(Recodemos):
La expulsión de los
judíos de España había sido ordenada en 1.492 por los Reyes Católicos mediante
el Edicto de Granada con la finalidad, según el decreto, de impedir
que siguieran influyendo en los cristianos nuevos para que éstos
judaizaran.
La decisión de expulsar a los
judíos –o de prohibir el judaísmo– está relacionada con la instauración de la Inquisición catorce
años antes en la Corona
de Castilla y nueve en la
Corona de Aragón, porque precisamente fue creada para
perseguir a los judeoconversos que seguían practicando su antigua fe.
Como ha señalado el
historiador medieval Julio Valdeón, "sin duda alguna la expulsión de los
judíos del solar ibérico es uno de los temas más polémicos de cuantos han
sucedido a lo largo de la
Historia de España”
Como ya hemos expuesto antes,
perteneció a una familia de buena posición y respetada en la comunidad hebrea
holandesa.
Su padre era un rico
comerciante y le proporcionó una esmerada educación, pensando en él como un
futuro rabino.
El joven Baruch pronto
dominó, además del hebreo y del holandés, el español, el portugués (enseñados
por su padre), el griego, el latín, el italiano y el francés.
También se familiarizó con la Torá (“ley, enseñanza,
revelación” y que son los cinco primeros libros de la Biblia cristiana
denominados, en conjunto, como “Pentateuco” y que, según la tradición, fueron
escritos por Moisés (siglo XIII a. C) y con el Talmud (compilación de
discusiones rabínicas: leyes, comentarios, tradiciones, historias, costumbres,
leyendas, parábolas,…)
Y, según la doctrina judía, si
hubiera contradicciones entre la
Torá y el Talmud, la última palabra la tiene la Torá , a la que debe estar
subordinado el Talmud.
Pero, también, se interesó
por la Cábala
(originalmente era la tradición oral y, posteriormente, saber esotérico
revelado por Dios a Adán, a Abraham y a Moisés, fijada en la diáspora
helenística en el siglo I, una corriente mística en la que la figura más
importante ha sido el español Abraham Abulafia, en el Siglo XIII.
Conoció y apreció el
pensamiento de Descartes.
Formación intelectual, pues,
no le faltaba.
Su despierta inteligencia lo
llevó, pronto, a cuestionar abiertamente la interpretación ortodoxa de los
textos sagrados.
Afirmó que cada creyente
debía interpretar libremente las Escrituras, sin que fuera necesario seguir las
opiniones de los doctos.
Afirmaba que la presunta
sabiduría de los sacerdotes sólo era un medio para dominar a las masas.
Aseguró que era imposible
demostrar la inmortalidad del alma.
Y planteó, además que, a su
entender, Dios no era sólo “Espíritu eterno”, sino también “Cuerpo infinito”.
Su familia había sufridos dos
exilios a causa de su fe mosaica: primero el exilio de España, de donde
emigraron a Portugal y, luego, el exilio de Portugal, de donde huyeron a
Holanda, un país liberal y abierto que en el siglo XVII era el refugio de todos
los que querían escapar de inquisiciones y persecuciones.
En aquella época se había
formado en Amsterdam un grupo extraordinario de médicos, de pensadores y de
herejes (así llamados los que disentían de algún dogma eclesiástico, de ahí que
los protestantes, cristianos, eran herejes para los católicos y para ambos era
hereje el que negaba alguno de los dogmas del cristianismo, pero no se era
hereje si se profesaba otra religión, por lo que los judíos y los musulmanes no
eran herejes pero sí se era hereje si se había adoptado el cristianismo y se
era infiel de algún modo a sus doctrinas.
Si Descartes (al que conocía)
había afirmado que había dos substancias: la pensante y la extensa, Spinoza
encontraba que extensión y pensamiento eran sólo dos de los infinitos atributos
de la única substancia, que es Dios.
De este modo Dios se
identificaba, no sólo con lo espiritual, sino también con lo espacial, es
decir, con el universo entero, con la propia naturaleza.
Esto, para los rabinos, no
era más que “panteísmo”.
Y la consecuencia de todo
esto fue la excomunión que antes hemos expuesto.
La excomunión, para una
persona creyente, es muy dura, ya sea ésta permanente o temporal, pues durante
el período de la excomunión, el afectado sigue formando parte de la comunidad,
pero debe cumplir sentencia de ahí el nombre de la misma, del latín “ex
communicatio[ne]” y, en los casos más severos, pierde la facultad de concurrir
al culto normalmente, y de tomar parte en las ceremonias religiosas.
De ahí que se le aplicara el
“herem”, que es una maldición eterna y que prohibía a cualquier miembro de la
comunidad judía relacionarse con él.
Quedaba prohibido leer sus
libros, dirigirle la palabra, acercarse físicamente a él o estar bajo el mismo
techo.
Un apestado social, un
leproso social.
Y esa hostilidad hacia él no
cesó con la excomunión, pues intentaros apuñalarlo en una calle de Amsterdam,
como, también, antes hemos señalado.
Ese odio y ese resentimiento
le siguieron más allá, incluso, de su fallecimiento, en el 1.677.
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