Menos mal que no asistió ni
fue testigo de los bombardeos, de la
destrucción y de la carnicería humana, propiciado y multiplicado por los
avances tecnológicos.
Y, menos mal, que nada supo
de los hornos crematorios en su amada Alemania.
En general, hoy, tiene muy
mala prensa Freud y su doctrina, a pesar de su teoría del Ello, del Yo y del
Superyo, de su Complejo de Edipo, de su codificación e interpretación de los
sueños.
Se le considera,
erróneamente, un obseso que ve sexo en cualquier cosa o acción, y eso es lo que
está asentado en la sabiduría popular.
Y, sencillamente, no es
verdad, lo que se manifiesta en cuanto interpretemos la sexualidad como él la
interpretaba.
No era un libidinoso, con su
teoría de la libido, si se considera a ésta como fuente del placer, a lo que
todos, en todas nuestras acciones, aspiramos.
Lo más escandaloso, para la
sociedad de su tiempo, tan puritana ella, fue su tesis de la “sexualidad
infantil”, como si ello algo tuviera algo que ver con el sexo en los adultos.
El inconsciente, para él, no
era el sótano oscuro al que bajamos los trastos que ya no nos sirven.
Las tendencias sexuales
reprimidas o rechazadas las bajamos al inconsciente pero no muertas sino
adormiladas y que se despertarán en cuanto la conciencia se descuide o durante
el sueño.
“Pansexualismo”, concepto que
se le lanza a la cara a Freud, y no es verdad que todas las actividades y todos
los sentimientos del hombre estén regidos y condicionados solamente por la
sexualidad porque –dice Freud- hay ciertas necesidades orgánicas no sexuales,
integradas en los impulsos instintivos de conservación del yo, y que son
capaces de suscitar sueños, como cuando personas hambrientas y sedientas se
ven, en sueños, sentadas en una mesa repleta de abundante comida y bebida.
En los sueños aparecen,
muchas veces disfrazados, los temores y los deseos insatisfechos.
Mis pesadillas nocturnas
tienen que ver con que no encuentro el aula, que llego tarde, que me pierdo por
los pasillos, que el temario de selectividad, a fin de curso, no llega ni a la
mitad,…que nada tienen que ver con la sexualidad sino que son desajustes en mi
obsesión de no perder un minuto de clase.
Los elementos no rechazados
siguen estando a mano, en la conciencia, como la conservación del yo, el
narcisismo o la propiedad, que no han sido condenados, o apenas condenados, por
la moral social
Pero, desde el origen de la
sociedad, la libre expresión de la sexualidad ha sido condenada por las
tradiciones religiosas, morales y éticas ya que se encuentra estrechamente
canalizada dentro del matrimonio legal, con un solo cónyuge y del otro sexo,
además para toda la vida.
Naturalmente hoy, que la
sociedad se ha secularizado, intentar reproducir el freudismo estaría fuera de
lugar, pero, en su tiempo, así era y pobre del que se saliera de esos carriles.
La noción de sexualidad, en
Freud, presenta una extensión mucho más amplia que la reconocida generalmente.
El gran público se sintió
herido y los ambientes científicos y pedagógicos saltaron sobre el cuello de
Freud cuando éste afirmó la existencia de una “sexualidad infantil”.
En la edad infantil está
ausente el espíritu crítico y el juicio racional, el niño no es, todavía, un
“homo sapiens”, por lo que su mentalidad es prelógica, mítica, afectiva,
emanada del inconsciente.
¿Quién no jugaba, de niño, a
“médicos y enfermeras”, en que se permitía ver y tocar lo que no se podía hacer
fuera de esos juegos?
La sexualidad infantil es muy
diferente de la sexualidad adulta, se expresa por el mismo individuo y en el
mismo individuo (autoerotismo), sin colaboración de otra persona, se apoya en
necesidades orgánicas no sexuales (instintos digestivos) y se desarrolla sin la
participación de la función genital, que es aún embrionaria.
Cuando un niño se toca y se
rasca el pito o la niña lo hace en su vulva los padres, y la sociedad, se lo
afearán y reprocharán, cuando sólo lo hacen para evitar el escozor o el dolor,
mitigándolo, al menos, pero nada que vez con la genitalidad.
Pero los impulsos sexuales
(en su sexualidad) que animan al niño, provienen de la misma fuente que las que
impulsan al adulto, de la
LIBIDO.
La sexualidad no es, pues,
una y la misma, de una vez, sino que se desarrolla, evoluciona, por estadios.
Y la sexualidad difusa del
niño no es igual que la del púber, que dará paso a la sexualidad adulta.
Esa sexualidad difusa se
centra, en primer lugar en la boca y en el acto de mamar, chupar, luego morder
y, finalmente en el ano.
El niño busca y saca placer
por la boca, succionando, y por el ano, reteniendo, dominando.
¿Qué madre no le ha reñido a
su bebé cuando éste muerde y hiere, en vez de sólo succionar?
¿Quién no le ha dicho a su
hijo, antes de montar en el coche, si tiene que hacer pipí o caca y éste,
dominador de su orín y de su caca, en ese momento, ha dicho que no, pero que,
apenas arrancar el niño dice…?
Estadio bucal, dentario,
anal…
El conocimiento de esa
sexualidad infantil ha permitido, asimismo, conocer mejor la sexualidad adulta.
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