Y los hombres las hemos
echado a luchar, como si ellas fueran incompatibles, excluyentes. O una o la
otra.
Desde la Filosofía y, sobre todo,
desde la Religión ,
se puso todo el empeño en el platillo de la Razón , por aquello de que ésta habita en el alma,
mientras que la Pasión
se manifiesta en el cuerpo.
Entre la opción: o cuerpo o
alma, nunca ha habido duda, se apostó por la Razón.
Desde que Aristóteles
definiese al hombre, (entre otras definiciones) como “zoon logicon”, como
“animal racional”, todos lo repetimos, ya, constantemente y lo damos por
asentado.
Pero que “el hombre sea
animal racional” no quiere decir que “sólo sea racional”.
Pero en Atenas, en Delfos,
junto al Santuario dedicado a Apolo (el dios de la luz, de la razón, de la
claridad, del día, de la sensatez… del alma), estaba el teatro dedicado a
Dionisos (el dios de las tinieblas, el dios de la noche, de la juerga, de la
jarana, el dios del vino, del placer corporal).
Nietzsche nos lo recordaría
constantemente, con su contraposición “apolíneo-dionisíaco”, equivalente a la
dualidad Razón-Pasión, despotricando contra Sócrates, que apostó todo y sólo
por la Razón ,
por la luminosidad de la Razón ,
frente al fondo oscuro de la Pasión ,
la actividad sobre el descanso.
Su obsesión por Saber
desembocará en un determinismo intelectual y en un intelectualismo moral, que
imposibilitan la libertad.
Mientras para los
pre-socráticos se buscaba el equilibrio, la armonía, entre esas dos grandes
fuerzas, Sócrates asfixiará por estrangulamiento, a una de ellas.
Pero si ahogamos la
afectividad se seguirán manifestaciones patológicas, al igual que si asfixiamos
la racionalidad surgirán racionalizaciones fantásticas, que concluirán en
supersticiones y en creencias absurdas.
“El sueño de la razón produce
monstruos” nos había señalado el sordo aragonés.
Y como somos enemigos de los
monstruos no debemos dejar que la razón duerma y no intervenga.
Los mecanismos psíquicos
buscan, siempre, compensar sus carencias, aunque no siempre sea de un modo
sano.
Para Sócrates, como sabemos,
el Saber es el paso obligado para el Obrar y de aquí desembocar en el Ser.
Quien Sepa qué es, realmente,
la virtud, Obrará virtuosamente y Será una persona virtuosa.
Hay que comprender a Sócrates
en su Atenas del alma, con una democracia devaluada, con una democracia
restaurada, tras los 8 meses del gobierno de los 30 tiranos, y que en nada se
parecía, ya, a la primera y excepcional democracia ateniense, la de Pericles y la Ilustración griega.
Los sofistas estaban
enseñando el relativismo moral y los jóvenes, por ellos preparados, tomaron las
riendas de la polis.
¿Puede ser justo quien no
Sabe qué es la justicia?
Sócrates es un Racionalista,
y sólo racionalista. El hombre, para él, es/debe ser “sólo racional”. Sólo la Razón puede salvar a Atenas.
El hombre es racional, pero
no sólo es racionalidad. Hay también, en él, factores “irracionales” (no en el
sentido de “antirracionales” sino de “a-racionales”), que son los que, en
realidad, mueven al hombre a la acción, al conocimiento, a la relación con los
demás, a la construcción de la voluntad.
Razón, (alma) sí, pero
también deseo, sentimiento, afecto (cuerpo).
Aunque la presencia de lo
irracional en el ser humano ha resultado siempre molesta a ciertas corrientes
del pensamiento occidental, al Intelectualismo (mejor denominación, y
preferible, que Racionalismo).
El triunfo de Apolo sobre
Dionisos nos obligó a la seriedad, olvidándonos de lo festivo y convirtiendo a
la noche en la prolongación de la luminosidad.
Ese ha sido el lema de
Occidente: “Hay que imitar a Sócrates e implantar, de manera permanente, contra
los apetitos oscuros, una luz diurna, la luz diurna de la Razón.
Hay que ser inteligentes,
claros, lúcidos, a cualquier precio.
Toda concesión a los
instintos, a lo inconsciente, conduce hacia abajo” (Nietzsche. “Crepúsculo de
los ídolos” (o “Caída de los dioses”)
Aunque (afirmamos muchos) que
lo que Sócrates defendió no fue el frío intelectualismo, a la busca y captura
de simples verdades, sino esa otra forma de intelectualismo, el
“Intelectualismo moral”.
Lo cierto es que el deseo y
la pasión representan la dimensión dinámica de la mente. Ellos son el motor de
arranque, ellos son el combustible que mantiene al motor de la razón o de la
mente en movimiento.
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