jueves, 7 de noviembre de 2013

EL HOMBRE (2). EL BIG BANG BIOLÓGICO.


 
¡Poco orgulloso que andaba yo, allá por los años setenta y tantos, cuando, en pleno dominio de la Filosofía Escolástica, enseñaba a aquellos alumnos no sólo a Lamark y a Darwin (contra el creacionismo) sino también a Pasteur, Oparin y Stanley Miller¡.

Contra el “fixismo” aquellos alumnos, en España (y a espaldas del cura de Religión), ya oían hablar de “evolucionismo” y contra la “generación espontánea” (Santo Tomás demostrando/mostrando cómo del lodo de un pantano, metiendo la mano y sacando un puñado de barro, mostraba “animalitos” moviéndose, por lo que se demostraba que de la “materia muerta” salía “materia viva) oyeron hablar de Pasteur y sus experimentos, demostrando que “omne vivum ex vivo”, aunque fuera “micro-scópicos seres”.

Ya en el siglo XX, tuvo aceptación la teoría científica propuesta de forma independiente por el escocés Haldane y el ruso Alexander Oparin.

Ambos suponían que el primitivo mar sería como un laboratorio en el que se formaron las primeras moléculas y sugerían que la atmósfera de la tierra, en otro tiempo, pudo ser muy distinta de la actual que, en vez de contener oxígeno, contendría compuestos reductores y que, en tal atmósfera, la materia orgánica, y después la vida, habría surgido espontáneamente a partir de una materia inorgánica bajo la influencia de la luz solar, los rayos y las altas temperaturas de los volcanes.

En 1.953, Stanley Miller imaginó el origen de la vida y, en su “balón de las tormentas”, intentó reproducir experimentalmente esa hipótesis.

En dos matraces conectados metió agua y una mezcla de gases que suponía formaban parte de la primitiva atmósfera terrestre: metano, amoníaco, azufre e hidrógeno.

Calentó, Stanley, los matraces y simuló con descargas eléctricas las tormentas de la tierra recién nacida.

A los pocos días el agua se había convertido en un caldo de aminoácidos.

La prensa de la época hizo creer al público (o el público así lo entendió) que sólo hacía falta zamarrear los matraces para que de ellos saliese, arrastrándose, la vida.

Después, el tiempo demostraría que las cosas no eran así de fáciles.

Y leíamos textos de “El origen de la vida”, de Orgel. Y que, probablemente, las primeras moléculas orgánicas se formaran por la acción de la luz ultravioleta y descargas eléctricas en la atmósfera primitiva.

Al ser arrastradas por la lluvia formaron una mezcla compleja en los océanos llamado “caldo pre-biótico” o “sopa caliente” de substancias en disolución, y es la química prebiótica la que se ocupa de experimentos de laboratorio que simulan los procesos que se cree que estuvieron implicados en la formación del caldo prebiótico.

No soy biólogo pero acudo y me baso en textos de amigos Biólogos y Filósofos de la Biología, de suma confianza.

Hoy no estamos, todavía, cerca de sintetizar la vida y me temo que, por mucho tiempo, podamos hacerlo. Estamos en “un punto muerto”.

Además, estudios recientes han demostrado que la atmósfera primitiva no era reductora, como pensaba Miller, sino que, por el contrario, era oxidante, rica en CO2, Carbono, Nitrógeno y agua.

Y esa composición habría impedido, en vez de favorecido, el desarrollo del “caldo prebiótico”.

Por lo que la repetición del experimento de Miller ha sido decepcionante.

El origen de la vida ha sido, es y, de momento, seguirá siendo un enigma, porque el origen no está en los aminoácidos sino en las proteínas, formadas por la unión de aminoácidos.

La palabra “colágeno” sólo requiere 8 letras, pero para formar la proteína “colágeno” se precisan 1.085 aminoácidos, además en una secuencia correcta.

Por lo que la posibilidad de que una molécula integrada por 1.085 aminoácidos haya aparecido espontáneamente es prácticamente nula.

Es decir, cada proteína es un pequeño milagro y, según la frase de Fred Hoyle, sería un milagro equivalente al de “un huracán que convirtiera un depósito de chatarra en un Jumbo”.

Y, para complicarlo más, de nada serviría una proteína si no puede reproducirse.

Pero es que las proteínas no pueden hacerlo. Para ello necesitamos ADN.

Pero es que el ADN no puede existir  si, en su fabricación, no intervienen las proteínas.

¿Surgirían ambos, ADN y proteínas, al mismo tiempo, para apoyarse mutuamente?

No tenemos ni idea.

Como diría el poeta: “la primavera ha llegado / no sabemos cómo ha sido”.

Pero aquí está la primavera, como está la vida. Preguntémonos “cómo”, pero, de momento, no tenemos respuesta alguna.

No hay comentarios:

Publicar un comentario