Herodoto cuenta que, entre
los babilonios, toda mujer natural del país se prostituía una vez en la vida
con un forastero estando sentada en el templo de Venus y con la cabeza cubierta
de cintas y cordoncillos (aunque las mujeres principales, para no mezclarse con
las del pueblo, iban en un carruaje cubierto quedándose cerca del templo).
Entre las filas de estas
mujeres pasaba el forastero, que elegía a una de ellas, echándole dinero, como
una ofrenda sagrada, en el regazo.
Ninguna mujer podía rechazar
al que la escogía pero, después de cumplir, se retiraba a su casa y, desde
entonces, ya no era posible conquistarla otra vez con regalos.
Las menos hermosas (o sea,
las feas) podían esperar hasta tres o cuatro años.
Parece ser que Herodoto no lo
entendió bien, porque sólo eran las hieródulas las que hacían ese servicio a
los visitantes de los templos.
Los filisteos querían
utilizar a Sansón para engendrar hijos fuertes y, para ello, le reventaron los
ojos para aumentar su deseo sexual.
El libro de Rut, que es una
moabita pero, ya en Belén, se casó con Booz, engendraron a Obed, éste a Isaí e
Isaí engendró a David.
De esta manera una mujer moabita,
una extranjera, fue antecesora de David y, por este último, de Jesús.
Los dos libros de Samuel
tratan de los dos primeros reyes, Saúl y David (desde 1.050 al 970 a .C. ), aproximadamente.
El primero habla de Samuel,
hijo de Ana, una mujer a la que “Yahvé había cerrado su seno” pero que se lo
pidió intensamente prometiéndole que, si la hacia madre, el fruto de su vientre
se lo ofrecería (a Yahvé) durante todos los días de su vida.
Samuel fue el último juez de
Israel y el primero de los profetas, quien ungió a Saúl, y a David como su
sucesor, en vida del propio Saúl
El segundo libro de Samuel
trata del reinado de David, en primer lugar de los siete años como rey de Judá,
durante el cual reinado le nacieron 6 hijos y en segundo lugar, durante los 33
años como rey de Judá y de todo Israel y, durante este período, tomó concubinas
y mujeres en Jerusalén (llegó a tener 18 mujeres, cumpliendo con todas ellas,
“pero copulaba durante el día, para estar sin deseos durante la noche) y le
nacieron hijos e hijas, entre ellos, el más famoso, Salomón, que lo engendró
David de Betsabé, la bella mujer que cuando David, desde su ventana, la vio
bañarse se prendó de ella y mandó mensajeros para saber quién era.
Le dijeron que era Betsabé,
la mujer de Urías, el hitita.
Pero se la trajeron a su casa
y se acostó con ella (que estaba purificándose de la “regla”).
Varones y mujeres, según la
ley de Moisés, debían lavarse después de cada orgasmo y Betsabé concibió, lo
que comunicó a David: “estoy encinta”.
Mandó llamar a Urías, lo
invitó a comer y beber, lo emborrachó y ordenó a sus servidores que, puesto que
estaban en guerra, lo pusieran en primera fila para que fuera herido y muriera.
Urías murió.
Fue, entonces, cuando Betsabé,
tras finalizar el tiempo de duelo por la muerte de su marido, David la mandó
llamar a su casa y la hizo su esposa.
Tuvo un primer hijo, Samúa,
que murió en la infancia, pero “David la consoló entrando en ella y dándole un
segundo hijo, Salomón, y Yahvé lo amó”.
No era rara la exageración,
pues se consideraba a los héroes provistos de una gran potencia sexual.
Y si a David se le atribuían
18 mujeres, ¿Qué decir de Salomón que tenía (Libro de los Reyes) 700 esposas de
rangos principesco y 300 concubinas?
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