EL AMOR INTELECTUAL DE DIOS
Pero de ese mal encuentro
ineludible no hay nada que pensar, nuestro pensamiento tiene que ser
pensamiento de la vida, de lo que queremos hacer, de cómo conseguir y conservar
la alegría y, en último término, está el amor intelectual de Dios, es decir, la
aceptación de la naturaleza tal como es, en el cosmos y en nosotros; en un amor
a Dios, por supuesto, que no espera ni premios ni correspondencias.
Borges dedicó dos hermosos
sonetos a Spinoza, uno de los cuales termina diciendo: “El más puro amor le fue
otorgado. El amor que no espera ser amado”
Ese es el punto básico de la
ética de Spinoza: el mal y el bien moral, los vicios y las virtudes, todo
proviene de un mismo impulso que nadie, mientras vive, cesa de sentir con plena
urgencia.
Spinoza nos asegura que “el
odio y el remordimiento son los dos enemigos capitales del género humano”,
pero, también tales “enemigos” provienen del amor que nos profesamos, del deseo
de ser y de la búsqueda de cómo asegurar mejor nuestra alegría.
No se puede reformar nuestro
deseo, el amor propio que nos constituye.
Lo único reformable es
nuestro entendimiento, la inteligencia que ha de guiarnos.
Lo que los moralistas
supersticiosos no comprenden es que, de la misma propiedad de la naturaleza
humana de la que se sigue que los hombres son misericordiosos, se sigue que,
también, son envidiosos y ambiciosos.
Es la reflexión lo que nos
permitirá discernir entre lo que aspirando a la alegría nos lleva al odio y a
la tristeza y aquello que realmente desemboca en el júbilo que nos corresponde.
AL MARGEN DEL DOGMATISMO
Hay hombres que se debaten
miserablemente en la superstición, el terror, el dogmatismo y la jactancia,
incapaces de pensar rectamente –incluso incapaces de desear realmente la
actividad de pensar en libertad- .
Mientras tanto, hay otros que
deben someter su ignorancia a las castas sacerdotales que manipulan los libros
sagrados y plegar su independencia bajo ños dictados interesadamente irracionales
de la tiranía.
La razón es denostada, pues, porque ni tiembla ante
los fantasmas, ni halaga el desenfreno de las pasiones, ni adula o fomenta la
prepotencia del poderoso.
En realidad, las propuestas
cartesianas para la instauración de un nuevo “ordo mentis” son tímidas e
insuficientes.
En este sentido, Spinoza
nunca fue en realidad cartesiano.
Sus verdaderos intereses
nunca fueron, como los de Descartes, de orden fundamentalmente cognoscitivo y
científico.
Si Spinoza indagaba por un
nuevo “ordo mentis” era para conseguir, por este medio, un nuevo “ordo mundi”.
En esta línea Spinoza compuso
su “Tratado teológico-político” para “demostrar que la libertad del pensamiento
filosófico no sólo es compatible con la piedad y la paz del Estado, sino que es
imposible destruirla sin destruir al mismo tiempo esa paz y esa piedad”.
Pero, en verdad, esta obra,
incomparablemente libre y audaz, fue mucho más allá en sus logros que en sus
propósitos.
No sólo examina desde una
perspectiva decididamente racionalista la Biblia , realizando de los portentosos sucesos que
cuenta y de las exégesis sacerdotales que de ellas se han hecho, una crítica
ilustrada mucho más vigorosa y sutil de lo que un siglo más tarde se permitiría
Voltaire, sino que también plantea algunos interrogantes fundamentales sobre la
condición humana y sus serviduembres.
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