Pero el derecho a ser moral
no implica que haya siempre que obedecer y acatar las leyes, sino que, a veces,
implica, la desobediencia y la transgresión de las reglas establecidas
(actualmente, los desahucios legales por parte de los bancos y los que,
moralmente, se oponen a ellos).
El derecho a ser moral
implica una moral prometeica de rebelión contra los dioses despóticos, la lucha
contra los dogmas establecidos por la autoridad o por la costumbre.
El derecho a ser moral es la
exigencia del derecho a obrar conforme a la racionalidad, como fruto del
intercambio y del diálogo entre los participantes en el discurso humano.
Toda persona tiene derecho
a/deber de dejar de ser infantil, de moral heterónoma para alcanzar una moral
autónoma para lo que es preciso que la autoridad y las normas establecidas no
presionen hasta el punto de impedir la maduración personal.
Pero las morales religiosas
no están, precisamente, en esta onda para que el ciudadano lleve a cabo una
elección racional libre (quieren ser los eternos tutores y que los creyentes
necesiten de ellos, porque su objetivo es que crean y, para ello, es mejor
tenerlos en el estado infantil).
Y todo individuo tiene
derecho a poseer un criterio en Ética, tiene derecho a elaborar racional y
reflexivamente sus propios criterios éticos.
Es nada fácil adquirir
principios propios que son los que tienen lugar en el nivel postconvencional de
Kohlberg, cuando el individuo ya no necesita la aprobación de su grupo o se ha
liberado de actuar por temor al castigo.
Las estructuras familiares y
sociales son las que tienen que garantizar al niño el derecho a adquirir la
madurez necesaria para pensar por sí mismo y llegar a elaborar normas de
conducta propias (que no tienen que ser normas caprichosas y arbitrarias, ni
siquiera cargadas de subjetividad).
El penoso camino hacia la
moral postconvencional sólo es posible si el individuo posee los elementos
precisos para el desarrollo intelectual y emocional adecuados y es la sociedad
la que debe garantizar las estructuras adecuadas para que el individuo
desarrolle su capacidad crítica.
Con independencia de usos,
costumbres, autoridades,…existen criterios éticos razonados y racionales que
hace que unas cosas valgan como morales y otras no.
Cada individuo debe poder
construir su propia ética normativa de acuerdo con los principios que considere
adecuados.
No se trata de construir “ex
nihilo” un código ético que valga para medir los códigos existentes, sino
agudizar sus capacidades críticas a fin de discernir lo que hay de valioso en
cada una de las ofertas de la ética normativa a través de las distintas épocas
y dentro de las distintas corrientes y autores.
Todo el mundo tiene derecho a
actuar conforme a su ideal de vida y no a verse obligado a vivir resignado con
un tipo de vida que no considera digna de ser vivida.
A Sócrates su “daimon”, su
voz interior, le decía que debía ser fiel y consecuente consigo mismo, a pesar
de todos los pesares, incluso la muerte con cicuta, pero han sido muchos los
que han querido ser fieles a sí mismos y se han visto obligados a una vida de
renuncias morales, simplemente para subsistir, o por presiones sociales o
familiares, o por ventajas puntuales y materiales frente a la ventaja de
sentirse bien consigo mismo obrando según sus principios.
Cualidad de los placeres vs
cantidad de los placeres (“hedonismo cualificado” de Mill).
Freud veía los tres frentes
que acechaban al hombre: su propio cuerpo (condenado a la decadencia y
aniquilación), el mundo exterior que le rodea y las relaciones con otros seres
humanos. Y, ante esta situación, enfrentado a tantas, a tan inevitables y tan variadas posibilidades de sufrimiento,
rebaja sus pretensiones de felicidad y se considera feliz por el mero hecho de
haber escapado a la desgracia, de haber sobrevivido al sufrimiento, relegando a
segundo plano, incluso renunciando a lograr el placer.
El placer de rehuir el dolor
circundante, siempre al acecho, más que
de disfrutar del placer.
Igualmente, ante las presiones
familiares y sociales varias el hombre suele conformarse con una moral bastante
mediocre, procurando simplemente no infringir de modo abierto los principios
que gozan de su mayor estima, y que le gustaría, rebajando sus pretensiones de
felicidad y moralidad.
Factores como el temor al
ridículo, el deseo de aprobación, el triunfo social, la estimación afectiva, el
prestigio social académico,…le inducen, en numerosas ocasiones, a olvidar su
propia estima.
No es fiel a sí mismo, no es
consecuente consigo mismo, pero sabe que vive autoengañado, porque lo que, en
realidad le gustaría es lo otro, pero buscará argumentos de justificación.
El derecho al equilibrio
psíquico es/debería ser una exigencia irrenunciable basado en el principio de
autoestima y en la conciencia de la dignidad propia.
Por lo que no parecen
deseables la humillación, el servilismo, la subordinación, el acatamiento
mecánico e irracional del “supuestamente superior”… lacras morales y sociales
que no parecen deseables para una sociedad justa.
Todo hombre tiene derecho a
una educación moral para la que tanto la escuela, como la familia, como la
sociedad, como los medios de comunicación, como agentes socializadores que son,
deberían ir al unísono, a la par que las estructuras socioeconómicas y de
poder, con el propósito de lograr dos objetivos: Poder disfrutar del derecho a
la autoestima y a incrementar su capacidad de “sympatheia” para disfrutar de
los goces que se derivan de la amistad y de la solidaridad con el género
humano.
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