miércoles, 23 de enero de 2019

LAICISMO (1)


LAICISMO.

Aunque muchos cristianos se lo crean la sociedad civil y las políticas de una sociedad democrática no odian las religiones, ni en Europa ni en España, aunque durante tantos siglos haya sido lo contrario, cuando las iglesias sólo permitían gobernar a reyes o emperadores si ellas les daban el visto bueno, porque como los hombres eran hijos de Dios desde que aparecieron en la tierra, esa condición primaba sobre la de ciudadanos o súbditos en la sociedad civil.

¿Cómo iba a estar subordinada la “felicidad eterna”, en el cielo, tras la muerte, a esta felicidad temporal, en la tierra, mientras se está vivo?

Cuando en el siglo XX ha triunfado la democracia como forma de gobierno las Iglesias han debido retirarse a sus cuarteles de invierno, pero quienes siempre han tenido las sartenes por el mango son reacios a soltarlo o, al menos, poder usarlo aunque sea de manera secundaria.

Para aclarar la cuestión que se plantea y no ver fantasmas de una enemistad diabólica del Estado contra las Iglesias, desde el Papa hasta el último cura, sacristanes y beatas incluidos, es el objetivo al que se dirigen estas reflexiones.

Han sido muchos los siglos en que las Iglesias han vertebrado, social, moral y políticamente a las sociedades pero las sociedades modernas basan sus acuerdos axiológicos en leyes y discursos legitimadores, al margen de las Iglesias, es decir, leyes discutibles, revocables y de aceptación únicamente por los acuerdos voluntariamente aprobados por los ciudadanos, es decir, nada que ver con las antiguas políticas de preceptos provenientes de los dioses que eran revelados a sus auténticos representantes en la tierra, las Iglesias jerárquicamente establecidas, a todos sus fieles creyentes (y ¡pobre de aquel que no se considerara oveja del único rebaño divino¡).

El nuevo marco institucional creado es las nuevas sociedades democráticas no excluye, ni mucho menos persigue, las creencias religiosas, más bien creo que las protege a unas de las otras que, durante toda la historia, han sido poco tolerantes entre ellas con las mutuas excomuniones y guerras de religión incluidas, con degüellos mutuos provenientes de revelaciones de dioses distintos, incluso de versiones distintas de un mismo texto o Libro considerado sagrado y revelado, llámese Torah, Biblia o Corán.

En la sociedad democrática laica (algo que nunca sucedió, ni sucede, en las sociedades religiosas) cada Iglesia debe tratar a las demás como ella misma quiere ser tratada y no como piensa que las otras lo merecen.

Los dogmas de cada una de ellas se convierten en creencias particulares de los ciudadanos, pierden su obligatoriedad general pero ganan, en cambio, en garantías protectoras que brinda la constitución democrática, igual para todos.

Iguales todos, como ciudadanos, en las sociedades democráticas laicas, respetando las particularidades religiosas de todos y cada uno de ellos.
Todos serán ciudadanos, exactamente iguales, y sólo serán fieles creyentes de aquellas religiones por las que opten, siendo la sociedad laica la que garantiza la paz entre las diversas creencias.

En esta nueva sociedad laica y democrática cada ciudadano tiene “derecho” a optar por la creencia religiosa que más le atraiga (o a no optar por ninguna, en su agnosticismo y ateísmo) pero no como “deber” que pueda imponerse a ningún otro.
Que cada uno elija lo que quiera pero no imponerle su opción a ningún otro.

Esta forma de dirigirse y gobernar en la sociedad laica es incompatible con la versión integrista, tantas veces presente, que tiende a convertir los dogmas propios en obligaciones sociales para todos los demás.

Pertenecer a una comunidad o a otra es un “derecho” de todo individuo, pero nunca un “deber”, sabiendo que son bienvenidas en el seno de la democracia, pero con la única condición de que no engendren desigualdades e intolerancia, que, como nunca la igualdad y tolerancia han provenido de ellas mismas, es la democracia la que las garantiza.

Las religiones, pues, pueden orientar a sus fieles creyentes sobre los comportamientos que deben practicar, acordes con su religión, y que serán las “virtudes” y los que no debe practicar, que serán “pecados”, que nada tienen que ver con los “delitos” que igualmente pueden serlo esas “virtudes” que esos “pecados” religiosos.

Una conducta tipificada como delito por las leyes vigentes en una sociedad laica jamás podrá ser justificada, ensalzada o promovida por argumentos religiosos de ningún tipo ni puede ser un atenuante para el delincuente su buena fe a la hora de cometerlo.


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