(Un día de primavera, en la
terraza, mirando el mar)
Si yo hubiera sido Dios
habría hecho muchas cosas de las que Él hizo, pero las habría hecho al revés.
Por ejemplo, la vida de los
hombres.
Siempre he dicho que la vida
es como un paseo, mejor que como una carrera.
En una carrera tienes que
esforzarte y rivalizar con los otros para llegar antes que ellos.
Una carrera siempre es
competición, si no, es simulacro.
Eso de que “lo importante es
participar” lo dicen los perdedores.
La vida es/debe ser como un
paseo.
¿Y qué ocurre al final del
paseo? Pues que te sientas, te relajas, te tomas una cerveza con aceitunas con
sabor a anchoa… unas tapitas……y continúa el placer, aunque de otra manera.
¿Qué ocurre al final de la
carrera?
Pues que, seguramente, has
perdido, porque siempre hay uno o unos hijos de... que se te ha/han colado por
la derecha o por la izquierda y…
Por perder, perder, has
perdido hasta la respiración y lo único que te apetece tomar es aire.
Y todo para nada.
¿Y la vida?
¿Qué ocurre al final de la
vida?
Pues que te mueres.
La muerte.
Y esto sí que es una putada,
además de una injusticia.
Se vive durante tanto tiempo
(y más en nuestros tiempos) para que luego, al final, ¡pum!, la muerte.
¡Joder!.
Como si la muerte fuera un
premio, un diploma, un título, un bonobús.
¡Oiga!, una esquela no es un
título, sino el último ultimátum, el finiquito firmado por nadie.
El “sanseacabó” y punto.
¡Oiga¡ esto no es serio.
Si yo hubiera sido Dios
habría programado la vida de los hombres al revés, caminando hacia atrás.
El primer paso sería estar
muerto y, a continuación, abrir los ojos y empezar a vivir, pero desde atrás.
Y ¿con qué me encuentro?
Pues en una silla de ruedas.
Anciano más que viejo,
dependiente, en un asilo.
Con visitas dominicales de la
nuera o del yerno y que ya están hasta el moño de que aún esté yo aquí y ellos
ahí, y sin ver un euro.
Pero ves cómo, un poco
después, te levantas de la silla de ruedas, y dejas las muletas, y comienzas a
andar, como Lázaro el día del milagro, y paseas, y juegas al tute y al dominó,
y te cagas en los millonarios vestidos de blanco que corren tras un balón, y te
ves jurando por la cobertura de tu móvil que no volverás a….
Y te ves descumpliendo años y
celebrando todos los “descumpleaños”, rodeado de amigos y amigas cada vez más
jóvenes, asistiendo al milagro de ver cómo los pechos de ellas han empezado a
colgarse y pasan de la forma melonácea a la limonácea, con el wonderbrá (o como
se escribirá este artefacto o prótesis externa sujetadora de la caída,), y ya con
los pezones apuntando, desafiantes, al cielo; y a ellos ver cómo se levantan,
devuelven también las muletas prestadas, le pegas en el culo a las cuidadoras y
te comes, con la vista, a las enfermeras en práctica.
Y el guiñapo flácido y
recogido, como avergonzado o humilde, comienza a empaquetarse.
Deberíamos nacer, por
ejemplo, con 95 años.
Una buena edad, con el oído y
la vista muy mermados, con la dentadura postiza, enchepados,…. Pero con una
buena pensión (y no esta mier…. de pensión que parece un acto de caridad más
que un acto de justicia).
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