones reclamando la subida de la
pensión?
José Luis Sampedro denunciaba
que lo que llamamos “democracia” no lo es y los ciudadanos (y sobre todo los
viejos) hemos sido reducidos a la indigna condición de consumidores y votantes
(sin saberlo) del verdadero poder que detentan los especuladores financieros y
los bancos camuflados en los partidos políticos.
La democracia no sería sino
un juego de palabras para legitimar, con los votos de la plebe, los intereses
de las oligarquías.
Cuando se crean organismo
internacionales no es, realmente, para que la justicia llegue a todos sino para
mermar la soberanía de los pueblos sobre su territorio y cuando se firman
tratados de libre comercio no es para favorecer a quienes venden materias
primas y compran mercancías manufacturadas sino para blindar los intereses de
las compañías multinacionales y apátridas frente a los tribunales y las leyes
de los Estados.
Nuestras democracias
occidentales se justifican por el poder votar a sus representantes, que hasta
las próximas votaciones no tendrán que dar cuenta a sus votantes de qué han
hecho con su voto, mostrando así la cara amable y sin levantar sospechas, para
luego poder hacer lo que más le convenga al partido.
¿Y cuando una agregación de perdedores
se unen sumando más que el partido ganador, siendo democrática esa operación?
“Lo llamamos “democracia”,
pero no lo es”
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