¡Cuántas veces, de adolescentes-jóvenes enamorados, soñamos
juntos, abrazados y besándonos, en la felicidad que nos produciría ese
apartamento-estudio mínimo que no teníamos pero en el que, mientras cupiéramos
los dos, todo lo de alrededor sobraba!
¡Tú y yo, solos, juntos, la felicidad¡
Y hemos disparado la imaginación y soñado con esa felicidad
plena, siendo felices mientras la imaginábamos, pero como felicidad incompleta
a la que le faltaba el último capítulo de ese libro imaginario y que sería el
prólogo a los muchos libros vitales futuros juntos.
Esa pequeña estancia soñada, imaginada, era una isla de
felicidad.
Muchas cosas más nos hubiera gustado tener pero, sobre todo,
era la presencia constante, el nudo de dos voluntades libres que se aman.
Hoy, felices y en compañía, nos ahogaríamos en ese mínimo
estudio-apartamento.
Todos deseamos y corremos para conseguir la felicidad y
apresarla fuerte pero ésta, siempre, es escurridiza, siempre está un poco más
allá de donde la hemos apresado.
Todos los filósofos, a lo largo de la historia, han expuesto
y propuesto su concepto de felicidad.
Mientras unos la ponen en el placer, otros en la riqueza y
otros en los honores.
Cuando uno está enfermo pone la felicidad en recobrar la
salud perdida, mientras el pobre la pone en la riqueza, el inculto en la
cultura, el obligado solitario en una grata compañía y el que se arrastra en
esta perra vida la pone en estar sentado a la derecha del Padre en la otra vida
que, además, es eterna.
Ser felices, es sencillamente satisfacer todos nuestros
deseos de vida, y existen diferentes tipos de deseos, los cuales es importantes
tener en cuenta, dado que no todos son tan buenos como podríamos pensar.
Básicamente, tomamos como fundamento, los principios de
Epicuro, quien aseguró que existen 3 tipos de deseos:
Deseos Naturales y Necesarios
Deseos Naturales y No Necesarios
Deseos No Naturales y No Necesarios
Revisemos cada uno de estos tipos de deseos, y veamos cuáles
son mejores para tomar en consideración y cuáles no:
Deseos Naturales Y Necesarios
Un ejemplo de este tipo de deseos, es el comer. Saciar el
hambre.
Es natural querer comer, y es necesario
también hacerlo. Obviamente, hablamos de un deseo normal, no de exageraciones
como la gula, los percebes, la gamba blanca malagueña a la plancha o los
langostinos de Sanlúcar.
Este tipo de deseos, deberían estar satisfechos en todo
momento, y si logramos garantizarlos de por vida, tenemos un gran porcentaje de
felicidad alcanzado.
Deseos Naturales Y No Necesarios
Un ejemplo de este tipo de deseos, es el sexo. Tener
relaciones sexuales no es necesario. Si dejas de comer, mueres. Pero si dejas
de tener sexo, igual puedes seguir viviendo.
Ahora bien, si no satisfaces tu deseo natural de tener sexo,
difícilmente podrás ser feliz, porque en tu cuerpo y tu mente habrá
frustración.
Aquí también podemos considerar aquellos deseos como el de
crecer, aprender, establecer relaciones sociales, ayudar a otros y triunfar.
Este tipo de deseos son inherentes a nuestra naturaleza, y en complemento con
los naturales y necesarios conforman la verdadera felicidad.
(Aunque los renunciadores al sexo lo subliman con algo
considerado superior, como puede ser Dios)
Deseos No Naturales Y No Necesarios
Aquí encontramos la búsqueda de la fama, el poder político,
el deseo de manipular, el tabaco, la droga, o la generación de estatus social.
Es innecesario tener todo esto, podemos ser felices, lograr
grandes cosas, cambiar al mundo y ayudar a miles o millones de personas sin
necesidad de satisfacer deseos vanos como los mencionados.
Aparte de todo, no son naturales, nuestra naturaleza no
lleva inherentemente en sí la búsqueda de la fama o cualquier otro deseo
innecesario, por tanto aparte de ser un desperdicio de nuestro tiempo, esto
conlleva a la insatisfacción futura dado que todo, por lo regular, se basa en
un desequilibrio.
Satisfacer éstos deseos nos brinda alegría efímera, más no
felicidad. Aparte, pueden ser bastante complicados de lograr, por lo que en
definitiva nos centramos en los primeros
dos tipos de deseos, y con esto tenemos garantizada una vida plena.
Muchas personas dejan de lado el hecho de que es importante
satisfacer sus deseos.
Somos seres humanos, y en nuestro ADN cargamos una
naturaleza que nos lleva a sentir felicidad interior cuando llevamos a cabo nuestros
potenciales.
En tus manos está ser feliz y alcanzar la autorrealización.
La mejor manera de atraer la felicidad es centrase en satisfacer siempre, los
deseos naturales.
¿Y la riqueza?
No olvidemos que “los ricos también lloran” y sólo con la riqueza
no queda garantizada la felicidad, pero sin ella la desgracia está garantizada.
Ella sólo es un medio, aunque necesario, pero no es un fin.
El adagio afirma que “salud, dinero y amor”.
El dinero puede mantener la salud y facilitar el amor.
Pero, en sí mismo, el dinero no es un fin. Es como querer
tener un cuchillo.
El dinero y el cuchillo pueden “utilizarse” (“medios”) para
cosas maravillosas (ayudar a los hambrientos o cortar pan o jamón), pero
también para cosas horribles (sobornar a alguien o acuchillarlo).
“Dominio de las pasiones e indiferencia hacia los bienes”
dicen otros, los estoicos, para ser felices.
La fortuna, igual que los trae se los lleva, igual que nos
los da nos los quita.
La autosuficiencia, pues, es la felicidad,
Felicidad es el sosiego, la imperturbabilidad de ánimo, ni
“venirse arriba con un entusiasmo exacerbado” ni “venirse abajo y caer en el
hoyo de la depresión”.
Pero ¿la felicidad no debe consistir en “hacer”, en una
actividad?
Aristóteles fundó una nueva disciplina: la ética. La ética
estudia cuál es la mejor manera de comportarse para disfrutar de una vida
feliz. Así pues, la felicidad aristotélica es acción: es la práctica de
virtudes como la sobriedad, la generosidad o la sinceridad.
Y Aristóteles expondrá su teoría de las virtudes: tanto de
las virtudes éticas o morales (con su “teoría del “término medio”), como de las
tres virtudes dianoéticas o intelectuales (ciencia o episteme, nous-intelecto o
inteligencia y Sofía-sapiencia o sabiduría)
Los medievales, nacidos, alimentados y crecidos en la fe lo
tenían muy seguro.
Es Platón, pero bautizado, donde el Bien supremo, ahora, es
Dios.
Estar con Dios, en la otra vida, esa era la felicidad.
“Muero porque no muero”
El Renacimiento, en cambio, con su antropocentrismo puso la
felicidad en rodearse de cosas gratas, placenteras, disfrutando de esta vida,
que no quieren abandonar.
¿Y la ILUSTRACIÓN?
El Siglo de las
Luces aporta otra diferencia notable: en la mayoría de pensadores modernos la
búsqueda de la felicidad ya no es una cuestión personal, sino colectiva. Y si
la sociedad impide las aspiraciones humanas, será necesario transformarla.
Como el mañana es incierto y oscuro busquemos la felicidad
en esta vida, en el hoy y en el mañana, no en la otra vida, pero guiados tan
sólo por la nueva diosa (una vez apeado de los altares el Dios de la religión),
la Diosa Razón.
Pero si los paraísos celestes eran sólo utopías, los
paraísos terrestres intentados salieron infiernos.
Al establecimiento
de la felicidad universal debía contribuir una nueva virtud: la tolerancia
universal. ¿Quién puede negar su necesidad y sus ventajas?
Hemos de convivir no
solo siendo tolerantes con las ideas, también respetuosos con las personas.
Por desgracia, el
optimismo universal de los ilustrados no desembocó ni en la tolerancia ni en el
respeto ni en la concordia política.
Los filósofos no
gobernaron los Estados, pues lo siguieron haciendo los eternos Maquiavelos,
encarnados en los burgueses.
Tampoco hubo, por
supuesto, paz universal.
El progreso
científico también hizo progresar la capacidad militar de destrucción.
En cualquier
momento, el hambre y la peste aparecían y diezmaban algunas provincias.
"En todas
partes se sufría, como es ordinario. Sin embargo, la Europa occidental quería
persuadirse de que vivía en el mejor de los mundos posibles; y la doctrina del
optimismo era su gran recurso" (Paul Hazard).
La felicidad ilustrada tiene su traducción pragmática en Gran Bretaña: el UTILITARISMO.
Se trata de una
nueva versión del hedonismo, al modo de Epicuro: buscar inteligentemente el
placer y evitar el dolor. Ahí está la felicidad, único fin de los actos humanos
para Stuart Mill, "única prueba por la cual se juzga la conducta humana;
de donde se sigue necesariamente que éste debe ser el criterio de la
moral". Aunque parece un criterio moral claro y verificable, no lo es en
absoluto. Sus propios fundadores no se ponen de acuerdo.
Bentham ideó un
cálculo hedonístico para medir la mayor felicidad posible para el mayor número
posible. A su juicio, sólo el placer es la fuente genuina de la felicidad.
Después, Mill distinguió entre placeres
inferiores y superiores, según un criterio cualitativo: "Es mejor ser un
Sócrates desgraciado que un cerdo satisfecho.
MacIntyre, en su
Historia de la Ética, señala que el problema de escoger como criterio moral
conceptos como placer, deber o felicidad consiste en su degeneración. Nacen
como nociones que apuntan a ciertas metas, y se transforman en posibilidad de
dirigirse a cualquier meta. Si placer y felicidad significan algo diferente
para cada persona, el utilitarismo ya no sirve como criterio, y si significan
algo determinado, entonces es falso que todos los hombres lo deseen o deban
desearlo. Por otra parte, sólo se debe aspirar a la felicidad para el mayor
número cuando en la sociedad se aceptan normas básicas de conducta decente. ¿Qué
aplicación tendría el principio de máxima felicidad en una sociedad que pone su
aspiración común en el asesinato en masa de los judíos?
Julián Marías da una buena definición de “felicidad”: “el
imposible necesario”.
La buscamos dentro y fuera, aquí y allá, arriba y abajo,
pero siempre, cuando parece que….se nos escurre.
Si perseguimos las cosas es porque creemos que en ella está
la felicidad o que sólo ellas van a proporcionárnosla.
Me gusta la definición de “conjunto de todas aquellas cosas
que la voluntad es incapaz de no querer”.
Pero es una definición negativa. Como la de San Pablo cuando
le preguntaron qué era el cielo: “lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni
nadie puede imaginárselo”
Entonces ¿qué es?.
¿La buscamos? SÍ.
¿Quiénes? TODOS.
Pero no sabemos dónde buscarla aunque la buscamos con todo
lo que somos y tenemos.
Incluso ella parece jugar con nosotros. Llega sin avisar y
sin avisar se va, apenas apresada. Siempre fugaz y caprichosa.
Me recuerda a Galeano.
“La utopía está en el
horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre
diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para
caminar”.
¿Y hoy?
No olvidemos que la felicidad, su felicidad, no es
más que una emoción y, por tanto, un estado transitorio. La felicidad es
básicamente la ausencia de miedo, como la belleza es la ausencia de dolor.
Encontramos la felicidad en el camino que recorremos
mientras la buscamos, en cada paso que nos aproxima hacia ella y no tanto al
alcanzar el destino.
En el aprovechamiento de cada instante de felicidad que los
avatares de nuestra existencia nos permitan. Así pues, observe con perspectiva
y cierta distancia los grandes acontecimientos y no olvide disfrutar de las
pequeñas cosas.”
Y, para los valientes:
Teresa de Calcuta, desde su humanidad vivida y practicada,
así resume su concepto de “felicidad”:
El día más bello:
hoy.
La cosa más fácil: equivocarse.
El obstáculo más grande: el miedo.
El mayor error: abandonarse.
La raíz de todos los males: el egoísmo.
La distracción más bella: el trabajo.
La peor derrota: el desaliento.
Los mejores maestros: los niños.
La primera necesidad: comunicarse.
La mayor felicidad: ser útil a los demás.
El misterio más grande: la muerte.
El peor defecto: El mal humor.
El ser más peligroso: el mentiroso.
El sentimiento más ruin: el rencor.
El regalo más bello: el perdón.
Lo más imprescindible: el hogar.
La ruta más rápida: el camino correcto.
La sensación más grata: la paz interior
El arma más eficaz: la sonrisa.
El mejor remedio: el optimismo.
La mayor satisfacción: el deber cumplido.
La fuerza más poderosa: la fe
Los seres más necesitados: los padres.
Lo más hermoso de todo: el amor.
La cosa más fácil: equivocarse.
El obstáculo más grande: el miedo.
El mayor error: abandonarse.
La raíz de todos los males: el egoísmo.
La distracción más bella: el trabajo.
La peor derrota: el desaliento.
Los mejores maestros: los niños.
La primera necesidad: comunicarse.
La mayor felicidad: ser útil a los demás.
El misterio más grande: la muerte.
El peor defecto: El mal humor.
El ser más peligroso: el mentiroso.
El sentimiento más ruin: el rencor.
El regalo más bello: el perdón.
Lo más imprescindible: el hogar.
La ruta más rápida: el camino correcto.
La sensación más grata: la paz interior
El arma más eficaz: la sonrisa.
El mejor remedio: el optimismo.
La mayor satisfacción: el deber cumplido.
La fuerza más poderosa: la fe
Los seres más necesitados: los padres.
Lo más hermoso de todo: el amor.
¿Alguien da más?
Seguramente uno:
Vicente Ferrer.
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