Tú puedes pensar lo que
quieras y creer en lo que te dé la gana, pero no hacer lo que la sociedad laica ha tipificado,
en sus leyes, como un delito.
Si alguien, varón, pues,
maltrata a su mujer (por considerarla de categoría inferior y subordinada) o
ahorca a un homosexual porque así consta en el Libro sagrado en el que cree,
legitimando así su conducta, es un delito que debe ser justamente, y
penalmente, castigado, independientemente de su buena voluntad y del texto
revelado al que se ha atenido.
Es sólo la legalidad
establecida en la sociedad laica la que marca los límites socialmente
aceptables dentro de los cuales debemos movernos todos los ciudadanos, sean
cuales fueren sus creencias o sus incredulidades.
Son las religiones las que
tienen que acoplarse, que acomodarse, a las leyes de las sociedades laicas, y
no al revés.
En la escuela pública, pues,
sólo pueden resultar aceptables, como enseñanza, lo “verificable” (es decir,
las realidades científicamente contrastadas en ese momento) y lo civilmente
establecido como válido para todos (los “derechos fundamentales de las
personas”) y no lo “inverificable” que aceptan como auténtico ciertas almas
piadosas o ciertas líderes religiosos, con las consiguientes obligaciones
morales de sus credos religiosos particulares.
La formación catequética de
los ciudadanos nunca puede ser obligación de ninguna sociedad laica, aunque
ésta no podrá prohibir que los líderes religiosos catequicen a sus fieles,
practicando y predicando su doctrina y su moral, pero NO EN LA ESCUELA PRÚBLICA Y EN HORARIO
ESCOLAR.
Las Iglesias tienen sus
lugares de culto y de prácticas religiosas, que es en sus parroquias, en los
días y en el horario que crean convenientes, pero no en la escuela pública y en
horario escolar.
Si no lo creen, y no quieren
aceptarlo por considerar que sí tienen derecho, habría que preguntarles si tras
el sermón del domingo, en la misa de la parroquia, tendría derecho un agnóstico
(como yo) o un ateo a exponer sus ideas desde el púlpito, desde la teoría de la
evolución y contra el creacionismo, a la teoría del Big Bang como origen del
universo (y no el creacionismo) o la historia de la Inquisición , con sus
mazmorras, sus autos de fe y sus castigos varios con muerte incluida.
Nadie duda de que la sociedad
actual tiene unas raíces cristianas (han sido muchos siglos durante los que el
cristianismo ha estado vigente, incluso como única opción religiosa) para pedir
insistentemente que conste en la Constitución
Española (también en la Constitución Europea ),
pero también habría que expresar otras raíces no cristianas igual o más
influyentes en las sociedades laicas, como la Revolución Francesa
y la Ilustración
con su Diosa Razón.
Quizá lo más original del
Cristianismo haya sido su vaciamiento progresivo como religión, su
secularización paulatina y constante, la “religión para salir de las
religiones” separando a Dios del César y a la fe de la legitimación estatal.
La sociedad democrática y
laica, en la que vivimos, te permite adorar, en la intimidad, a tu Dios, al que
elijas y obedecer, obligatoriamente, a tu César correspondiente en las leyes
necesarias para la convivencia entre creyentes y no creyentes, o entre
creyentes de religiones varias, porque a todos los considera iguales en cuanto
ciudadanos.
Sin olvidar que las raíces
cristianas también eran las de los antiguos cristianos que repudiaron a los
ídolos del Imperio y que, si por ellos hubiera sido, una vez que Constantino
les dio la Bienvenida
y los instaló en el imperio, habrían destruido el Pan-teón romano o, al menos,
haberlo dedicado al Único Dios, Mono-teísmo.
Y raíces también fueron los
antiguos agnósticos e incrédulos que combatieron al Cristianismo convertido en
nueva idolatría estatal.
Las raíces, pues, son varias
y variadas.
El combate por una sociedad
laica no pretende sólo erradicar los tics teocráticos de algunas confesiones
religiosas, sino también los sectarismos identitarios de etnicismos,
nacionalismos y cualquier otro sectarismo que pretenda someter los derechos de
la ciudadanía, toda, a segregacionismos de cualquier tipo.
Ningún ciudadano debería, pues,
ser obligado, ni ser necesario, ni siquiera conveniente, jurar sobre la biblia
o sobre cualquier otro Libro Sagrado para poder ejerces sus funciones.
Tenemos, todavía, mucho que
aprender de Francia, la sociedad más laica, ahora mismo, a pesar del islamismo
que se le ha incrustado en el seno mismo de su sociedad.
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