En una sociedad romana, con
la esclavitud normalizada, en nada podía cambiar porque una secta minoritaria,
como era el cristianismo, y a la que se la dejaba de lado predicara lo que
predicara.
Roma no podía prescindir de
la esclavitud, porque era una sociedad esclavista.
Si el Éxodo es la historia de
una peregrinación del pueblo hebreo hacia Yahvé y la tierra prometida, el
Levítico (el tercer libro) expone una visión de los medios que fueron
necesarios para mantener al pueblo en esta relación con Yahvé, con sacrificios
y sus ritos (primera parte), con la investidura de los sacerdotes (segunda
parte), con las reglas relativas a lo puro e impuro (tercera parte) y la ley de
Santidad (cuarta parte).
Dijo Yahvé a Moisés: “Habla a
los hijos de Israel y diles que cuando dé a luz una mujer y tenga un hijo, será
impura durante siete días; será impura como en el tiempo de la menstruación.
Al octavo día será
circuncidado el hijo, pero ella quedará todavía en casa durante 33 días…no
tocará nada santo ni irá al santuario hasta que se cumplan los días de la
purificación”
(Y me recuerda a mi madre,
que no podía ir ni al bautizo de su hijo-mi hermano hasta que pasados no sé
cuantos días debería “salir a la iglesia” a cuya entrada, antes de traspasar la
puerta allí estábamos el cura y yo, el monaguillo, con el agua bendita y el
hisopo para purificarla y, con el velo y un cirio en la mano derecha, y en la parte
delantera de la iglesia, muy cercana al altar, en un reclinatorio, el cura iba
desgranando oraciones para que se arrepintiera de sus pecados y poder quedar
purificada.
Y yo, que no entendía nada,
preguntándome cuál sería el pecado cometido por mi madre para estar impura. Y
no era otro que el haber hecho el amor con mi padre para que naciera mi
hermano.
Deseando incrementar el
rebaño del Señor para aumentar el número de adoradores, pero que esto sólo
podía conseguirse con la cama y el sexo.
No comprendía cómo podía
rechazarse y denigrase el sexo, como medio, si era la única manera de conseguir
adoradores de Dios.
No comprendía cómo podía desearse
un fin y, al mismo tiempo, rechazar los medios necesarios para ese fin)
“Pero si da a luz una hija
será impura durante dos semanas (14 días) …y se quedará en casa durante 66 días
(el doble de 33)…una vez cumplidos esos días, se presentará ante el sacerdote,
a la entrada del Tabernáculo…un cordero primal en holocausto y un pichón o una
tórtola en sacrificio por el pecado…y será pura del flujo de su sangre….si no
puede ofrecer un cordero tomará dos tórtolas o dos pichones, uno para el
holocausto y otro para el sacrificio por el pecado; el sacerdote hará por ella
la expiación y será pura”.
(Parecido a lo que hizo mi
madre 2.000 años después, aunque mi madre entregó dinero (no recuerdo a cuánto
ascendía la “donación”).
“Cuando la mujer tenga el
flujo de su sangre en su cuerpo, permanecerá siete días en su impureza y
cualquiera que la tocare será impuro hasta la tarde. Todo objeto sobre el que
se acueste o se siente, durante su impureza, será impuro. Cualquiera que toque
su lecho lavará sus vestidos, se bañará en agua y será impuro hasta la tarde. Y
todo el que tocare algún objeto sobre el que se sentó lavará sus vestidos, se
bañará en agua y será impuro hasta la tarde…y si un hombre se acostare con ella
su impureza recaerá sobre él y será impuro durante siete días, y todo lecho
sobre el que se acueste será impuro…y si el flujo de sangre durase más de lo
acostumbrado, será impura durante todo el tiempo que dure…cuando se cure de su
flujo contará siete días, después de los cuales será pura. Al octavo día tomará
dos tortas o dos pichones y los llevará al sacerdote a las puertas del
Tabernáculo, el cual…la expiará ante Yahvé de la inmundicia de su flujo”
También en los pueblos
vecinos estaba presente el flujo de las mujeres.
En Babilonia, para que el
varón no pudiera caer en la impureza, se enclaustraba a la mujer durante su
período crítico y todo varón que infringiera esta ley y tuviera comercio carnal
con ella sería castigado, seguramente que hasta con la muerte.
En el mazdeísmo el castigo
era de veinte latigazos para la mujer y de doscientos para el varón.
Era normal, en el pueblo
hebreo, que la mujer menstruante llevara vestidos que la hicieran fácilmente reconocible
como tal.
“No te acercarás a una mujer
durante el tiempo de su impureza para descubrir su desnudez” (ni esposa, ni
concubina, ni esclava). El castigo consistirá en “ser borrado de en medio de su
pueblo”
Realizar las tareas
domésticas, con la regla, sí, pero sin contacto alguno que pudiera incitar a un
acercamiento sexual, por lo que el marido no podía lavarle la cara o hacerle
abluciones en las manos ni en los pies.
Por lo que, también, servía
para esconder objetos cuando el marido no estaba, como Raquel con los dos
ídolos que robó de la tienda de Labán y que escondió bajo la albarda del
camello sentándose encima y diciendo que como estaba “con lo que comúnmente
tienen las mujeres” no podía levantarse y que no se acercase.
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