Una (no la única ni
principal) de las ventajas de estar jubilado del trabajo oneroso es la cantidad
de tiempo libre de que se dispone y que, cuando terminas de leer un libro,
coges la escalera y te subes y llegas a los estantes más altos del despacho,
allí donde la vista apenas llega y la mano no, y das con ese libro que una vez
(ni idea de cuándo) leíste, lo tomas en tus manos y te bajas de la escalera
dispuesto a releerlo y, sirviendo de plantilla, escribir sobre él.
Estoy refiriéndome a “La
sexualidad en la Santa Biblia ”,
de Frederik Koning, de 1.976 (y que me costó 250 pesetas)
Se habla en él de la
sexualidad, desde su grandeza como un don de Dios, hasta de su depravación.
Cuando en una civilización o
cultura apuesta por el hedonismo, y se dedica y se desvive por la búsqueda y
consecución del placer, de lo excitante y se arrincona cada vez un poco más lo
espiritual, lo trascendente, lo sobrenatural, está comprando los bonos para su
desaparición.
Por lo general, las
civilizaciones-las culturas, que tienen un principio (aunque sea difuso) – un
desarrollo – una cima – un declive y, finalmente su desaparición, generalmente
engullida por otra que inicia el recorrido, comienza a enfermar (y con
metástasis) cuando degeneran las costumbres, cuando se generaliza el
libertinaje y el descontrol, cuando se gasta toda la reserva de energías, se
debilitan todas las estructuras y comienzan a contaminarse.
Y si a ese auge del hedonismo
se le suma el desarrollo tecnológico como un factor más de hedonismo (como
podemos visualizarlo en el mundo actual) estamos poniendo en cuarentena y
trasladando a los cuarteles de invierno a todos los valores humanos, a todo lo
trascendente, siendo ciegos para el futuro, de tanto visualizar el presente.
Cuando el sacerdote, en la
misa, lee un texto cualquiera de la
Biblia y, al terminar, dice “Palabra de Dios” está
manifestando su creencia (y la de muchos (si no todos) de los asistentes al
acto religioso de que lo expresado es “Verdad, Toda la Verdad y nada más que la Verdad ” porque es “palabra
de Dios”, una revelación de Dios al pueblo hebreo, (el pueblo elegido), que es
lo que se muestra en la Santa Biblia ,
Total, pues, 73 libros.
El Antiguo Testamento, a su
vez, está compuesto por: 1.- El Pentateuco (5 libros: Génesis, Éxodo,…) 2.-
Libros históricos (16). 3.- Libros Sapienciales (7), 4.- Libros Proféticos
Mayores (6) y Menores (12).
Total: 46
El Nuevo Testamento, a su vez,
está compuesto por: 1.- Evangelios (4). 2.- Hechos de los apóstoles (1). 3.-
Cartas de San Pablo (13). 4.- Carta a los Hebreos (1). 5.- Cartas católicas
(7). Y 6.- Apocalipsis (1).
Total: 27.
Si uno los lee detenidamente
el Antiguo Testamento observará varias cosas: los celos de un Dios, la creencia
de un pueblo errante, el poco o nulo valor de la mujer y todo un tratado de la
sexualidad.
Leer todo lo que allí se
dice, en nombre de Dios, sobre la prostitución, el machismo, el
antifeminismo,…desconcierta a uno pensar que eso sea “palabra de Dios”.
Lo que el Antiguo Testamento
expresa no es Historia, sin más, sino una “agio historia” en la que se
manifiesta cómo su Dios conduce a su pueblo, a través del desierto, y muerto de
hambre, a una tierra prometida (donde “corren ríos de leche y miel”), que ya se
encuentra ocupada, habitada, y cuyos ocupantes habrá que exterminarlos (si
puede ser) o, al menos, echarlos.
Es la agiohistoria de la “preparación
y de la espera de la llegada del Mesías” para redimirnos del pecado universal,
humano, por la desobediencia de nuestros primeros padres, allá en el paraíso.
¿Y el Nuevo testamento?, ¿el
de Nuestra Era?, ¿el de la llegada o venida de Dios a la tierra?, ¿el de la
“parusía”?
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