Son varias las obras en que
el Marqués se explaya sobre el sexo.
Una de ellas es “Justine
o los infortunios de la virtud”.
Narra la historia de Justine,
una adolescente que lucha por preservar su inocencia pero sólo se encuentra con
incitaciones al vicio.
El marqués de Sade refleja en
esta obra su misantropía, haciendo una crítica de la sociedad de la época.
Continuación de ella es “Juliette
o las prosperidades del vicio”.
Juliette y Justine se
quedaron huérfanas cuando eran adolescentes y se fueron a vivir a un convento,
donde estuvieron expuestas a distintas prácticas sexuales.
Al salir, cada una tomó
caminos diferentes. Juliette se decantó por la perversión, el vicio y el
dinero. Se puso a trabajar en un burdel, convirtiéndose en la favorita de los
hombres de la alta sociedad.
“¿Qué mal hago a nadie, ni ofensa alguna, si le pido a una bella mujer, la parte de su cuerpo que me pueda hacer gozar, darme placer y así ella pueda gozar con alguna parte de mi cuerpo.?” – Dice el Marqués de Sade-.
El Marqués fue víctima, más
por la eterna falsa moralidad social, que por sus actos u obras.
Donatien Alphonse François,
más conocido como el Marqués de Sade nace en 1740.
Indiscutiblemente es uno de
los franceses más famosos de la historia de Francia, quizá más que el
propio Napoleón.
Sade, nos dice que “el deseo
de poder, mezclado con sexo y arrogancia, puede ser tan destructivo, como
placentero o real y que está ahí, frente a nosotros. La vecina que miras en el
ascensor, el banquero al que le “confías” tu dinero o el maestro que te sonríe
al darte tu examen”
A pocos en la historia se
recuerda por sus actos y ponen un nombre a raíz del suyo, “sadismo”.
Esto sólo ha pasado con
personajes dictatoriales y en la religión, pero él consiguió que lo hicieran,
más que por sus actos, por contar lo que a muchos les gusta, desean y hacen,
pero que no lo dicen.
Hacer daño y buscar placer
así, hoy se llama “Sado” en múltiples países del mundo.
Sus libros, hasta hace poco
más de 50 años, estaban prohibidos.
La iglesia, los políticos,
organizaciones varias, o la misma ley, no pudieron encerrar ni destruir su recuerdo.
Cuando su obra ha sido
perseguida durante más de 150 años y ha seguido de forma clandestina…algo de
razón debía de llevar.
Incluso, hace unos años,
Corea del Sur lo censuraba por obscenidad extrema.
Dice que es por actos de “sadismo”,
“zoofilia”, “incesto” o “necrofilia”.
Muchas de sus obras acabaron
siendo pasto de las llamas, otras fueron tiradas al río y aún más de ellas desaparecidas,
sin ser destruidas.
Poco a poco, muchas de ellas fueron
apareciendo, algo a destacar, cuando se supone que los que las cogieron era
para deshacerse de ellas.
Todo ello no sirvió, más que
para querer saber qué escribía aquel chalado, endemoniado.
Desde la edad más antigua, en
todas las culturas, se tiene constancia de la importancia del sexo en todas sus
formas, desde los griegos a los romanos, de los hindúes hasta los
egipcios.
Sade no contó más que lo que
siempre ha habido, hay y habrá.
Más aún, cuando el poder de
quien lo ejerce es ilimitado.
Dictadores, policías o
políticos corruptos, reyes, un padre pederasta o simplemente el señorito hacia
su bella servidumbre, cuando el pago era un plato de comida.
Se cree, que de joven sus
ojos eran claros, su pelo rubio, sus movimientos medidos y su voz embelesaba,
cautivaba a toda fémina que se encontrara a su lado. Hasta el día de hoy dura
esa frase, de que “quien es afeminado, siempre de mujeres está rodeado” o,
también, “quien es afeminado, siempre de mujeres está rodeado”.
La verdad, es que por la vida
que tuvo, durante roda ella fue un hombre obeso, que se asfixiaba al caminar,
de poco pelo y de gran nariz, pero incluso así, siempre estuvo rodeado de
doncellas, de las que hoy sabemos y otras que se imaginan, como su propia
cuñada monja.
Quizá por ello, por su forma
física, sus narraciones están plagadas de antihéroes y ateos que no obedecen a
religión alguna.
Destaca el presente, el aquí
y ahora, sin pensar en un Edén o en el mañana.
Escribió ensayos, novelas,
teatro o poesía. En muchos de ellos abunda el humor negro y críticas a su
entorno, lo que le ayudó mucho a hacerse toda clase de enemistades.
Entre sus escritos, es digno
destacar un manifiesto contra la pena de muerte.
Su obra ha sido descrita como
apología del crimen.
Quizá nunca nadie ha hablado
con tanta claridad, crueldad o violencia y sólo quizá, por ello, sólo se hable
de Sade.
Siempre tuvo una conducta de
excesos en todos los sentidos.
La filosofía, el sexo, la
cárcel y la escritura fueron toda su vida.
Por su manera de querer
sentir y su inmoralidad siempre estuvo envuelto en escándalos que lo llevaron
27 años, de sus 74 de existencia, a estar tras las rejas o recluido en
manicomios.
Al morir, se le conocía como
el infame, y su novela “Justine” aunque retirada y prohibida, fue
leída y pasada entre unos y otros secretamente.
El asco que podía dar a quien
lo leía, o la curiosidad, o el deseo de poder hacerlo. No hizo más que aumentar
la fama de éste demente libertino, como también lo llamaron.
.
Se cuenta de él, que a veces
drogaba a sus comensales para poder así quitarse la ropa de la vergüenza y dar
rienda suelta a sus pasiones.
Tras drogarlas, algunas
mujeres gritaban, otras se arrastraban por el suelo gimiendo, otras, se tocaban
íntimamente, por el calor que de ellas salía, las más se desnudaban y
desnudaban a otras.
Todas, suspiraban y gemían de
placer, sabiendo y queriendo el gozo que estaba por llegar.
“Cada actor de una obra
dramática debe hablar el lenguaje establecido por el carácter que representa;
que entonces es el personaje quien habla y no el autor, y que es lo más normal
del mundo, en ese caso, que ese personaje, absolutamente inspirado por su
papel, diga cosas completamente contrarias a lo que dice el autor cuando es él
mismo quien habla” –dice el Marqués de Sade.
Abandonado por su madre a los
7 años, desde muy niño, entra en un colegio jesuita, con su tío, un abad, de
nombre Amblet y de vida poco edificante.
Le interesa la lectura, sobre todo historia,
aventuras y filosofía.
Aprende música, esgrima,
escultura, danza, escritura….
Cuando aún no tiene 14 años,
entra en el ejército y crece notablemente como persona y rápidamente de
graduación.
A los 16, ya toma parte de la
guerra contra los ingleses.
Pasan unos años y en 1762 se
casa por conveniencia, sin estar presente el amor con una aristócrata,
Renèe-Pélagie Cordier y con ella llegó a tener tres hijos.
Al principio no quería ni
verla, siempre creyó en el amor verdadero y esto con ella nunca ocurrió,
pero Renèe, siempre defendiéndole se ganó a pulso las palabras que
alguna vez Sade le dedicara: “Te amaré hasta la tumba”.
Aunque, como el mismo Marqués
decía: “Tengo el pequeño defecto de desear demasiado a las mujeres.”
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