lunes, 12 de marzo de 2018

EL SEXTO MANDAMIENTO (1)


EL SEXTO MANDAMIENTO.

Escribir sobre la Historia de la sexualidad es hacerlo sobre la Historia de la humanidad porque el hombre (varón y mujer) no es que sean “seres sexuales” es que son “seres sexuados”.

Y esa sexualidad que “son” (no sólo que “tienen”) cada época y cada pueblo la ha practicado a su manera.
Nada (o poco) tiene que ver la sexualidad del hombre en la antigua Grecia con la que practicamos actualmente ni con todas las intermedias a lo largo del tiempo.

Las relaciones sexuales de hoy nada tienen que ver con las practicadas en los tiempos antiguos una vez que han caído los numerosos tabúes ancestrales de la civilización patriarcal y patrimonial.

Las relaciones sexuales, hoy, son fáciles de practicar porque basta y sobra que dos personas quieran practicarlas, pues el acto sexual se ha convertido en una práctica intranscendente pero que compensa lúdicamente.

El rápido y pasajero frenesí sexual compensa el cansancio físico del trabajo.
El encuentro sexual es una vía de evasión de su realidad en el trabajo.
Estamos condenados a “trabajar” para poder sobrevivir y el sexo es una compensación a ese trabajo.

Hoy disponemos de muchos y buenos conocimientos sobre la sexualidad pero ¿cómo sería ésta en los hombres primitivos?

No podemos saberlo directamente pero podemos, por el argumento de analogía, transpolar la vida sexual de ciertos pueblos “naturales”, anclados en la primitiva civilización, y conjeturar que así debió de ocurrir en la antigua humanidad.
El estudio de estos pueblos puede darnos luz de cómo pudo ser la evolución sexual del hombre.

Lo que nosotros, hoy, llamamos “amor” para él no sería sino un “apetito imperioso que exigía ser satisfecho”, así el varón se desahogaba, indiscriminadamente, con cualquier pareja.

Es probable (o casi seguro) que la promiscuidad sexual sería la norma, una forma puramente instintiva.

Quienes nos hemos criado en el pueblo y hemos tenido a nuestro alrededor, convivido, con animales (perros, gatos, bueyes, conejos, gallinas, cabras, cerdos…) los hemos visto “copular” con cualquier macho, con el primero que estuviera más a mano, en el momento que la hembra estaba en celo y se dejaba “montar”.

En los pueblos “naturales” lo que ocurre es que tanto las mujeres como los niños que nacen son de la comunidad.

La madre es conocida, el padre no.

Hasta César escribe que “los bretones insulares tenían sus mujeres en común”

Ocurre, además, que el primitivo ignora la relación existente entre la “cópula” y la “fecundación”
Cree que el embarazo se debe a cierto germen depositado por “un espíritu” en el organismo femenino y el líquido masculino, procedente de la eyaculación del varón, se une a la sangre femenina liberada por la interrupción de la menstruación, colaborando en el crecimiento del germen y, finalmente, en el nacimiento del niño.
Por eso el varón debe seguir manteniendo relaciones sexuales con la mujer, para alimentar el germen en su desarrollo.

Algo así como la semilla (una) que, para que germine y no se pudra y no se estropee, necesita el riego, la lluvia,…

Es, precisamente, la promiscuidad la que llevaría al establecimiento de la institución del matriarcado, en que la descendencia se sigue por vía materna.
El niño pertenece al clan de la madre y adorará al tótem del clan de la madre, no del padre.

Los conceptos sexuales relacionados con la sexualidad, como “virginidad”, “castidad”, “continencia”…son desconocidos e ignorados por el hombre primitivo.
Porque el hombre primitivo no es ni “moral” ni “inmoral”, sino “amoral” y esos conceptos son conceptos morales.
Ellos tienen sus mandatos y sus prohibiciones pero no porque estén relacionados con una moral, sino porque son beneficiosos o perjudiciales para él y para los suyos.
Podemos decir que su moral es sólo una “moral social, del grupo”, no por encima de él, no proveniente de ningún dios.

El marido, por ejemplo, no podrá tener relaciones sexuales con esa mujer en el período entre el nacimiento del hijo y el final de su lactancia, pero no tiene prohibido que pueda tener relaciones sexuales con otra mujer.

Eran “a-morales” y el acto sexual era una función natural del cuerpo humano, igual que uno se suena los mocos cuando le salen de la nariz o se seca las lágrimas al llorar, igualmente follarán cuando el cuerpo se lo pida, sin avergonzarse de ello, como no se avergüenzan de ir y andar desnudos.

La “continencia”, pues, era desconocida para ellos.

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