viernes, 4 de octubre de 2019

BARUCH SPINOZA O ESPINOSA ( 3 ) LA EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS.



LA EXPULSIÓN DE LOS JUDÍOS.

(Recodemos):

La expulsión de los judíos de España había sido ordenada en 1.492 por los Reyes Católicos mediante el Edicto de Granada con la finalidad, según el decreto, de impedir que siguieran influyendo en los cristianos nuevos para que éstos judaizaran.
La decisión de expulsar a los judíos –o de prohibir el judaísmo​– está relacionada con la instauración de la Inquisición catorce años antes en la Corona de Castilla y nueve en la Corona de Aragón, porque precisamente fue creada para perseguir a los judeoconversos que seguían practicando su antigua fe.
Como ha señalado el historiador medieval Julio Valdeón, "sin duda alguna la expulsión de los judíos del solar ibérico es uno de los temas más polémicos de cuantos han sucedido a lo largo de la Historia de España” ​

Como ya hemos expuesto antes, perteneció a una familia de buena posición y respetada en la comunidad hebrea holandesa.
Su padre era un rico comerciante y le proporcionó una esmerada educación, pensando en él como un futuro rabino.

El joven Baruch pronto dominó, además del hebreo y del holandés, el español, el portugués (enseñados por su padre), el griego, el latín, el italiano y el francés.

También se familiarizó con la Torá (“ley, enseñanza, revelación” y que son los cinco primeros libros de la Biblia cristiana denominados, en conjunto, como “Pentateuco” y que, según la tradición, fueron escritos por Moisés (siglo XIII a. C) y con el Talmud (compilación de discusiones rabínicas: leyes, comentarios, tradiciones, historias, costumbres, leyendas, parábolas,…)
Y, según la doctrina judía, si hubiera contradicciones entre la Torá y el Talmud, la última palabra la tiene la Torá, a la que debe estar subordinado el Talmud.

Pero, también, se interesó por la Cábala (originalmente era la tradición oral y, posteriormente, saber esotérico revelado por Dios a Adán, a Abraham y a Moisés, fijada en la diáspora helenística en el siglo I, una corriente mística en la que la figura más importante ha sido el español Abraham Abulafia, en el Siglo XIII.

Conoció y apreció el pensamiento de Descartes.

Formación intelectual, pues, no le faltaba.

Su despierta inteligencia lo llevó, pronto, a cuestionar abiertamente la interpretación ortodoxa de los textos sagrados.

Afirmó que cada creyente debía interpretar libremente las Escrituras, sin que fuera necesario seguir las opiniones de los doctos.

Afirmaba que la presunta sabiduría de los sacerdotes sólo era un medio para dominar a las masas.

Aseguró que era imposible demostrar la inmortalidad del alma.

Y planteó, además que, a su entender, Dios no era sólo “Espíritu eterno”, sino también “Cuerpo infinito”.

Su familia había sufridos dos exilios a causa de su fe mosaica: primero el exilio de España, de donde emigraron a Portugal y, luego, el exilio de Portugal, de donde huyeron a Holanda, un país liberal y abierto que en el siglo XVII era el refugio de todos los que querían escapar de inquisiciones y persecuciones.

En aquella época se había formado en Amsterdam un grupo extraordinario de médicos, de pensadores y de herejes (así llamados los que disentían de algún dogma eclesiástico, de ahí que los protestantes, cristianos, eran herejes para los católicos y para ambos era hereje el que negaba alguno de los dogmas del cristianismo, pero no se era hereje si se profesaba otra religión, por lo que los judíos y los musulmanes no eran herejes pero sí se era hereje si se había adoptado el cristianismo y se era infiel de algún modo a sus doctrinas.

Si Descartes (al que conocía) había afirmado que había dos substancias: la pensante y la extensa, Spinoza encontraba que extensión y pensamiento eran sólo dos de los infinitos atributos de la única substancia, que es Dios.

De este modo Dios se identificaba, no sólo con lo espiritual, sino también con lo espacial, es decir, con el universo entero, con la propia naturaleza.
Esto, para los rabinos, no era más que “panteísmo”.

Y la consecuencia de todo esto fue la excomunión que antes hemos expuesto.

La excomunión, para una persona creyente, es muy dura, ya sea ésta permanente o temporal, pues durante el período de la excomunión, el afectado sigue formando parte de la comunidad, pero debe cumplir sentencia de ahí el nombre de la misma, del latín “ex communicatio[ne]” y, en los casos más severos, pierde la facultad de concurrir al culto normalmente, y de tomar parte en las ceremonias religiosas.  

De ahí que se le aplicara el “herem”, que es una maldición eterna y que prohibía a cualquier miembro de la comunidad judía relacionarse con él.
Quedaba prohibido leer sus libros, dirigirle la palabra, acercarse físicamente a él o estar bajo el mismo techo.

Un apestado social, un leproso social.

Y esa hostilidad hacia él no cesó con la excomunión, pues intentaros apuñalarlo en una calle de Amsterdam, como, también, antes hemos señalado.

Ese odio y ese resentimiento le siguieron más allá, incluso, de su fallecimiento, en el 1.677.

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