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“El placer humano”, “la
felicidad humana”, “el goce humano”, no son sino abreviaturas con las que nos
referimos a estados de hechos complejos en los que se interaccionan sujetos con
objetos, sujetos con sujetos, sujetos con sujetos y con objetos, y con el
requisito del cálculo racional (conocimiento reflexivo o Ilustración) como uno
de los ingredientes más importantes de una vida humana gozosa.
El hombre es un ser
naturalmente propenso a sentir con los demás, por lo que los goces más
profundos del ser humano derivan de su capacidad para desarrollar sus
sentimientos de empatía o “sympatheia” de tal suerte que el requisito de
Ilustración (conocimiento reflexivo) ha de ser complementado por el de la
empatía ampliada o “solidaridad”.
La pasión por compartir
nuestra vida y nuestra dicha con los demás constituye, posiblemente, la pasión
más profunda de muchos seres humanos.
Las relaciones humanas
desinteresadas y amistosas son una fuente de una felicidad más honda.
“De los bienes que la
sabiduría ofrece para la felicidad de la vida entera, el mayor, con mucho, es
la adquisición de la amistad” –de nuevo Epicuro.
Aunque es evidente que no
todos los seres humanos se encuentran en un mismo nivel de desarrollo moral, ni
están, por tanto, igualmente capacitados para el goce y disfrute de la
felicidad.
Hay, al menos, tres niveles
que, siguiendo la denominación de Kohlberg se denominan: “preconvencional”,
“convencional” y “postconvencional”.
NIVEL I: Capacitación para el
goce de la felicidad SOLITARIA.
Es la típica del niño,
“egocentrismo” (no me gusta llamarlo “egoísmo”) que rodeado de juguetes,
muchos, variados y caros, el que más le gusta y ahora quiere, y si puede se lo
quita, es el juguete simple y sencillo de ese niño que envidia todos los suyos.
“Egocentrismo” y
“heteronomía” respecto a las normas (Piaget, precedente de la clasificación
kohlbergiana).
Y eso mismo, propio del niño,
es también de esos pueblos y culturas estancados en una etapa de despreocupación
por los intereses transnacionales, y que les ocurre a muchos adultos, que sólo
miran su ombligo (personal, cultural, nacional, social, religioso,..) y a
muchos nacionalismos.
Desde el punto de vista ético
“ser niño” es una descalificación, ya que no implica el mantenerse en el estado
de inocencia o de pureza, sino más bien es un estado de ignorancia, inmadurez y
falta de la capacidad de empatía.
Los placeres que buscan son
los más inmediatos y personales, les falta visión de futuro, no van más allá de
sus narices, no meditan suficientemente sobre aquello que hace la vida
verdaderamente valiosa.
Es un “hedonismo ético
personal o individual” en el que falta la madurez tanto de la capacidad
racional como de la capacidad sentimental, personas que no se encuentran
plenamente desarrolladas para ampliar sus intereses a intereses generales.
Están detenidos, excesiva o
definitivamente, en este nivel 1 de capacidad hedonista, incapacitados para una
inter-acción positiva y gratificante con otros seres humanos, por lo que la
capacidad de empatía es, prácticamente, inexistente y sus sentimientos morales,
prácticamente, atrofiados.
NIVEL II: Capacitación para
el goce de la felicidad GREGARIA.
Corresponde a las personas
que han desarrollado, al menos medianamente, su sensibilidad moral pero que
aceptan y comprenden las demandas e intereses de los otros, aunque sea de
manera inapropiada porque si lo hacen es para congraciarse con los demás y
derivar de ello beneficios personales, en vez de ocuparse realmente de los
otros, con independencia de los beneficios inmediatos que ello pudiera
procurarles.
Los otros son usados como
medios para conseguir fines y beneficios propios.
Y pueden tener un desarrollo
intelectual considerable y ponen en práctica lo que Kant denominaba “reglas de
habilidad” y saben, perfectamente, qué fines persiguen tratando de obtener los
medios que a tales fines conducen sin cuestionar las reglas de juego con las
que puedan conseguirlo.
Son hábiles negociadores y
suelen ser buenos demagogos y conseguidotes de votos y de beneficios
prometiendo humo, bisutería y chucherías.
Sabe estar a bien con los
demás, es un “bien adaptado” y mejor conseguidor.
Pertenece a sociedades
relativamente desarrolladas desde el punto de vista del nivel económico.
Es una ética del “egoísmo
ilustrado”.
El Nivel II es un avance
respecto al Nivel I pero sigue y persiste en un infradesarrollo moral
preocupante.
Es el nivel de la “moral
agonal” o moral de lucha y éxito, propia de la Grecia homérica y que
habría de ser superada por la moral socrática del “triunfo ante uno mismo más
que ante los demás”
Este sujeto del Nivel II obra
de acuerdo con las expectativas sociales y acorde con las normas vigentes y con
tal de conseguir el triunfo y sus recompensas (prestigio, fama, riquezas,
éxito, fortuna,…) no le importa renunciar a su autoafirmación personal, algo
secundario para él.
Lo consigue todo (o casi
todo) pero sin empatía, sin solidaridad, sin justicia.
Es un egoísta desde fuera,
utilizando a los otros.
Será portada de revistas,
admirado y envidiado, pero es un gran perdedor moral, porque es un imitador que
hace lo que la gente hace, dice lo que la gente dice y quiere oír.
Vive en una felicidad
gregaria.
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