Y él contestó, diciendo:
“Vuestra alma es, a menudo, como un campo de batalla, en el
que vuestra Razón y vuestro Juicio dirimen una guerra contra vuestra Pasión y
vuestros Apetitos”.
Desearía ser el pacificador de vuestra alma, poder
transformar la discordia y la rivalidad de vuestros elementos en unidad y
armonía. Pero ¿cómo hacerlo, a menos que vosotros mismos seáis asimismo los
pacificadores, es decir, los amantes de vuestros elementos?.
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Vuestra Razón y Vuestra Pasión son el timón y las velas de
vuestra alma marinera. Si vuestras velas o vuestro timón se rompieran,
solamente podríais dar bandazos y ser arrastrados por el mar, o, en todo
caso, permanecer a la deriva en medio
del océano. Pues la Razón, cuando gobierna sola, es una fuerza que ata; y la
Pasión, desgobernada, es una llama que arde hasta su propia destrucción. Permitid,
por tanto, que vuestra alma exalte vuestra
Razón conduciéndola a la cima de la pasión y, así, pueda cantar. Y permitidla
dirigir vuestra Pasión con Razón, de manera que pueda vivir gracias a su propia
resurrección cotidiana, y, como el ave Fénix, surgir de sus propias cenizas.
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Desearía que cuidaseis vuestro Juicio y vuestros Apetitos,
como lo haríais con dos personas queridas en vuestro hogar. Seguramente no
honraríais a una persona más que a la otra; porque, quien atiende
preferentemente a una sola, perderá el amor y la confianza de ambas.
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Cuando en las colinas os sentáis bajo la sombra fresca de
los blancos álamos, compartiendo la paz y la tranquilidad de las campiñas
lejanas y de las praderas, permitid, entonces, que vuestro corazón exclame en
silencio: “Dios se apoya en la Razón”.
Y cuando arribe la tormenta, y el poderoso aire agite el
bosque entero, y el trueno y el relámpago proclamen la majestad del cielo,
dejad, entonces, que vuestro corazón diga, con temor: “Dios se mueve en la Pasión”.
Y como vosotros sois un hálito en la esfera de Dios y una en
su bosque, también vosotros os apoyáis en la Razón y os movéis en la Pasión”.
El Profeta. Gibrán Kalhil
Gibrán.
LA RAZÓN Y LA PASIÓN.
LA PASIÓN Y LA RAZÓN.
Y los hombres las hemos echado a luchar, como si ellas
fueran incompatibles, excluyentes. O una o la otra.
Desde la Filosofía y, sobre todo, desde la Religión, se puso
todo el empeño en el platillo de la Razón, por aquello de que ésta habita en el
alma, mientras que la Pasión se manifiesta en el cuerpo.
Entre la opción: o cuerpo o alma, nunca ha habido duda, se
apostó por la Razón.
Desde que Aristóteles definiese al hombre, (entre otras
definiciones) como “zoon logicon”, como “animal racional”, todos lo repetimos,
ya, constantemente y lo damos por asentado.
Pero que “el hombre sea animal racional” no quiere decir que
“sólo sea racional”.
Pero en Atenas, en Delfos, junto al Santuario dedicado a
Apolo (el dios de la luz, de la razón, de la claridad, del día, de la sensatez…
del alma), estaba el teatro dedicado a Dionisos (el dios de las tinieblas, el
dios de la noche, de la juerga, de la jarana, el dios del vino, del placer
corporal).
Nietzsche nos lo recordaría constantemente, con su
contraposición “apolíneo-dionisíaco”, equivalente a la dualidad Razón-Pasión, despotricando
contra Sócrates, que apostó todo y sólo por la Razón, por la luminosidad de la
Razón, frente al fondo oscuro de la Pasión, la actividad sobre el descanso. Su
obsesión por Saber desembocará en un determinismo intelectual, que imposibilita
la libertad.
Mientras para los pre-socráticos se buscaba el equilibrio,
la armonía, entre esas dos grandes fuerzas, Sócrates asfixiará por
estrangulamiento, a una de ellas.
Pero si ahogamos la afectividad se seguirán manifestaciones
patológicas, al igual que si asfixiamos la racionalidad surgirán
racionalizaciones fantásticas, que concluirán en supersticiones y en creencias
absurdas.
“El sueño de la razón produce monstruos” nos había señalado
el sordo aragonés. Y como somos enemigos de los monstruos no debemos dejar que
la razón duerma y no intervenga.
Los mecanismos psíquicos buscan, siempre, compensar sus carencias, aunque no siempre sea de un modo sano.
Para Sócrates, como sabemos, el Saber es el paso obligado
para el Obrar y de aquí desembocar en el Ser.
Quien Sepa qué es, realmente, la virtud, Obrará
virtuosamente y Será una persona virtuosa.
Hay que comprender a Sócrates en su Atenas del alma, con una
democracia devaluada, con una democracia restaurada, tras los 8 meses del
gobierno de los 30 tiranos, y que en nada se parecía, ya, a la primera y excepcional
democracia ateniense, la de Pericles y la Ilustración griega.
Los sofistas estaban enseñando el relativismo moral y los
jóvenes, por ellos preparados, tomaron las riendas de la polis.
¿Puede ser justo quien no Sabe qué es la justicia?.
Sócrates es un Racionalista, y sólo racionalista. El hombre,
para él, es/debe ser “sólo racional”. Sólo la Razón puede salvar a Atenas.
El hombre es racional, pero no sólo es racionalidad. Hay
también, en él, factores “irracionales” (no en el sentido de “antirracionales”
sino de “a-racionales”), que son los que, en realidad, mueven al hombre a la
acción, al conocimiento, a la relación con los demás, a la construcción de la
voluntad.
Razón, (alma) sí, pero también deseo, sentimiento, afecto
(cuerpo).
Aunque la presencia de lo irracional en el ser humano ha resultado siempre molesta a ciertas corrientes del pensamiento occidental, al Intelectualismo (mejor denominación, y preferible, que Racionalismo).
El triunfo de Apolo sobre Dionisos nos obligó a la seriedad,
olvidándonos de lo festivo y convirtiendo a la noche en la prolongación de la
luminosidad.
Ese ha sido el lema de Occidente: “Hay que imitar a Sócrates
e implantar, de manera permanente, contra los apetitos oscuros, una luz diurna,
la luz diurna de la Razón. Hay que ser inteligentes, claros, lúcidos, a
cualquier precio. Toda concesión a los instintos, a lo inconsciente, conduce
hacia abajo” (Nietzsche. “Crepúsculo de los ídolos” (o “Caída de los dioses”)
Aunque (afirmamos muchos) que lo que Sócrates defendió no
fue el frío intelectualismo, a la busca y captura de simples verdades, sino esa
otra forma de intelectualismo, el “Intelectualismo moral”.
Lo cierto es que el deseo y la pasión representan la
dimensión dinámica de la mente. Ellos son el motor de arranque, ellos son el combustible
que mantiene al motor de la razón o de la mente en movimiento.
La ausencia de combustible conlleva la parada del vehículo.
La sola presencia del combustible no garantiza el movimiento
del vehículo.
Sin coche no hay movimiento, sin gasolina, tampoco. Ambos
son necesarios.
El deseo y la pasión son la energía, la fuerza, que pone en
movimiento a la inteligencia.
Cuando Spinoza nos habla del “conato” como constituyente de
la esencia humana está actualizando el concepto griego, de los estoicos, de
“hormé” (“tendencia o esfuerzo de los animales a conservarse en la
existencia”).
“Este esfuerzo (“conatus”), cuando se refiere al alma sola,
se llama “voluntad”, pero cuando se refiere a la vez al alma y al cuerpo, se
llama “apetito”; por ende, éste no es otra cosa que la esencia misma del ser
humano, de cuya naturaleza se siguen, necesariamente, aquellas cosas que sirven
para su conservación, cosas que, por tanto, está determinado a realizar.
Además, entre “apetito” (“appetitus”) y “deseo” (“cupiditas”) no hay diferencia
alguna si no es la de que el deseo se refiere generalmente a los humanos en
cuanto que son conscientes de su apetito” (Spinoza, Ethica).
En el ser humano, pues, hay una fuerza radical que se puede
llamar, según los casos, “apetito”, “deseo”, “voluntad”.
Apetecer, desear, querer.
Me apetece, deseo, quiero.
Esta energía no es sólo el esfuerzo por conservar la
existencia, es, sobre todo, el esfuerzo por vivir mejor, por una vida más
plena, una “supra-vida”.
Cuando ésta se consigue aparece/se muestra la pasión llamada
“alegría” y si no, aparece/se muestra la “tristeza”, que son, según Spinoza,
las dos pasiones fundamentales.
Porque vivir no es sólo la existencia biológica.
Nietzsche nos lo recuerda y nos lo explica mejor cuando
afirma que “todo ser viviente hace cuanto puede no sólo por conservarse, sino
por ser más”. Y este esfuerzo por ser más es lo por él denominado “voluntad de
poder”, esa energía psíquica, esa fuerza vital que te empuja a la superación, a
ser más, a ir más allá, a superarte constantemente.
Y quien culmina esta tendencia es Freud, que es el que más
ha destacado el carácter enérgico o energético del psiquismo.
El problema que tienen o que tenemos con las pasiones es que
no podemos recurrir a la experiencia ajena.
Podemos estar empleando las mismas palabras (amor, odio,
miedo…) pero no sabemos si lo que la otra persona siente es lo mismo que lo que
sentimos nosotros.
¿Qué significa “amar”?, nadie me lo puede explicar, tengo
que ser yo el que ame y el que sienta el amor. Pero no puedo saber, con
certeza, que “eso” que yo siento es lo mismo que lo que sienten los demás.
No se puede mostrar el amor (“el amor es eso”) como si fuera
un objeto exterior, como sí se puede mostrar un color (“esto es el color
rojo”). Es la intimidad de los sentimientos lo que impide que sean
objetivables, es decir, convertibles en objetos de observación intersubjetiva.
Es la llamada “intimidad” de los sentimientos.
Los deseos parecen ser “movimientos”, mientras que las
pasiones parecen ser “estados”.
En el hombre podemos encontrar tres sistemas de actividad:
1.- El sistema cognitivo.
2.- El sistema impulsivo (orientado a la acción).
3.- El sistema hedónico (placer-dolor).
Estos tres sistemas se encuentran en íntima correlación. La
percepción de un objeto (conocimiento) puede determinar el deseo, que
desencadena la acción (impulsivo) y la consecución o no de del objeto
determinará diversos estados afectivos (placer, alegría… o dolor, malestar,..).
Ahora puede comprenderse mejor la diferencia entre la mente humana y el ordenador. Éste sólo posee un sistema de procesamiento de información, pero ni experimenta deseos ni se ve “afectado” por la información que recibe, por lo que no estará ni alegre ni triste.
Lo que hizo el ordenador de la nave espacial “2001. Odisea
en el espacio”, protestar y entonar una triste canción cuando iba a ser
desconectado, es, sencillamente, falso.
Razón y Pasión. Pasión y Razón.
Es el DUALISMO, clásico, que, en filosofía, se usa con dos
sentidos distintos.
En un sentido más general se denomina DUALISTA toda
contraposición entre dos tendencias, entre dos elementos o entre dos cualidades
que se consideran irreductibles entre sí (Razón vs Pasión, Bueno vs Malo,
Material vs Espiritual,….).
En un sentido más restringido se llaman DUALISTAS a los que
afirman la existencia de dos substancias, la material y la espiritual, mientras
que los MONISTAS no admiten más que una.
Aquí estamos viendo a ambas, combinadas.
Si la corporalidad ha sido, a menudo, pensada como una
realidad natural, como algo que nos es dado y se nos impone de forma innata, lo
mismo cabe decir de aquello que ha sido tradicionalmente vinculado con el
cuerpo: los deseos y las pasiones.
Esta vinculación se apoya en el hecho de que la vida
afectiva humana, nuestros sentimientos y emociones, tienen un componente
corporal. Así, cada emoción va acompañada de reacciones de carácter
fisiológico: por ejemplo, el miedo, por una retirada de la sangre del rostro
hacia las piernas y un estado de alerta general en todo el organismo; o la
sorpresa, que se manifiesta en el arqueo de las cejas; o la tristeza, por la
disminución general de la energía y del entusiasmo en las actividades vitales;
la vergüenza; el remordimiento; la alegría….
Fenómenos psíquicos que se manifiestan somáticamente. Pero
si el cuerpo, desde los griegos, es la parte mala del hombre y, para el cristianismo,
“la carne” es uno de los tres enemigos del alma,….
Por otra parte nuestra vida está orientada por las
sensaciones de agrado y desagrado que la acompañan: buscamos o amamos lo que
nos causa placer y bienestar y rechazamos y evitamos lo que nos causa dolor,
sufrimiento,…
Quizás por este entronque corpóreo tradicionalmente se suele
utilizar la palabra “pasión” para
referirse a aquello que nos afecta, a lo que padecemos involuntariamente, frente a lo que hacemos libremente.
“Nos
pasan (padecemos, sufrimos) cosas, sin quererlo, involuntariamente, pero
también hacemos cosas, libre y voluntariamente.
En su origen etimológico, el término griego “pathos” (en latín “passio”) tiene el significado de “padecer”, “sufrir algo”, “recibir algo de manera pasiva” (esta acepción permanece en castellano, cargada de connotaciones religiosas: “la pasión de Cristo”, lo que sufrió, padeció, sin quererlo ni buscárselo). De ahí que las pasiones, o la pasión, hayan sido siempre consideradas como lo opuesto a la acción, entendiéndose que ésta está vinculada a nuestra capacidad creadora y moldeadora.
“Hacemos” y “padecemos”, “sufrimos”.
En relación con este sentido de pasividad del sujeto ante
las pasiones que lo agitan o lo invaden (la alegría o la tristeza, el miedo, el
deseo, el odio o el amor…) la tradición filosófica occidental generó un
DUALISMO de enorme influencia que, a su vez, dio lugar a posiciones opuestas.
Por un lado el RACIONALISMO,
teoría que, con más o menos énfasis, ha considerado que la RAZÓN, en tanto
que extraña, distinta y superior a los deseos y pasiones, es la encargada,
tiene la misión de encauzarlos, dominarlos, dirigirlos, o bien reprimirlos y
erradicarlos.
SÓCRATES, por el que según Nietzsche, “entró el mal en el
mundo” al erradicar todo lo que suene o huela a pasión, sólo acepta a Apolo y
reniega de Dioniso. El único placer será el placer intelectual, saborear el
saber, el sabor del saber, la sabiduría, la sola y toda razón. El hombre es,
sólo, racional. La dignidad humana sólo reside en su alma y sus actividades.
PLATÓN, uno de los creadores y más claros representantes de
esta Tradición Racional, ya expuso en el Mito del carro alado su concepción del
hombre. La vida interior del hombre era la lucha sostenida por un auriga (La
Razón) que quiere guiar un carro llevado por dos caballos, uno dócil y
obediente (los sentimientos buenos) y el otro rebelde y hostil (las pasiones y
deseos corpóreos, la sensualidad).
La vida buena consistiría, entonces, en el control del
auriga sobre el carro, logrando el sometimiento de los deseos y sentimientos a
las exigencias de la Razón.
ARISTÓTELES definirá al hombre como “Zoon logicon”, “animal
Racional”; y entre los dos tipos de virtudes, considerará superiores las
Virtudes Dianoéticas o Intelectuales sobre las Virtudes Éticas o Morales.
Y esta tradición, exclusivismo de la Razón como lo
específicamente humano, que arranca en Grecia (aunque quizás puedan encontrase
antecedentes en Oriente) tiene en
Los ESTOICOS sus representantes más radicales (las pasiones,
como perturbaciones del alma, deben ser erradicadas, eliminadas, para dejar el
ánimo libre). Su doctrina de la “a-patía” y la “ataraxía” lo dice y lo resume
todo.
Esta concepción estoica le vino como anillo al dedo al
CRISTIANISMO a lo largo de toda la Edad Media, eso sí,
esclavizando a la Razón poniéndola al servicio de la fe y de la revelación,
pero en su lucha contra el cuerpo y sus pasiones no se quedó atrás.
La EDAD MODERNA será la realmente Racionalista, cuando su
campo de actuación sea todo lo que ocurre en el cielo y en la tierra y surja y
se desarrolle la Ciencia en sus múltiples vertientes.
Pero el RACIONALISMO del XVII (Descartes, Leibniz,
Spinoza…), técnicamente, en historia de la filosofía, es la forma de entender
el Origen del Conocimiento, basado en la Razón (frente a la otra gran corriente
gnoseológica o epistemológica del EMPIRISMO, que primaba la experiencia como
primera y principal fuente de conocimiento y única para el conocimiento de lo
que realmente existe).
La Ilustración del XVIII y la Diosa Razón es el zenit del
apogeo de la razón, aplicable, ya, a todo.
Esta Diosa Razón sí abarcó ya todo lo abarcable y apostó por
la superioridad del elemento racional frente al emocional, vital, impulsivo,
instintivo, sentimental, pasional…
Sólo en este sentido RACIONALISMO se opone a IRRACIONALISMO,
a VITALISMO, a EMOTIVISMO, a SENTIMENTALISMO,…
En la ACTUALIDAD estamos asistiendo, a diario, al triunfo de
La Razón en sus múltiples y variados descubrimientos así como encargamos a la
Razón la educación en el dominio y control de las pasiones, como algo que
invade, nubla y somete al psiquismo.
La Pasión ha tenido, tradicionalmente, y sigue teniendo una
mala fama, una mala prensa, siempre asociada a algo no bueno.
Reina y triunfa el sentido peyorativo de la misma. Es,
realmente malo, estar “ciego de pasión” o ser “esclavo de sus pasiones” o ser
“demasiado apasionado” y, por lo tanto, poco objetivo.
Sin embargo, como reacción, surgió el Romanticismo.
Pero ¿y la pasión por la verdad?. ¿Y la pasión por la
justicia?. ¿Y la pasión por la paz?. ¿y la pasión por el amor, o por la
literatura, o por la poesía, o por…?
Frente al Dualismo omnipresente a lo largo de la historia,
hoy, cada vez más emergen planteamientos que rechazan esa oposición entre Razón
y Pasión y se prefiere hablar de
emociones racionales y distinguirlas de las emociones irracionales.
Hoy está de moda la “Inteligencia emocional” de Daniel
Goleman, que afirma la imposibilidad de separar la inteligencia humana de la
capacidad afectiva o sentimental, abogando, pues, por la Integración.
Incluso, hoy, el término “pasión” se usa en la vida
cotidiana para indicar una inclinación o preferencia (“tiene pasión por el
fútbol”), o para describir un rasgo de la personalidad (“es una persona muy
apasionada”).
Hoy, para referirse a la “pasión” antigua se habla de “vida
emocional o afectiva”.
Hoy se aboga por la integración de ambas perspectivas, la
sentimental y la racional, subrayando el papel de las emociones y de los afectos
y sentimientos como estímulos de la acción, así como la capacidad modeladora
que la cultura y la razón tienen respecto de la vida afectiva.
En esta “vida afectiva” hay que incluir:
.- Afectos (inclinación o rechazo hacia una persona, un
objeto, una acción…) y las sensaciones de agrado o desagrado que las acompañan.
.- Sentimientos
(tendencia que incluye una dimensión evaluativa de la situación).
.- Emociones (estados de ánimo y todo cuanto nos impulsa a
actuar y que suele ser un sentimiento breve de aparición repentina (furia,
ira).
.- Deseos (conciencia de una necesidad o de una atracción).
Las sensaciones de placer y dolor, los deseos y los
sentimientos, son experiencias afectivas que sirven para orientarnos al actuar.
INTEGRACIÓN DE LO AFECTIVO Y LO INTELECTUAL.
La inteligencia va guiada por lo que más estimamos y
apreciamos; y es propio de los sentimientos incluir una valoración en la que
interviene la inteligencia.
Un padre, sacrificándose por sus hijos, para costearle unos
estudios, es una decisión en la que se entremezclan, de manera inseparable, sus
sentimientos paternos con su evaluación o estimación de aquello que es
preferible en la vida.
Es su estimación afectiva la que guía su vida intelectual.
¡Qué diferencia con un ordenador, incapaz de estimación afectiva que dirija su acción¡
Hoy estamos viviendo, instalados, en plena vorágine
genética. Y aunque es verdad que la afectividad humana tiene una base genética,
de manera que el carácter viene determinado genéticamente, sin embargo, ese
componente genético es moldeado y modificado por la influencia de la
experiencia y del conocimiento.
Aunque se nazca con un cierto temperamento, con una
predisposición a ser una persona más o menos activa, abierta o tímida, esa no
es la última palabra sobre el carácter que se desarrollará.
La experiencia y la capacidad para controlar y dirigir las
propias emociones resultarán determinantes en la conformación de la
personalidad.
La inteligencia humana tiene la capacidad de modificar y transformar
la vida afectiva de una persona.
Aprendemos a amar lo que consideramos bueno, lo que
estimamos racionalmente que nos conviene y, por el contrario, aprendemos a
aborrecer lo que hemos juzgado como malo, dañino, cruel.
La vida afectiva viene afectada, también, y mucho, por el
influjo que la cultura tiene sobre los sentimientos. Cada sociedad clasifica
sus emociones y sus afectos.
En diferentes culturas, incluso dentro de una misma cultura
en épocas diferentes, las mismas situaciones dan lugar a sentimientos diversos.
PASIONES INTELIGENTES, INTELIGENCIA APASIONADA.
INTEGRACIÓN de Razón
y Pasión.
Nadie mejor que un poeta para pintar, en palabras, esta
integración.
Volvería a meditar el texto de Kalhil Gibrán.
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