¿Cuál es tu sentimiento si,
por azares de la fortuna y la mala suerte, pierdes en el juego o si, haciendo
trampas, ganas? Piénsalo.
¿Y ante objetos, bienes y
goces próximos e inmediatos y otros a largo plazo? ¿Repites lo de “el pájaro en
mano…”?
Una buena educación moral
llevaría a sopesarlos antes de una decisión.
El placer de la autoestima y
el placer de la “simpatía” con los otros, son una satisfacción, no sólo
individual, sino solidaria, como una satisfacción plena.
Y es que la satisfacción
propia frente a las necesidades de los otros…
¿No se puede ser feliz,
individualmente, siendo felices socialmente?
Ser plenamente feliz
cooperando en la promoción de la felicidad humana (y me viene a la mente
Vicente Ferrer y Teresa de Calcuta), sentirse plenos, llenos, a medida en que
van vaciándose de sí, ser ricos haciéndose pobres.
¿Qué atención se le presta,
en la enseñanza, en el sistema educativo a la educación moral?
Y es que los padres, que
generalmente suelen ser conservadores, suelen ser los primeros que se sienten
desorientados cuando sus hijos comienzan a poner en duda, a reflexionar, a
cuestionar sus valores morales, como si vieran o presintieran una deriva
inmoral de sus hijos.
Y, si eso es lo que suelen
hacer los padres, no digamos las instituciones religiosas cuando se cuestionan
sus dogmas y su moral.
Para ambos, padres
conservadores e instituciones religiosas, la educación moral consiste en
reforzar los valores aceptados por las ideologías imperantes.
La educación moral no
consiste ni en la transmisión de máximas absolutas, ya elaboradas, impuestas
por la conciencia, la costumbre o la autoridad externa, ni es la simple
expresión de las “mores” prevalecientes en una nación, en una etnia, en un
Estado o en una época histórica particular.
La educación moral supone
dotar al escolar de los instrumentos adecuados para solucionar sus conflictos
individuales y colectivos, garantizando a cada individuo y grupo minoritario el
máximo de libertad posible compaginable con la convivencia en común pacífica y
fructífera.
Derecho, pues, a desarrollar
armónicamente su personalidad y derecho a participar en la convivencia
organizada de acuerdo con principios armónicos de justicia y de cooperación.
Por supuesto que el objetivo
prioritario de toda organización social y de todo sistema legal es la salud
física, psíquica y moral de los individuos y de los pueblos, pero difícilmente
podrán dejar de reconocer el derecho que a todos los asiste de disfrutar de los
medios sociales y educacionales apropiados que nos permitan el acceso a la vida
moral en su grado máximo.
El derecho a la educación
moral habrá de ser reconocido como uno de los derechos fundamentales de los
seres humanos.
Quizá, incluso, sea el
derecho humano por excelencia.
El derecho a la educación
moral supone reclamar el derecho humano a elaborar normas de acuerdo con las
necesidades e intereses humanos, de acuerdo con los principios de bienestar y
justicia preconizados por las morales laicas, que derivan su poder persuasivo
de la apelación que se hace a los sentimientos de empatía y solidaridad, al
margen, y con independencia, de lo que dicten las morales religiosas,
condicionadas por dogmas que hacen de la
moralidad un fardo demasiado pesado e inútil, para que pueda ser reclamado por
nadie como un “derecho”.
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