EL SEXTO MANDAMIENTO.
Escribir sobre la Historia de la sexualidad
es hacerlo sobre la Historia
de la humanidad porque el hombre (varón y mujer) no es que sean “seres
sexuales” es que son “seres sexuados”.
Y esa sexualidad que “son”
(no sólo que “tienen”) cada época y cada pueblo la ha practicado a su manera.
Nada (o poco) tiene que ver
la sexualidad del hombre en la antigua Grecia con la que practicamos
actualmente ni con todas las intermedias a lo largo del tiempo.
Las relaciones sexuales de
hoy nada tienen que ver con las practicadas en los tiempos antiguos una vez que
han caído los numerosos tabúes ancestrales de la civilización patriarcal y
patrimonial.
Las relaciones sexuales, hoy,
son fáciles de practicar porque basta y sobra que dos personas quieran
practicarlas, pues el acto sexual se ha convertido en una práctica
intranscendente pero que compensa lúdicamente.
El rápido y pasajero frenesí
sexual compensa el cansancio físico del trabajo.
El encuentro sexual es una
vía de evasión de su realidad en el trabajo.
Estamos condenados a
“trabajar” para poder sobrevivir y el sexo es una compensación a ese trabajo.
Hoy disponemos de muchos y
buenos conocimientos sobre la sexualidad pero ¿cómo sería ésta en los hombres
primitivos?
No podemos saberlo directamente
pero podemos, por el argumento de analogía, transpolar la vida sexual de
ciertos pueblos “naturales”, anclados en la primitiva civilización, y
conjeturar que así debió de ocurrir en la antigua humanidad.
El estudio de estos pueblos
puede darnos luz de cómo pudo ser la evolución sexual del hombre.
Lo que nosotros, hoy,
llamamos “amor” para él no sería sino un “apetito imperioso que exigía ser
satisfecho”, así el varón se desahogaba, indiscriminadamente, con cualquier
pareja.
Es probable (o casi seguro)
que la promiscuidad sexual sería la norma, una forma puramente instintiva.
Quienes nos hemos criado en
el pueblo y hemos tenido a nuestro alrededor, convivido, con animales (perros,
gatos, bueyes, conejos, gallinas, cabras, cerdos…) los hemos visto “copular”
con cualquier macho, con el primero que estuviera más a mano, en el momento que
la hembra estaba en celo y se dejaba “montar”.
En los pueblos “naturales” lo
que ocurre es que tanto las mujeres como los niños que nacen son de la
comunidad.
La madre es conocida, el
padre no.
Hasta César escribe que “los
bretones insulares tenían sus mujeres en común”
Ocurre, además, que el
primitivo ignora la relación existente entre la “cópula” y la “fecundación”
Cree que el embarazo se debe
a cierto germen depositado por “un espíritu” en el organismo femenino y el
líquido masculino, procedente de la eyaculación del varón, se une a la sangre
femenina liberada por la interrupción de la menstruación, colaborando en el
crecimiento del germen y, finalmente, en el nacimiento del niño.
Por eso el varón debe seguir
manteniendo relaciones sexuales con la mujer, para alimentar el germen en su
desarrollo.
Algo así como la semilla
(una) que, para que germine y no se pudra y no se estropee, necesita el riego,
la lluvia,…
Es, precisamente, la
promiscuidad la que llevaría al establecimiento de la institución del
matriarcado, en que la descendencia se sigue por vía materna.
El niño pertenece al clan de
la madre y adorará al tótem del clan de la madre, no del padre.
Los conceptos sexuales
relacionados con la sexualidad, como “virginidad”, “castidad”,
“continencia”…son desconocidos e ignorados por el hombre primitivo.
Porque el hombre primitivo no
es ni “moral” ni “inmoral”, sino “amoral” y esos conceptos son conceptos morales.
Ellos tienen sus mandatos y
sus prohibiciones pero no porque estén relacionados con una moral, sino porque
son beneficiosos o perjudiciales para él y para los suyos.
Podemos decir que su moral es
sólo una “moral social, del grupo”, no por encima de él, no proveniente de
ningún dios.
El marido, por ejemplo, no
podrá tener relaciones sexuales con esa mujer en el período entre el nacimiento
del hijo y el final de su lactancia, pero no tiene prohibido que pueda tener
relaciones sexuales con otra mujer.
Eran “a-morales” y el acto
sexual era una función natural del cuerpo humano, igual que uno se suena los
mocos cuando le salen de la nariz o se seca las lágrimas al llorar, igualmente
follarán cuando el cuerpo se lo pida, sin avergonzarse de ello, como no se
avergüenzan de ir y andar desnudos.
La “continencia”, pues, era
desconocida para ellos.
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