El chupete y el cigarro, el
beso, la felación,… morder el pezón o el pecho de la joven,…
La sexualidad no aparece
siempre bajo la misma forma que nosotros conocemos de ordinario, no está
vinculada a los procesos biológicos de la pubertad, no constituyendo un bloque
monolítico.
En mis tiempos de estudiante
observábamos como los varones llevábamos los libro y cuadernos de clase en la
mano, pero con el brazo extendido a lo largo de cuerpo y lo interpretábamos
como indicando la dirección del pene, mientras las chicas los llevaban con el
brazo encogido, como tapándose los pechos.
Y lo hacíamos
inconscientemente, pero lo interpretábamos así.
Si la sexualidad se
desarrolla y evoluciona hacia estadios posteriores, una perversión sexual sería
el resultado de una falta de acabamiento de la sexualidad, que permanece
anclada en un estadio anterior, incluso en la infantil.
La desviación de la vida
sexual sería una detención del desarrollo normal de la sexualidad, una señal de
inmadurez, al quedar bloqueada y fijada en un estadio anterior.
El perverso, pues, no es un
degenerado, ni mental ni físico, sino sólo un individuo en el que la sexualidad
está desviada y se ha detenido o se ha saltado a estadios aún no acordes con su
edad, una anormalidad en su desarrollo.
El carácter normal de la vida
sexual está asegurado por la conjunción hacia el objeto y la finalidad sexuales
de dos corrientes: la ternura y la sensualidad.
Algo muy normal en épocas
anteriores, en que una persona era la madre de los hijos y otra la que
compartía y proporcionaba los placeres.
Si un varón o una mujer
pueden amar a dos mujeres o dos varones, a la vez, es porque la síntesis sexual
de afecto y sensualidad se han disociado
Y no se ha efectuado la
armonía entre ambos.
La armonía de ternura y
erotismo que, normalmente deben ir juntos, no se han fusionado y han permanecido
autónomos y cada uno se ha dirigido hacia un objeto sexual, la ternura hacia la
esposa/el marido y el erotismo hacia la/el amante.
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