sábado, 13 de abril de 2019

SI YO HUBIERA SIDO DIOS….( 1 )




(Un día de primavera, en la terraza, mirando el mar)

Si yo hubiera sido Dios habría hecho muchas cosas de las que Él hizo, pero las habría hecho al revés.

Por ejemplo, la vida de los hombres.

Siempre he dicho que la vida es como un paseo, mejor que como una carrera.
En una carrera tienes que esforzarte y rivalizar con los otros para llegar antes que ellos.
Una carrera siempre es competición, si no, es simulacro.

Eso de que “lo importante es participar” lo dicen los perdedores.

La vida es/debe ser como un paseo.

¿Y qué ocurre al final del paseo? Pues que te sientas, te relajas, te tomas una cerveza con aceitunas con sabor a anchoa… unas tapitas……y continúa el placer, aunque de otra manera.

¿Qué ocurre al final de la carrera?
Pues que, seguramente, has perdido, porque siempre hay uno o unos hijos de... que se te ha/han colado por la derecha o por la izquierda y…
Por perder, perder, has perdido hasta la respiración y lo único que te apetece tomar es aire.

Y todo para nada.

¿Y la vida?
¿Qué ocurre al final de la vida?
Pues que te mueres.
La muerte.
Y esto sí que es una putada, además de una injusticia.

Se vive durante tanto tiempo (y más en nuestros tiempos) para que luego, al final, ¡pum!, la muerte.

¡Joder!.

Como si la muerte fuera un premio, un diploma, un título, un bonobús.

¡Oiga!, una esquela no es un título, sino el último ultimátum, el finiquito firmado por nadie.
El “sanseacabó” y punto.

¡Oiga¡ esto no es serio.

Si yo hubiera sido Dios habría programado la vida de los hombres al revés, caminando hacia atrás.

El primer paso sería estar muerto y, a continuación, abrir los ojos y empezar a vivir, pero desde atrás.

Y ¿con qué me encuentro?
Pues en una silla de ruedas.
Anciano más que viejo, dependiente, en un asilo.
Con visitas dominicales de la nuera o del yerno y que ya están hasta el moño de que aún esté yo aquí y ellos ahí, y sin ver un euro.

Pero ves cómo, un poco después, te levantas de la silla de ruedas, y dejas las muletas, y comienzas a andar, como Lázaro el día del milagro, y paseas, y juegas al tute y al dominó, y te cagas en los millonarios vestidos de blanco que corren tras un balón, y te ves jurando por la cobertura de tu móvil que no volverás a….
Y te ves descumpliendo años y celebrando todos los “descumpleaños”, rodeado de amigos y amigas cada vez más jóvenes, asistiendo al milagro de ver cómo los pechos de ellas han empezado a colgarse y pasan de la forma melonácea a la limonácea, con el wonderbrá (o como se escribirá este artefacto o prótesis externa sujetadora de la caída,), y ya con los pezones apuntando, desafiantes, al cielo; y a ellos ver cómo se levantan, devuelven también las muletas prestadas, le pegas en el culo a las cuidadoras y te comes, con la vista, a las enfermeras en práctica.
Y el guiñapo flácido y recogido, como avergonzado o humilde, comienza a empaquetarse.

Deberíamos nacer, por ejemplo, con 95 años.
Una buena edad, con el oído y la vista muy mermados, con la dentadura postiza, enchepados,…. Pero con una buena pensión (y no esta mier…. de pensión que parece un acto de caridad más que un acto de justicia).

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