SAMPEDRO Y LA GUERRA CIVIL
EN UNA ENTREVISTA le
recordaron que durante nuestra “incivil guerra civil”, esa en la que se cumplió
lo de “los justamente vencidos y los injustamente vencedores” había luchado con
los anarquistas primero y con los nacionales después.
Y así respondió:
“A mí me movilizaron. Yo era un chico que estudiaba y me
mandaron con siete u ocho compañeros a un batallón anarquista a cubrir bajas.
Pero resultó que era una gente estupenda. Me fascinaron, me dejaron encantado
de la vida. Tenían principios éticos muy notables, muy sólidos, y me dieron
unas lecciones de política y de una manera de vivir que a mí no me había
sugerido nadie nunca.
Pero el ambiente era aterrador. Recuerdo el momento de mi
incorporación a filas: llegamos de noche al campamento donde estaban acantonados
los soldados. Un escenario que daba miedo: noche en la alta montaña, en las
alturas de Santander y yo tenía solo 19 años. A la mañana siguiente yo, que
madrugo mucho, me levanté y salí. Había un regato de aguas y fui a lavarme.
Entonces apareció un viejo anarquista —la mayoría eran hombres mayores, de 30 o
40 años en adelante—, se acercó y me dijo:
.- “Hombre, tú eres de los chicos que
han llegado anoche”.
.- Y dije: “Sí, señor”.
..- A lo que me contestó: “Aquí no hay
señor, aquí no tenemos ni dios ni amo”.
Aquello en ese momento me chocó muchísimo, pero más tarde me
parecieron muy bien las dos cosas. Y a continuación me advirtió:
.-“Bueno, tú si te piensas pasar al
enemigo, ten cuidado porque si te vemos, te pegamos un tiro”.
Yo que, efectivamente, había llegado ahí con la intención de
pasarme, porque tenía en la cabeza la idea de orden y todo eso, le contesté:
.- “No, yo cómo me voy a pasar”.
.- Y él: “Anda, anda, tú con esas
manos…, tú tienes que ser de los otros”.
.- “Mire usted, yo no soy de nadie”
—repliqué— “yo no he hecho nada más que estudiar, no pienso hacer nada, acataré
las órdenes y se acabó”.
.- “Bueno, si eres buen chico, nos
llevaremos bien”.
Y efectivamente, nos llevamos muy bien. Era gente asombrosa. De
una energía, de una rectitud, de una ética que he visto en pocas ocasiones.
Me quería pasar, simplemente, porque mi familia quedó dividida
entre una zona y otra.
Yo estaba en Santander, que era una zona republicana del Norte,
donde se habían cometido asesinatos, se había matado gente y se habían hecho
cosas que a mí me parecían mal.
Y como, según las noticias que tenía, parecía que el orden, el
respeto, la creencia en Dios y en los valores que me habían sido inculcados,
estaban del otro lado, pues yo, sin formación política alguna todavía, pensaba
que allí estaban los míos, que allí estaba el bien.
Luego descubrí que no era así.
Cuando llegó el mes de agosto del año siguiente, el 37, y los
militares nacionales ocuparon Santander, pude ver cómo se asesinaba y se
mataba. Comprendí muchas cosas.
A los reclutas nos cogieron prisioneros. Como yo no tenía ningún
antecedente político de nada, como solo me habían reclutado, me movilizaron
también los otros.
Dejamos un fusil republicano para coger un fusil franquista. Los
soldados reclutados éramos más o menos iguales en todas partes. No había mucho
contraste.
Después, por mi condición de funcionario de aduanas, me hicieron
cabo interino, me encargaron cosas de contabilidad y secretaría y me libré un
poco de las obligaciones militares propiamente dichas.
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