miércoles, 8 de marzo de 2017

ACOMPAÑANDO A J.L. SAMPEDRO (53) EUROPA

EUROPA
Eran los años 50.
El clima de posguerra fue terrible. Todavía se alargaban los años del hambre.
Vivíamos con una cartilla de racionamiento (guardo una de recuerdo, recuperada de la casa de mis padres y aún recuerdo ir al estanco a recoger el tabaco (la pota, el librillo Abadié y el “caldo de gallina”), que fumaba mi padre, así como ir a casa de la Señora Pulga, cuyo marido había muerto, a recomprárselo).
Había censura previa de todo, no se podía leer más que lo que permitían. A mi casa llegaban los fines de semana periódicos atrasados que nos mandaba un familiar, bien colocado en el régimen, desde Madrid)
En cuanto pude, pedí traslado a Madrid para poder estudiar y así, en los años 50, ya había terminado la carrera de Económicas.
Por estas fechas se produjeron las dificultades económicas más graves, hasta con problemas de escasez que obligaron a España a abrirse, pese a las diferencias políticas (yo era uno de los que llevaba a la escuela la rebanada de pan, azúcar y un vaso para, en el recreo tomar la leche en polvo que nos preparaba la Señora Julia, la partera, untar el pan en mantequilla al que le echábamos por encima el azúcar, y un trozo de queso amarillento, todo de la ayuda americana como recompensa a las bases que instalaron en España.
Se iniciaron relaciones con Francia y un funcionario del Banco de España, Juan Sardá, que era un funcionario ya experimentado de la época de la República, consiguió relacionar a los economistas de la OCDE con el Ministerio de Hacienda español.
Sardá dirigió una comisión encargada de las relaciones económicas de España con el resto de Europa.
Esa comisión estaba compuesta por funcionarios de distintos ministerios y durante unos cinco o seis años yo formé parte de ella con una participación activa en representación del Ministerio de Hacienda.
Naturalmente me hice europeísta enseguida.
Me refiero al ideal de una Europa unida que teníamos entonces y que, en el caso de los españoles, además, nos proporcionaba la esperanza de acabar con el franquismo.
Pero, de aquella Europa soñada y deseada hemos llegado a esta U.E. de hoy, formada por veintitantos países.
¿Qué país tiene hoy soberanía? ¿Qué país se cree, hoy, independiente? Bruselas manda y ordena y todos a obedecer según establezca Alemania y Francia.
Ni Estados Unidos es independiente.
En el mundo actual no hay esas independencias, hay interdependencias, pero no hay independencias.
Aquello de un país con sus fronteras y su castillo es ya el pasado.
Volviendo a esta Europa y a esta España nuestra: desde hace mucho tiempo estoy diciendo que a base de austeridad no se gana nada.
Si impones austeridad para pagar lo que debes, pero al mismo tiempo trabajas para crear riqueza, vale; en caso contrario, como se viene haciendo, no solo no arreglas nada, sino que lo empeoras.
El Gobierno español lleva un año sin hacer nada más que recortar, ¡austeridad, austeridad!
Con eso nos hundimos cada vez más. Y lo mismo han hecho otros países, incluso Francia, con matices y diferencias, también se encamina a lo mismo.
Lo único que sabe hacer este sistema es comprar la publicidad, comprar con dinero lo que quiere conseguir y quedarse con el beneficio para ellos.
Y educar a la gente para que sean productores, técnicos, buenos servidores, consumidores que se presten mucho a las especulaciones del mercado.
Pero eso se va a extinguir. Ya no estamos en 1900. Es otra vida.
El sistema ya no tiene ideas frente a las novedades. No sabe utilizar Internet como se podría y se debería utilizar, no se ha adaptado a las formas nuevas de comunicación, solo gestiona formas elementales.
Se han inventado muchas cosas en los últimos cien años que el sistema todavía no ha asimilado.
Con Internet pasa algo parecido a lo que ocurrió en el siglo XV con inventos como la imprenta, por ejemplo, que condujo a un mundo distinto.
Ahora pasa algo parecido: nuevas técnicas, nuevas formas de trabajo, nuevas formas de asociación, videoconferencias, teletrabajo.
El trabajo se puede organizar sin necesidad de movilizar todos los días setecientos mil automóviles.
Estamos ante cambios sustanciales aún por asimilar que pueden llevarnos tanto a barbaridades como a organizar la vida de un modo más humano, racional y equitativo.
Pero nos autoengañamos o quieren engañarnos.
Dividir 1 puesto de trabajo fijo, a tiempo completo y salario razonable, en 3 de trabajo precario, con períodos de paro y sueldos de miseria no es crear 2 puestos de trabajo. La porción de tarta es la misma aunque se divida en tres partes.
Se dice “otro mundo es posible”, a lo cual yo siempre he opuesto “otro mundo es seguro”, pero no depende de nosotros solos.

Nos hemos ensartado en una cadena y es toda la cadena la que arrastra los eslabones, además, esta oxidándose.

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