Si son el amor y el trabajo
las dos fuerzas que equilibran la balanza de la vida, en su caso su vida estuvo
desequilibrada.
Fueron muchos, y graves, los
problemas y las dificultades con las que tuvo que enfrentarse en su niñez y
que, de adulto, todavía parecía no haberlas superado, no sólo afectivas,
también sociales.
En Freiberg, ciudad de
Moravia, donde nació y vivió su niñez, el 90% de su población era católica, un
2% protestante y otro 2% judía, entre la que se encontraba la familia de Freud,
cuyo padre pertenecía a una vieja familia judía de pequeños burgueses, por lo
que una de las molestias que, a diario, tenía que soportar era el toque de las
campanas llamando a las actividades religiosas, las festividades a bombo y
platillo, las alusiones a una historia que nunca había compartido.
Después, en sus estudios,
tendría que demostrar lo que no se les exigía a los católicos, para poder ser
aceptado pues, por su raza y su religión, era excluido y casi despreciado,
cercano a la hostilidad.
Ese aislamiento le ayudó en
el estudio de las lenguas: el alemán (su lengua materna), el hebreo (el
lenguaje en el seno familiar), pero también el latín, el inglés, el francés y,
más tarde, el italiano y el español.
Todo lo cual le sería muy
útil más adelante, cuando, ya profesor, tenía que responder, personalmente, a
los numerosos corresponsales extranjeros, sobre su método clínico.
Familiarmente, sí que fueron
choques afectivos.
Recuerda, Freud, cómo a los
11 meses le nació un hermano, lo que le provocaría reacciones de celos que
debieron ser bastante intensas, dado que a la muerte de ese hermano, ocurrida a
los 8 meses, experimentó un sentimiento de culpabilidad que nunca se le borró
completamente.
Y otro acontecimiento de
intensa reacción afectiva fue cuando tenía dos años y medio y vio a su madre
completamente desnuda.
Por si fuera poco, nace otro
hermano, por lo que se reavivan los celos, a los que hay que añadir las
relaciones con su sobrino John, un año mayor que él, compañero de juegos pero
con sentimientos ambivalentes de afecto y de hostilidad, defendiéndose, a
veces, de su “pequeño tirano”.
Todos estos acontecimientos,
en su primera infancia, influyeron sobre él lo que, ya adolescente, y siempre
presentes, resintió devorado por la “pasión por comprender”, no por la
“necesidad de saber”, que es sólo acumular saberes.
¿Más problemas afectivos?
A propósito de su noviazgo,
con una muchacha poco agraciada y con la que tendrá 6 hijos aunque para él, la
“niña de sus ojos” será la pequeña Anna.
Con el título de Medicina en
el bolsillo intuye que el bisturí y el microscopio no pueden descubrirlo todo y
que, en el ser humano, quedan muchos elementos que no pueden ser observados por
tales métodos.
Breuer, con el caso de la
joven histérica y su curación bajo la influencia hipnótica, y Charcot, en
París, en el tratamiento de los casos de histeria, influirán en la línea de
trabajo que emprenderá Freud.
Comenzará y profundizará en
su teoría del Inconsciente, que no es un desván oscuro en los que se depositan
los recuerdos olvidados porque si éstos influyen en la conducta humana,
manifestándose en forma de síntomas, habrá que ver cómo podemos acceder a él,
aprendiendo su lenguaje para comprenderlo.
Las asociaciones de ideas, el
estudio del significado de los sueños, en los que más y mejor se manifiesta el
inconciente, cuando la conciencia está “dormida”, colándose por debajo de ella.
Exige a sus
adversarios-enemigos, que nada quieren saber de sus teorías que, antes de criticarlas
y rechazarlas, que las vean y las estudien.
Pero, como siempre ocurre con
un innovador, desde Galileo a Darwin, desde Copérnico a Lamarck, y sin olvidar
a Marx, las injurias, las calumnias, las amenazas,…son lo primero ante la
osadía de intentar que miren y vean de frente otra verdad distinta a la
comúnmente admitida.
“La verdad vencerá” –había
proclamado el reformador Juan Huss, condenado al suplicio.
Las edades primitivas
volvieron y los regímenes dictatoriales mostraron que, igual que en la
Edad Media , el individuo podía ser
encarcelado, torturado y llevado a la muerte por sus escritos y sus ideas.
Los hombres de pensamiento
serían perseguidos en Alemania y no muchos, sino muchísimos fueron los alemanes
judíos que tuvieron que huir, bien a Estados Unidos, bien a Londres, como
Freud, acompañado de su pequeña Anna.
Tenía 82 años y el cáncer
seguía avanzando, hasta el 24 de septiembre de 1.939, en que, serenamente,
viendo la muerte de frente, y como un filósofo, expiró.
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