El Estado es la institución política soberana, con
jurisdicción suprema sobre su territorio y capacidad exclusiva de promulgar
leyes.
El Estado tiene una estructura unitaria de poder, que pretende
ser legítima y permanecer a través de los cambios de gobernantes.
El poder del gobernante, con capacidad de imponer sanciones
y coacciones, debe ser reconocido y aceptado por los ciudadanos.
La aceptación social del poder depende de su legitimación o justificación.
En la Edad Media esta justificación es religiosa pues estima
que toda autoridad procede de Dios.
SAN AGUSTÍN.
Trece años después de Las Confesiones (autobiografía
“escrita en/con sangre”) Alarico y los godos entran y saquean Roma.
Los paganos acusan: “si con nuestros dioses paganos Roma
estaba en lo alto y ahora, tras la abolición por los cristianos del culto a
nuestros dioses, Roma cae en poder de los bárbaros, los responsables son los
cristianos”.
Con Constantino, con el Edicto de Milán,… de la no
persecución a los cristianos, a la libertad de cultos, para llegar a ser la
“religión oficial del Imperio”, aprovechando todos los resortes de éste y
facilidades para llegar a coincidir, en extensión, con los límites del Imperio.
Trece años tardó San Agustín en escribir “De civitate Dei”,
no sólo para defender la religión
cristiana, sino para atacar.
“Dos amores hicieron dos ciudades: “el “amor Dei”, hasta el
desprecio de sí mismos” dando lugar a Jerusalén, “la Ciudad de Dios o celestial”
y “el “amor sui”, hasta el desprecio de Dios” dando lugar a Babilonia, “la
ciudad del diablo o terrena”.
Ambas ciudades persiguen lo mismo: la justicia y la paz,
pero tienen concepciones diferentes de esas metas comunes.
Babilonia no debe identificarse con el Imperio pagano ni
Jerusalén con el Imperio cristiano.
No todo estuvo mal en el Imperio durante el paganismo.
La Ciudad de Dios no es lo mismo que la Iglesia Cristiana
sobre la tierra, aunque, posteriormente su libro fuese tomado como guía para
las relaciones entre Iglesia y Estado.
Decimos “ciudad” (ciudadanos) y no “urbe” (edificios,
calles,…)
La Iglesia mira al hombre “entero”, con su cuerpo y con su
alma y su meta es llevarlo, conducirlo, a la vida eterna.
En esta vida debe comportarse, interna y externamente, de
manera cristiana para merecer la vida eterna.
Mientras el Estado sólo se fija en la conducta externa de
los hombres, si cumplen o no las leyes. Los delitos sólo atañen a la conducta
externa, no así los pecados, que pueden ser “de pensamiento, palabra, obra y
omisión”.
La Ciudad de Dios, más que una Filosofía de la Historia es
una Teología de la Historia y en ella el poder religioso prima sobre el poder
civil, porque ser “hijo de Dios” es más que ser meramente “ciudadano”. La vida
eterna es más que esta mortal vida. Por lo tanto, la Iglesia debe informar con
sus principios al Estado y éste, por su parte, ha de prestar a la Iglesia el
apoyo de su poder para que ésta pueda realizar plenamente su misión.
El libro cuenta la Historia de la Humanidad, desde Adán y
Eva hasta la actualidad y es la historia de una lucha, la del Bien y la del Mal
y, aunque a veces parezca que el Mal va venciendo, al final triunfará el mal.
Es como el atleta que, para saltar más lejos, se distancia,
hacia atrás, para tomar más impulso.
La guerra –dice- no siempre es mala. El quinto mandamiento:
“no matarás” no queda infringido por quienes hacen la guerra, si la hacen bajo
la autoridad divina, ni tampoco por los verdugos, que la ejecutan en
conformidad con las leyes de los Estados.
No se glorifica la guerra, ni se la quiere como un fin, es
sólo un medio para conseguir la paz, una paz justa (aunque en toda guerra una
de las partes aparecerá como la “mala”).
De todas maneras el concepto de “paz” en San Agustín es muy
amplio. Así:
“La paz del cuerpo es la ordenada complexión de sus partes y
la paz del alma irracional la ordenada calma de sus apetencias. La paz del alma
racional es la ordenada armonía entre el conocimiento y la acción, y la paz del
cuerpo y del alma la vida bien ordenada y la salud del animal. La paz entre el
ser humano mortal y Dios es la obediencia ordenada por la fe bajo la Ley
Eterna. Y la paz de los hombres entre sí, es la ordenada armonía entre los
ciudadanos que gobiernan y los gobernados. La paz de la casa es su ordenada
concordia. La paz de la Ciudad Celestial es la unión ordenadísima y
concordísima para gozar de Dios y a la vez en Dios. Y la paz de todas las
cosas, la tranquilidad del orden”
¿Cuál será la culminación de ambas Ciudades?
Cristo volverá, al final de los tiempos, para juzgar a los
vivos y a los muertos, para rectificar la iniquidad de la vida presente, en que
los buenos sufren y los malvados prosperan.
Tras la resurrección del cuerpo cada uno irá a “su Ciudad”.
Unos al cielo, eterna felicidad, los otros al infierno, eterno sufrimiento,
donde irán los que no se hayan arrepentido de sus pecados, los herejes, los no
bautizados, sean adultos o niños (después, la Iglesia tendría que inventarse
ese otro lugar(¿) llamado “limbo” de los justos)
Un enigma que aparece en la obra. Y es que la elección de
aquellos que han de salvarse y de los que han de condenarse ya la hizo Dios
mucho antes de que unos y otros llegaran a la existencia o hicieran buenas o
mala obras.
Por lo que surge la pregunta, enigmática: ¿para qué sirve
pues ser bueno o malo en este mundo, en esta vida si ya….?
Es el misterio (más que problema) de la “predestinación”.
Es el “silogismo cornudo” que el diablo le planteaba a Santa
Teresa: “Si…..entonces…., peri si no…..entonces también…” ¿para qué pues…?
Aunque la Santa, vivaracha, le responde con otro “silogismo
cornudo”: “¿y tú por qué me tientas si….?”
No fue el Agustín joven y amable, el de las Confesiones,
sino el viejo, el de La ciudad de Dios, el que habría de tener más trascendencia
para la historia de la Iglesia, gozando de mayor autoridad que cualquier otro
Padre de la Iglesia y, sobre todo, con la Reforma. Calvino agudizó y endureció
la doctrina agustiniana igual que San Agustín lo había hecho con la de San
Pablo.
Aún hoy su figura sigue siendo fascinante para unos y
repelente para otros (porque, entre otras cosas, el concepto de sexualidad que
la Iglesia ha estado defendiendo hasta hoy es, ni más ni menos, que el que
tenía San Agustín, unas connotaciones negativas, pecaminosas,… mejor es el
celibato y la renuncia a la misma…).
Año 800. Coronación de Carlomagno como emperador del orbe
cristiano. Restablecer el antiguo Imperio Romano convertido ahora en Sacro
Imperio Romano Germánico bajo la suprema autoridad espiritual del Papa y la
temporal del Emperador, es el nuevo ideal de la Cristiandad Universal.
Sólo en el siglo XIII el Papa y el Emperador eran aceptados
como autoridades por casi todos los Príncipes de Occidente. Aunque los Teólogos
de la Universidad de París eran los que interpretaban la Biblia y los dogmas
cristianos.
Pero el surgimiento de las nacionalidades modernas, algunas
ciudades libres y varios reyes rechazaron que ni Papa ni Emperador metieran las
narices en sus naciones, numerosos teólogos rompen con el monopolio de Roma y
la Universidad de París pierde su hegemonía a favor de otras Universidades.
Sólo en el XIV se abre una nueva perspectiva con Guillermo
de Ockham y su propuesta de separación Iglesia-Estado, con dos ámbitos
distintos de actuación.
Su NO al cesaropapismo. El Papa sólo debe tener una
autoridad sobrenatural y moral, pero el poder político les corresponde a los
reyes. Por lo tanto NO a las investiduras. El Papa no tiene por qué investir y
dar el visto bueno al Rey y. menos aún, vestirse con tanto lujo y pompa, sino
vestir y ser pobre, vivir con austeridad.
Su NO a “el poder viene de Dios”. El poder viene del pueblo,
directamente o a través de sus representantes. Y el pueblo, que puede poner al
Rey, también puede deponerlo, si se comporta inadecuadamente.
La “soberanía reside en el pueblo”
Reyes y Papas en pugna. Felipe IV de Francia y Bonifacio
VIII, Luis de Baviera y Juan XXII. Aquellos por la no sumisión y la separación
de poderes, ésta por la preeminencia.
Todo el entramado medieval se viene, poco a poco, abajo.
Durante la Edad Media la prepotencia del poder eclesiástico
de someter al poder civil. Las cruzadas. Los monasterios y sus “scriptoria”.
Las catedrales. El gregoriano. El Trivium, el Quadrivium, las Artes y la
Teología. Las Escolástica y las Universidades. Santo Tomás. Las Órdenes
mendicantes. Las excomuniones. Las herejías. Las condenas. El predominio como
institución sobre toda otra institución. La fe y la razón: la armonía entre
ellos. La lucha contra el Islam.
Pero, después, todo empieza a cambiar. El Papa en Avignon.
El cisma de Occidente. La Reforma protestante y sus consecuencias políticas y
territoriales. Reparto del Cristianismo. Lutero en Alemania y otros
reformadores, Zwinglio y Calvino en Suiza, Enrique VIII en Inglaterra. Las
guerras de religión. El desprestigio paulatino de la Iglesia. Sus intentos de
renovación con Trento o la Antirreforma.
En el Renacimiento se impone la concepción antropocéntrica y
humanista, frente a la teocéntrica medieval.
La caída de Constantinopla, la invención de la imprenta, la
progresiva laicización de la filosofía, el inicio del abandono del latín y el
surgimiento de las lenguas nacionales, el desarrollo de las Matemáticas y de
las Ciencias Físicas, con los nuevos métodos científicos, el surgimiento de la
idea de progreso, fin de la Guerra de los cien años (entre Francia e
Inglaterra), la navegación marítima portuguesa y posterior española con el
descubrimiento de nuevos mundos, el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando
de Aragón, mientras Alemania e Italia dividida, políticamente, entre ciudades
libres, condados, ducados, principados,…No unidad nacional.
MAQUIAVELO.
En 1.492 muere Lorenzo el Magnífico y dos años después los
Médicis son expulsados de Florencia y el fraile dominico reformador Savonarola
hizo de Florencia, durante un breve tiempo, una república puritana, una especie
de “teocracia”. Pero pronto, tras cuatro años, caería en desgracia y sería
quemado como hereje en 1.498, pero la república florentina sobrevivió y uno de
sus funcionarios y diplomáticos era Nicolás Maquiavelo que sirvió, como
secretario de “Los diez de Valía”, en su Cancillería, una especie de Ministerio
de Asuntos Exteriores, desde el 1.498 hasta el 1.512, visitando las cortes
europeas y entrando en contacto, visitando y negociando con los políticos
europeos más destacados de su época.
Tenía, pues, un profundo conocimiento de los asuntos
europeos y de la conducta habitual de sus dirigentes.
Así que conoció la violación de promesas, juramentos y
tratados por parte de los príncipes y reyes, el poder corruptor del dinero, la
conducta deshonesta de los soldados mercenarios y sus jefes, el comportamiento
mendaz e hipócrita de numerosos obispos y cardenales,… y de todo ello sacaría
conclusiones, que expondría en El Príncipe.
En 1.512 vuelven los Médicis a Florencia y perdió su puesto
y, al ser, además, sospechoso de participación en una conspiración fue
torturado, encarcelado y desterrado, refugiándose en las afueras de Florencia,
una especie de arresto domiciliario, tiempo que aprovechó en escribir El
Príncipe (y otras obras), compendio de consejos y estrategias que ha de emplear
un monarca para lograr, conservar y fortalecer el poder.
Y como experiencia no le falta y estudio de la realidad
política europea e italiana, moderna y antigua, tampoco, en él explica cómo se
ganan y se pierden provincias y cuál es la mejor manera de ejercer su control
Él es el padre de la Política como ciencia. Con él se inicia
una nueva época en el pensamiento político, sin consideración alguna con la
Ética, con la Religión, ni con la Iglesia como Institución.
Se eleva a César Borgia, amigo y admirador suyo, hijo
ilegítimo del Papa Alejandro VI, español, que había ascendido al papado en
1.492, como modelo. Con el consentimiento de su disipado padre, recurrió al
soborno y al asesinato para apropiarse de la mayor parte de Italia central, en
beneficio de la familia Borgia, lo que sólo impidió la muerte de su padre y su
estar a las puertas de la muerte.
Pues a este César Borgia es al que propone Maquiavelo, como
modelo de destreza política, “ejemplo al que hay que imitar”
Frío y pragmático, Maquiavelo justifica el poder por el
poder, al margen de cualquier planteamiento moral. El príncipe puede mentir, si
lo considera necesario e imprescindible, igualmente que no cumplir con los
tratados firmados (“siempre habrá una justificación a la que acudir para ello”)
Impresiona el frío cinismo de sus consejos a los príncipes,
ajenos a toda moralidad, que deben esforzarse por parecer virtuosos más que por
serlo.
Debe aparentar ser liberal pero, una vez en el poder, hay
que olvidar toda liberalidad. Parecer oveja, pero ser lobo.
Debe desear que se le considere clemente antes que cruel
pero, en realidad, es mucho más seguro ser temido que ser amado. Debe infundir
miedo, pero debe evitar que lo odien y, para eso, nada mejor que no tocar ni a
sus mujeres ni a sus bienes. “Los hombres olvidan antes la muerte de su padre
que la pérdida de su patrimonio”.
Nada que ver este viraje con la concepción griega o medieval
o humanista de la política, lo que supone una crisis y un corte con los valores
hasta ahora.
Maquiavelo no sólo consagra la ruptura entre el “ser” y el
“deber ser” sino que es la escisión misma la que se erige como principio
fundamental.
Según la Filosofía Medieval la Política se fundaba en la
Moral Natural y ésta en un orden metafísico, en la Naturaleza Humana y en
última instancia, en Dios.
El comportamiento político debía regirse por principios
morales.
El Príncipe, el gobernante, debe actuar sin tener en cuenta,
para nada, a la moral. Desliga ambos campos. La Política es una ciencia (o un
arte) autónoma e independiente, no subordinada a nada, ni a la Ética ni a la
Metafísica. Es totalmente empírica y fenoménica, se mantiene en el plano de los
hechos y prescinde de toda referencia a ideales y a normas universales.
En Política lo que cuentan son los resultados. La bondad o
maldad de los medios empleados no debe tomarse en consideración. Cualquier
medio es válido si se consigue el objetivo, sea el engaño, la violencia, la
astucia, la violación de tratados, la crueldad, la utilización de la
religión,….
En Maquiavelo se unen un “pesimismo antropológico” a un
“pragmatismo político”.
El gobernante debe ser astuto y fuerte, como león y zorro,
sin escrúpulos a la hora de emplear cualquier género de fuerza o de violencia,
pues “la razón de Estado” justifica los métodos más crueles e inhumanos.
¿Mantenerse fiel a la palabra dada? Siempre habrá razones
plausibles para romper una promesa. Sólo hace falta habilidad, hasta para
engañar.
Debe aparentar ser, hablar y comportarse como si fuera la
personificación de la clemencia, de la integridad, de la buena fe y buenas
intenciones, de la humanidad y de la religión PERO, para preservar su
principado tendrá que quebrantar, con frecuencia, todas esas reglas.
El Príncipe debe hacer lo que tenga que hacer por “razón de
Estado”, éste es el máximo y único criterio de actuación, sin otro miramiento.
Puede, por ejemplo, enviar a un militar, con “licencia para
matar”, a fin de poner orden en un territorio díscolo y, cuando, a base de
represión, violencia y muerte lo haya conseguido, ante el descontento de la
población se presenta él, el príncipe, el gobernante, y ante el mismo pueblo
asesina al represor, enviado por él.
Si se consigue, “todo vale”.
La “Razón de Estado” como criterio político.
Señala como el “Rey más destacado de la Cristiandad” a
nuestro Fernando de Aragón que, con su matrimonio había conseguido la unidad de
España, la paz tras tantos años de guerra, poner fin al reino moro de Granada,
apoyar a Colón, había expulsado a los judíos y a los moros, hasta había
obtenido del Papa Sixto IV el establecimiento de una Inquisición española
independiente, y de Alejandro VI una bula que dividía el nuevo mundo
descubierto, entre Portugal y España, quedándose con “la parte del león”.
Destaca en él su “piadosa crueldad”
Francia había logrado su unidad con Carlos VII y Alemania,
aunque dividida, vivía en paz, libre de injerencias extranjeras, al revés que
Italia, su “patria”, que se desangraba en guerras intestinas. En la que
numerosos príncipes de pequeñas provincias teóricamente independientes, buscaba
apoyo en las potencias extranjeras para poder subsistir y que, con frecuencia,
acababan sucumbiendo ante el yugo de sus protectores.
Esto le duele a Maquiavelo. Porque, además, Italia tiene un
desarrollo cultural y artístico, lo que contrasta con su situación política.
Se dirigió a la poderosa familia de los Médicis invitándoles
a llevar a cabo una reforma radical de las costumbres y de los ejércitos, con
el fin de comenzar una “guerra justa” que permitiera llegar a que Italia fuera
un Estado Nacional.
Llamar a alguien maquiavélico es un insulto, equivalente a
engañoso, hipócrita, pérfido y lleno de doblez. Persona a la que no le importa
utilizar medios crueles, incorrectos, ilegales, inmorales,…con tal de conseguir
los fines que pretende.
En una palabra, obrar según el principio: “EL FIN JUSTIFICA
LOS MEDIOS”, sean éstos los que sean.
La obra de Maquiavelo no pretende ser un tratado de Moral,
ni de Filosofía Social o Política, sino de Política Positiva, de la Política
fáctica que él había observado en su época y que había leído en los Tratados de
Historia.
Su pecado (¿) fue decir, en “voz alta”, lo que casi todos
los consejeros políticos de su tiempo (y los de todos los tiempos) dicen en
“voz baja”.
El Príncipe constituye una exposición machacona y
reiterada de “realismo político” que, a
veces, resulta cínico y brutal.
A pesar del antropocentrismo y de una visión optimista del
hombre en el Renacimiento, tanto Lutero como Maquiavelo adoptaron una visión
pesimista.
Los seres humanos son malos por naturaleza y, dejados a su
arbitrio, se portan egoístamente y tienden a prescindir de toda clase de
principios morales. Surge, pues, la necesidad de crear el Estado como medio
adecuado a poner fin a aquella situación y ordenar la convivencia humana.
El Estado será el que imponga normas morales (costumbres,
“mores”) y leyes pero él permanece fuera de ellas y sólo dentro del Estado
rigen, luego no es el Estado quien deba someterse a ellas, sino al revés. Tanto
las normas morales como las leyes positivas surgen en el seno del Estado, no
son previas a él, y el príncipe puede usar de ellas según su conveniencia.
El príncipe y el Estado se encuentran en un estado
metamoral.
Una vez desaparecido el feudalismo comenzaban a formarse los
estados modernos, fuertes y centralizados.
En este contexto no debe extrañar que Maquiavelo eleve a
norma suprema del político “La razón de Estado” en que “toda conducta, toda
ley, todo principio, toda religión,…debe subordinarse a los intereses del
Estado y, en último término, a la voluntad del príncipe que gobierna.
La virtud del gobernante no es/no tiene que ser una virtud
moral, sino la fuerza y la astucia para conseguir lo que se propone. Cuando sea
necesario debe ser fuerte como el león y, cuando no, astuto como la zorra.
La norma suprema del príncipe, una vez en el poder, es
mantenerse en él y fortalecerlo, buscando la eficacia, ajeno a toda
consideración moral, ética o religiosa.
Hay que estar vigilantes, desconfiar y atento a los peligros
que la fidelidad y la amistad traen consigo.
No hay que fiarse de nadie.
Y quienes no le amen, que al menos lo teman.
Como en el Renacimiento es el hombre, y no Dios, el centro
de la sociedad, el ciudadano gana protagonismo político y aparece como la clave
del orden político y social.
Por lo tanto, como “el poder ya no viene de Dios” sino que
“reside en el pueblo”, el modelo de justificación política que se impone es el
“contrato entre todos los ciudadanos, miembros de la sociedad”.
Se imponen, pues, las Teorías del Pacto.
Pacto Social entre hombres libres e iguales.
Y serán Hobbes, Locke y Rousseau los principales defensores,
aunque de manera distinta, del origen y legitimación contractualista del
Estado.
TH. HOBBES (1.588 – 1.679)
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