EL AMOR.
1.- Amor de hijo.
“Siempre intentaba llevarle a mi madre
unas lilas. Eran sus flores favoritas y, lógicamente, arrancarlas (en los
jardines) estaba prohibido, de modo que (tras cortarlas) tenía que esconderlas
debajo de la camisa para pasar el control de la salida. Hoy pienso que los
guardias se daban cuenta pero, por tan poca cosa, preferían hacer la vista
gorda; entonces, me sentía un héroe rindiendo homenaje a su dama”.
2.- Amor de padre.
Necesidad de ser y sentirse
responsable de una criatura, de sentirse necesario, de sentirse protector.
“Tuve a mi hija y, la verdad, ese fue un
gran momento, Sí, la niña fue algo grande, aunque a los pocos años me dio un
disgusto tremendo. (Fue) el día en que hizo pis ella solita. Sí, no se rían,
fue un gran disgusto. Yo me levantaba a media noche para ponerla, medio
dormidita, a hacer pis y una noche oigo a la niña, despierta, que se levanta
sola, la oigo mover el orinalito, sentarse a hacer pis y volver a la cama, y me
digo: “¡Vaya, por Dios, me quedé sin hija¡”. Sí, sí, ustedes no lo entienden,
pero sentir que la niña ya no me necesitaba fue duro. Algo parecido a cuando,
más adelante, vienen y te dicen que se casa- Bueno, no tanto, seguramente
exagero, pero me sentí desplazado”
Y después, la niña dejó de
ser niña y…
“…el vacío que experimenté al verla
marchar de casa. Sí, mi hija se casó felizmente (la perdí), me dio un nieto (me
hizo abuelo), estoy encantado, gané un hijo (lo que siempre se dice) todo lo
que Uds. quieran, pero siempre pierde uno un poco a su hija cuando llega el
momento de fundar su propio hogar. Para llenar ese hueco y vencer la
inevitable, aunque injustificada tristeza, me volqué en una novela divertida
que, en contra de mi costumbre, escribí compulsivamente en sólo tres meses: El
Caballero Desnudo”.
3.- Amor de abuelo.
“En el terreno personal, sin duda lo más
relevante fue el nacimiento de mi nieto, en el 80, que, a su vez y sin
propósito previo se convirtió en acontecimiento literario (…) No habría escrito
La Sonrisa Etrusca sin el nacimiento de mi nieto Miguel y
que….también fue escrita de un tirón, como respuesta afectiva al nacimiento de
mi nieto”
“Esos bracitos rodeándole la rodilla,
como la hiedra al olmo de la ermita. Por el muslo, entrañas arriba, anegando el
corazón y oprimiendo la garganta, la felicidad sube hasta los ojos del abuelo.
Antes de que se derrame por ellos, el viejo coge al niño y lo levanta hasta su
hombro sentado en esa manaza, enemiga de los guantes, donde cabe todo el
traserito infantil”.
“Ya en plena madrugada el viejo se
traslada a la alcobita….contempla al niño…y, absorto en sus cavilaciones, le
causa sorpresa ver al niño despierto, alzando silenciosamente sus brazos. Le
coge y se sienta con él en el suelo….el niño, antes de caer nuevamente en el
sueño, echa un bracito en torno al flaco
cuello. La suavidad de la manita conmueve al viejo…la voz del viejo se hace
susurrante, casi inaudible. “Mira, la verdad de verdad, niño mío, es que me
quedo porque te necesito”, ahora, sin ti, me derrumbaría…Así es, yo te defiendo
a ti, pero tú a mí, y juntos ganaremos nuestra guerra, te lo juro”.
4.- Amor de adolescente
(enamoramiento, amorío, flechazo).
“Yo tendría nueve años cuando apareció
en el cortijo de sus tíos, por primera vez; ella andaría por los trece o los
catorce. Solían considerarla una niña mimada y, efectivamente, era caprichosa,
impulsiva, exigente y disponía de todo y de todos. De mí, claro, como de un
pequeño sirviente muy a mano…yo saltaba a su voz como un perrito amaestrado. Viéndola
pensaba en los ángeles y en las hadas de los cuentos, con su largo y suelto
cabello rubio, que flotaba en el aire cuando se acercaba a caballo, pues le
gustaba montar en una jaquita. Poco a poco mi visión se hizo más terrenal, en
parte por oír más de una vez los ardorosos comentarios de los gañanes
aludiéndola, pero no por eso se enturbió mi adoración. Siguió siendo un ídolo,
una reina absoluta, sólo que en vez de admirar su cabello de amazona, me
faltaba la respiración cuando pasaba en bicicleta, descubriendo fugazmente unos
muslos que, luego, en mi jergón nocturno encendía mis insomnios… ¡La Duquesita ¡ No volví a
verla nunca desde mi destierro del paraíso. Pero fue el Amor, acariciándome
antes de presentarse como amor”
5.- Amor a las cosas, a los
objetos.
“La relación que yo mantengo con las
cosas es, muchas veces, ritual. Soy maniático de no tirar nada, creo que es una
muestra de respeto con los que los objetos significan”.
“Sólo el necio confunde valor y precio” –había sentenciado Machado.
También Sampedro cree que los
objetos poseen un valor que los hace dignos de ser amados.
“Las cosas son corporeizaciones del
pasado, guardan el recuerdo del momento en que se incorporaron a nuestra vida.
Tienen un valor de recordatorio y a la vez son compañeras. Una pluma que llevo
años usando es como una prolongación de mi cuerpo”.
Cosas que lleva consigo allá
donde vaya.
“Yo me enamoro de las cosas, soy un
maniático con las cosas a las que tomo cariño….me lleva a no querer cambiarme
de ropa: prefiero la ropa vieja a la nueva. Cuando estoy a gusto con una prenda
la llevo hasta que me la tiran o me la esconden. A veces me hacen la trampa de
sustituírmela por otra igual, pero no cuela, prefiero la que lleva meses o años
conmigo, aunque tenga bolitas. ¡Qué más da¡, también a mí me han salido canas y
arrugas”
“¡Qué tristeza no poder llevar consigo,
desde Tánger, el baúl de un nieto Miguelito, sus libros, sus juguetes, sus
cuadernos, sus pinturas,..¡”
¡Qué alegría cuando llegó y se encontró
en su habitación sus cosas de París, un lapicero, una cajita que sacó de Madrid
en el 37, los sellos con la efigie de Pablo Iglesias, la vieja manta, como su
segunda piel”¡
¿Quién ha dicho que las cosas
sólo sirven para ser útiles?
6.- ¿Amor a los animales?
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