Hace varios años colgué en el
blog un artículo titulado: “¿Cuáles son mis raíces?”, de este salmantino
(porque allí “me nacieron” (yo no nací), que allí me criaron y me educaron
durante mi adolescencia, en una familia cristiana y una sociedad totalmente
cristianizada y franquista, sin libertades, así “me hicieron” un tipo de hombre
adaptado a los circunstancias y no muy revoltoso hasta que, un buen día
(“dichoso día”) crucé Despeñaperros, aterricé en Córdoba y, después, a Málaga,
a mi Málaga.
Y fue aquí, en Andalucía
cuando comencé a personalizarme, a ser la persona que he llegado a ser.
De ahí la sentencia que
cientos de veces he dicho y dejado escrito: “me nacieron “hombre” (mis padres),
me hicieron “humano”, tal tipo de hombre (Castilla, el cristianismo, el
franquismo), “me hice/estoy haciéndome persona” y aquí entro yo, responsable de
lo que soy, sin echarle la responsabilidad ni la culpa, a mis padres, ni a las
circunstancias juveniles, sino que me muevo en unas nuevas circunstancias, las
actuales, que intento dominar para elegir unas y rechazar otras, y aquí estoy,
siendo así, y quien me conoce lo sabe, una persona muy crítica ante todo lo que
no veo claro (“Criticar” es dilucidar, echar luz para ver claro o más claro,
para poder optar con conocimiento de causa)
Soy el resultado de mis
opciones y de mis renuncias (exactamente como tú lo eres de las tuyas) y sin
echar balones fuera.
Así me defino en mi blog:
“salmantino de nacimiento, andaluz de adopción y malagueño de opción y de corazón”
Pero yo quería reflexionar
sobre ese intento de la Iglesia Católica
de querer aparecer en las Constituciones (europea y española) afirmando,
tajantemente, que el Cristianismo es una de las raíces de la Europa actual y de la España Actual.
Las raíces cristianas en la
formación de nuestra cultura y de nuestra sociedad.
Mejor sería no meterse en
berenjenales y apelar a lo que nos une y no a lo que nos separa para no volver
otra vez a las confrontaciones históricas.
Y, en vez de dar opción a
nuevas guerras de religión, curarse de una vez por todas de la religión de la
guerra.
Cuando últimamente se ha
escrito tanto sobre “choque de civilizaciones” éste no consiste sino en un
enfrentamiento entre ideologías teocráticas opuestas.
Pero estamos, en Europa y en
España, respirando laicidad y democracia.
Y si ese choque es
inevitable, porque se repelen como el agua y el aceite y aunque se remueva, y
mientras se revuelve, da la sensación de que… todos sabemos que al momento van
a estar superpuestas.
Y si el “choque” es así, la “alianza” es imposible pues sus
fuentes, sus raíces de las que se alimentan las civilizaciones son total y
absolutamente discordantes.
Si el Cristianismo quiere
aparecer en las Constituciones es porque pretende reforzar el poder político
que en otros tiempos, lejanos y no tan lejanos, mantuvo.
Políticamente, hoy, las
Iglesias han perdido la batalla desde el momento que la obediencia ha dejado su
lugar al pacto y al consentimiento.
¿Es que la raíz cristiana,
clerical y dogmática, puede ser fuente de legitimación de los poderes laicos y
civiles como lo fueron en otros tiempos?
La separación de poderes es
un hecho que no tiene vuelta atrás y mientras uno atiende a las necesidades
terrenas de los ciudadanos el otro atiende a las necesidades, anhelos y
esperanzas de sus fieles creyentes.
Todo creyente tiene
obligación de ser un buen ciudadano, pero ningún ciudadano tiene obligación ni
de ser creyente, ni de serlo de una confesión determinada, como puede ser la
cristiana o, en España, la católica que, por tradición es mayoritaria, al menos
en teoría, porque la práctica religiosa de la misma está perdiendo asistentes.
Los paganos persiguieron a
los cristianos por motivos religiosos y les acusaban, nada menos que de
ateísmo, porque su Dios era inconcebible (un Dios que se hace hombre, que muere
crucificado y que, luego resucita) ¿Ese puede ser un Dios, comparado con los
dioses de la mitología griega y romana?
Apareció como una secta del
judaísmo, irreverente, que no se limitaba a proclamar a su Dios sino que les
negaba validez y divinidad a los demás dioses, que derribaba con impiedad los
altares ajenos, donde se celebraban los cultos oficiales de la ciudad, que
proclamaban a su Dios como el único Dios que debía estar en el único altar por lo
que serían perseguidos y teniendo que esconderse en las catacumbas para poder
practicar sus rituales.
Aquellos primeros cristianos
no eran, ni religiosa ni políticamente, correctos por lo que el
multiculturalismo pagano, representado en el Panteón (todos los dioses) les
resultaba no sólo ajeno sino ultrajante y pecaminoso.
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