DIOS Y EL DOLOR
El concepto de Dios que,
desde el principio, germinó en Occidente ha provenido del judaísmo y del
cristianismo paulino, que fue el que se impuso.
Así, todos los males del
mundo procedían del pecado, siendo la redención de Cristo la única curación,
por lo que “fuera de la
Iglesia no hay salvación”
Para sintonizar, pues, con la
redención de Cristo también nosotros deberíamos sacrificarnos y sufrir (que es
lo que acaba de expresar el Cardenal de Alcalá, el que imparte y promueve
cursos para quitar la homosexualidad pero que nada hace para erradicar la
pederastia de los curas).
De San Pablo proviene esa
“Teología del sufrimiento” (como expuse en una entrada anterior).
¿Cómo puede todo un Dios
disfrutar de que sus fieles adoradores sufran y considerar ese sufrimiento como
algo querido, atractivo y meritorio para Él?
Pero, ya en tiempos de San
Pablo, para los gnósticos (no confundir con los “agnósticos”) del cristianismo
primitivo, tan extendido y seguido, tanto o más que el pensamiento paulino, los
males del mundo provenían de la “ignorancia” y la curación llegaba de la mano
de la “sabiduría”.
Pero el “sufrir” se impuso al
“saber”, condenado, además, y perseguido como herejía.
Fue a través de Pablo, un
gentil, alguien sobrevenido y ajeno al círculo de Jesús, el que elabora esa
Teología de la Cruz
y, así, el dolor y el sufrimiento comienzan a tener un lugar privilegiado entre
los cristianos seguidores de Pablo hasta llegar a una especie de “canonización
del dolor”, como lo predicaría entre sus adeptos el hoy ya rapidísimo santo, San José María Escrivá de
Balaguer, el Pablo español del siglo XX.
Con Pablo el cristianismo
queda asociado al sufrimiento en este mundo, más que a la felicidad, relegada y
desplazada al otro mundo, tras la muerte.
La vida, esta vida terrena,
es/debe ser un “valle de lágrimas”, no de “risas”
¿Recordáis la película “El
nombre de la rosa” y la obsesión porque no se conociera el libro de Aristóteles
“Sobre la risa”?.
Este mundo no está hecho, ni
nosotros estamos en él, para ser felices en él, sino para merecer, tras las
lágrimas, el dolor y el sufrimiento, la felicidad eterna.
Sacrificar una “vida
temporal”, sufriente, por una “vida eterna”, felicitante.
“Vivir” es “desvivirse”, es
“morir”
“Vivo sin vivir en mí //y tan
alta vida espero // que muero porque no muero” (o sea, me gustaría morir,
abandonar esta vida)
El sufrimiento como mérito.
El dolor siempre es
sospechoso.
¡Qué barbaridad¡
Pero ¿alguien sabe/conoce/ ha
leído algún pasaje del evangelio en el que Jesús de Nazaret aprecie, estime,
valore,… el sufrimiento, siendo así que Él no toleraba el dolor y “curaba a
todos”?
Tan poco apreciaba el dolor y
el sufrimiento que fue tachado de comilón y bebedor, porque acudía a los
banquetes siempre que algún rico fariseo lo invitaba.
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