Durante la menstruación, nada
de pintarse las pestañas, ni ponerse carmín en los labios, ni adornarse con
vestidos de color lo que significaba un peligro ya que la fealdad visible
podría contribuir a separar demasiado al marido.
Y como debían pasar siete
días tras la menstruación, para saber si ya había terminado del todo, usaban
tampones de lana pura o tiras blancas para que el menor signo de sangre fuera
visible para terminar su estado de impureza.
Igualmente los días previos a
la menstruación no siendo que, durante el acto sexual, el pene del marido o del
señor se manchase de sangre impura.
O meter un tubo de plomo, con
los bordes doblados hacia adentro para evitar daños en la vagina y una vez
dentro introducir un palito en cuyo extremo llevaba enrollado un tampón, para
comprobar si sí o si no.
La relación entre
menstruación y pecado no existía en los demás pueblos, sólo existía en el mundo
hebreo, de ahí el rito de expiación.
Pero nada tenía que ver la
menstruación con el pecado original, la impureza era la consecuencia de un
pecado.
La falta de higiene íntima,
tan normal entonces, hacía que fuera considerada una impureza, pues se
corrompía con los días dando lugar a malos olores.
Aunque también influía la
ignorancia del porqué de ese sangrado mensual sin causa justificada, lo que se
les presentaba como un misterio.
Pero lo más probable es que
nunca, a lo largo de los tres primeros milenios de la historia, se descubriera
la relación entre menstruación y fecundidad.
Hipócrates, siglo V a.C. el
mayor y mejor médico de la antigüedad, sí observó el hecho de la menstruación
en dos obras: “La naturaleza de las mujeres” y “Enfermedades de las mujeres”,
en las que observaba la sangre del menstruo, su coagulación, su color, su
cantidad, su duración,…
“El roce del pene, los
movimientos de la matriz, y el placer que experimenta hacen que, durante el
coito, segrega un humor que a veces permanece en el útero, humedeciéndolo y
otras veces se derrama fuera, pues el útero está más abierto de lo necesario.
La mujer siente placer desde
el inicio del acto y durante todo el tiempo que dura, hasta que el semen ha
salido del hombre.
Si los deseos de la mujer son
ardientes segrega su humor antes que el hombre, por lo que, después, su placer
ya no es el mismo, pero si sus deseos no son tan ardientes, su placer acaba con
el del hombre.
Sucede como cuando se echa
agua fría en agua hirviendo, inmediatamente cesa de hervir.
El placer y el calor
finalizan con la efusión del semen en la matriz…”
También Aristóteles en su
“Tratado de la generación de los animales” da una explicación de la causa de
las reglas en la mujer parecida a la de Hipócrates y establece un nexo de unión
entre la menstruación y la influencia de la luna.
La nocividad de la sangre
menstrual ha estado siempre presente a lo largo de la historia, desde los
tiempos antiguos hasta ayer mismo, y es un antiguo, Plinio el Viejo, célebre
naturalista romano, en el siglo I, autor de una “Historia Natural”, en 37
libros, y que puede ser considerada como la enciclopedia de la ciencia de la
antigüedad:
“Nada hay más monstruoso que
la sangre menstrual, puesto que a causa de su vapor o de su mero contacto, los
vinos nuevos se agrían, las simientes se vuelven estériles, los injertos de los
árboles mueren y los frutos caen completamente secos, las plantas tiernas se
abrasan, el vidrio de los espejos se empañan con su sola presencia, la punta de
hierro se hace roma, la belleza del marfil se eclipsa, las abejas mueren, el
cobre y el hierro al momento se enmohecen, el aire se infecta, los perros que
la prueban se vuelven rabiosos, la lana ennegrece y puede ser causa de que la
yegua aborte”
Y la lista puede ser más
larga.
Pero todo esto funciona como
una superstición y que será uno de los factores que influyan en la
consideración de la inferioridad de la mujer.
Lo incomprensible, lo
inexplicable, lo misterioso,… puede causar un sentimiento de hostilidad hacia
dicho fenómeno y hacia la persona que lo tiene.
Echarle en cara a la mujer
“debes estar con la regla” es la desaprobación de una conducta.
Sabemos que es falsa esa
pretendida y anunciada nocividad y la pregunta o el problema es cómo tales
supersticiones están vinculadas a mandamientos divinos, que se suponen
revelados por Dios como verdades incontrovertibles y que hoy sabemos que son
auténticas falsedades.
O ¿cómo pueden ser
comprensibles los mandatos divinos para acabar con pueblos enteros pasados a
espada?
Las impurezas sexuales del
hombre y los mandatos divinos son los mismos que antes hemos visto en las
mujeres.
Además, “cuando un hombre
haya tenido efusión de semen bañará en agua todo su cuerpo y será impuro hasta
la tarde, Y toda la ropa, la piel,…una mujer en la que un hombre derrame
efusión de semen se bañará, como él, en agua, y serán impuros hasta la tarde.
La gonorrea o sífilis estaba
muy extendida en la antigüedad, en el Próximo Oriente.
En la cuarta parte del
Levítico, al tratar de la Ley
de Santidad: “Yo soy Yahvé, vuestro Dios. Guardaréis pues mis preceptos y mis
sentencias. No haréis como se hace en la tierra de Egipto, donde morasteis, ni
en la tierra de Canán, donde os llevo. No caminaréis según sus costumbres,…
“Nadie de vosotros se acercará
a su parienta carnal para descubrir su desnudez. Yo soy Yahvé. No descubrirás
la desnudez de tu padre, ni la desnudez de tu madre…ni la de tu hermana….ni la
de tu hija…ni la de tu nieta…ni las de tus tías, maternas y paternas…ni la de
tus tíos, paternos y maternos…ni la de tus cuñadas… No te acercarás a una mujer
durante su impureza menstrual para descubrir su desnudez. Y no darás la efusión
de tu semen a la mujer de tu prójimo…”
“No te acostarás con varón
como con mujer; es una abominación. No te juntarás con bestia alguna para
contaminarte con ella. La mujer no se pondrá delante de una bestia para
copularse con ella, es una infamia….pues con todas ellas se han contaminado los
pueblos a los que voy a arrojar de delante de vosotros….guardad mis preceptos
no haciendo ninguna de las prácticas abominables que se hacían antes de
vosotros, y no os contaminéis con ellas. Yo soy Yahvé, vuestro Dios”.
Aparecen las costumbres y
hábitos sexuales de los amonitas (a cuya divinidad, Moloc (“Rey”) como
sacrificio, durante los servicios eran quemados niños vivos), de los moabitas,
de los filisteos, de los fenicios, de los madianitas, de las tribus árabes, de
los egipcios, de los babilonios y de los asirios, normales en las clases altas
pero que para las clases bajas era el placer sexual el único placer gratuito.
En todos ellos el concepto
“amor” es un concepto desconocido, y cuyas divinidades de la fecundidad
traspasaban toda su vida social.
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