Fernando Savater, en algunos
capítulos de su Diccionario Filosófico se revelan las principales fuentes de
inspiración de su pensamiento que, por lo general, irradia optimismo humanista.
Se le nota que vive a gusto
en este mundo, que, para él, Dios es una fantasía irreal pero que esto no
sucede con el individuo humano concreto.
Me ha encantado la cita de
Martinus von Biberach (del que nada sé): “Vengo de no sé dónde, // Soy no sé
quién, // Muero no sé cuándo, // Voy a no sé dónde, // Me asombro de estar
alegre”.
Quizá lo más significativo, y
donde más entusiasmo le pone, es la Introducción y en los capítulos dedicados a
Spinoza (Espinosa), Voltaire, Rousseau, Nietzsche, Bertrand Russell, Santayana
y Ciorán.
A cuatro filósofos admira,
sobre todos; Demócrito, Epicuro, Espinosa y Nietzsche.
EL MEJOR FILÓSOFO DE TODOS
LOS TIEMPOS HABRÍA SIDO SPINOZA (ESPINOSA).
Hablemos (escribamos) sobre
Espinosa.
Baruj o Baruch o Benito
Spinoza o Espinosa, o Esponoza, o De Espinoza, o D´Espinoza, o De Espinose, de
todas estas formas se le ha llamado.
Él firmaba como Benedictus de
Spinoza, Despinoza o Spinoza.
A partir de ahora “Benito
Espinosa” o simplemente “Spinoza o Espinosa”.
El Filósofo de Dios.
El filósofo que conjugó el
espíritu y la razón.
Fue un indagador.
Lanzó una teoría dando una
explicación del mundo y de nuestra conducta pero, al mismo tiempo, tuvo un
toque especial de espiritualidad, lo que no encontramos en ningún otro
pensador.
En nada se parece a un
filósofo ni a un científico en el sentido frío del término.
Se trata de un espíritu
racional pero ardiente, apasionado, lleno de fe.
Fue un judío, de origen
español, que nació en Amsterdam donde, desde el siglo XVI, encontraron refugio
judíos sefarditas provenientes de Portugal y España, perseguidos por motivos
religiosos.
De familia bien acomodada y
muy estimada en la comunidad israelita, de la que su padre, Miguel, fue varias
veces jefe de la misma.
Quedó huérfano de madre
cuando contaba 6 años.
Ingresó en la escuela de la
comunidad hebrea, donde permaneció hasta los 18 años, cursando las enseñanzas
religiosas de la comunidad judía.
Su padre le había enseñado
español y portugués.
Para aclarar sus dudas se
entregó a la lectura de los antiguos filósofos judíos que sólo le sirvió para
consolidar su incipiente racionalismo.
En su casa se reunían algunos
“libertinos” para ridiculizar los dogmas y las ceremonias de la religión.
Conoció algo de la filosofía
escolástica y cuando leyó el Evangelio le causó profunda impresión,
considerándolo muy superior al judaísmo.
Aunque tampoco fue muy exacto
el conocimiento del Cristianismo, pues no trató con católicos sino con
partidarios de las muchas sectas protestantes que pululaban por Holanda:
luteranos, calvinistas, socinianos, anabaptistas, colegiantes (muchos de los
cuales eran racionaisltas declarados), mennonitas,…
Con estas influencias terminó
por perder la fe y fue alejándose cada vez más del judaísmo aunque, mientras
vivió su padre, acudía a la sinagoga y cumplía externamente las prácticas
rituales.
Pero después de su
fallecimiento (1.654) las abandonó por completo y comenzó a exponer
abiertamente doctrinas poro ortodoxas.
Las autoridades judías
trataron de evitar el escándalo de la apostasía del hijo del antiguo jefe de la
comunidad.
Para imponerle silencio uno
de ellos le ofreció una pensión de mil florines y que Spinoza rechazó.
Incluso recurrieron a las
amenazas y a la violencia.
Un fanático intentó
asesinarlo pero sólo consiguió herirlo levemente pero la capa, con el agujero
de la navaja, la conservaría, siempre, como recuerdo.
En 1.656, cuando tenía 24
años (su vida transcurrió entre 1.632 y 1.677) fue excomulgado solemnemente y
expulsado de la sinagoga el mismo día que su amigo, el pintor Rembrandt.
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