miércoles, 2 de octubre de 2019

BARUCH SPINOZA O ESPINOSA ( 1 )


Fernando Savater, en algunos capítulos de su Diccionario Filosófico se revelan las principales fuentes de inspiración de su pensamiento que, por lo general, irradia optimismo humanista.

Se le nota que vive a gusto en este mundo, que, para él, Dios es una fantasía irreal pero que esto no sucede con el individuo humano concreto.

Me ha encantado la cita de Martinus von Biberach (del que nada sé): “Vengo de no sé dónde, // Soy no sé quién, // Muero no sé cuándo, // Voy a no sé dónde, // Me asombro de estar alegre”.

Quizá lo más significativo, y donde más entusiasmo le pone, es la Introducción y en los capítulos dedicados a Spinoza (Espinosa), Voltaire, Rousseau, Nietzsche, Bertrand Russell, Santayana y Ciorán.

A cuatro filósofos admira, sobre todos; Demócrito, Epicuro, Espinosa y Nietzsche.

EL MEJOR FILÓSOFO DE TODOS LOS TIEMPOS HABRÍA SIDO SPINOZA (ESPINOSA).

Hablemos (escribamos) sobre Espinosa.

Baruj o Baruch o Benito Spinoza o Espinosa, o Esponoza, o De Espinoza, o D´Espinoza, o De Espinose, de todas estas formas se le ha llamado.
Él firmaba como Benedictus de Spinoza, Despinoza o Spinoza.

A partir de ahora “Benito Espinosa” o simplemente “Spinoza o Espinosa”.

El Filósofo de Dios.

El filósofo que conjugó el espíritu y la razón.
Fue un indagador.
Lanzó una teoría dando una explicación del mundo y de nuestra conducta pero, al mismo tiempo, tuvo un toque especial de espiritualidad, lo que no encontramos en ningún otro pensador.

En nada se parece a un filósofo ni a un científico en el sentido frío del término.

Se trata de un espíritu racional pero ardiente, apasionado, lleno de fe.

Fue un judío, de origen español, que nació en Amsterdam donde, desde el siglo XVI, encontraron refugio judíos sefarditas provenientes de Portugal y España, perseguidos por motivos religiosos.

De familia bien acomodada y muy estimada en la comunidad israelita, de la que su padre, Miguel, fue varias veces jefe de la misma.
Quedó huérfano de madre cuando contaba 6 años.
Ingresó en la escuela de la comunidad hebrea, donde permaneció hasta los 18 años, cursando las enseñanzas religiosas de la comunidad judía.
Su padre le había enseñado español y portugués.

Para aclarar sus dudas se entregó a la lectura de los antiguos filósofos judíos que sólo le sirvió para consolidar su incipiente racionalismo.

En su casa se reunían algunos “libertinos” para ridiculizar los dogmas y las ceremonias de la religión.
Conoció algo de la filosofía escolástica y cuando leyó el Evangelio le causó profunda impresión, considerándolo muy superior al judaísmo.
Aunque tampoco fue muy exacto el conocimiento del Cristianismo, pues no trató con católicos sino con partidarios de las muchas sectas protestantes que pululaban por Holanda: luteranos, calvinistas, socinianos, anabaptistas, colegiantes (muchos de los cuales eran racionaisltas declarados), mennonitas,…
Con estas influencias terminó por perder la fe y fue alejándose cada vez más del judaísmo aunque, mientras vivió su padre, acudía a la sinagoga y cumplía externamente las prácticas rituales.
Pero después de su fallecimiento (1.654) las abandonó por completo y comenzó a exponer abiertamente doctrinas poro ortodoxas.

Las autoridades judías trataron de evitar el escándalo de la apostasía del hijo del antiguo jefe de la comunidad.
Para imponerle silencio uno de ellos le ofreció una pensión de mil florines y que Spinoza rechazó.
Incluso recurrieron a las amenazas y a la violencia.
Un fanático intentó asesinarlo pero sólo consiguió herirlo levemente pero la capa, con el agujero de la navaja, la conservaría, siempre, como recuerdo.
En 1.656, cuando tenía 24 años (su vida transcurrió entre 1.632 y 1.677) fue excomulgado solemnemente y expulsado de la sinagoga el mismo día que su amigo, el pintor Rembrandt.

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