LOS IDIOMAS/LAS LENGUAS.
Es verdad que Carlos I de
España y V de Alemania no nació ni en una ni en la otra, sino en Gante, en la
provincia de Flandes oriental, en la región flamenca, en la nación de Bélgica.
En su educación, desde su
nacimiento, sólo estuvo presente el idioma francés, que lo hablaba
perfectamente, el castellano/español llegó a dominarlo bien, el alemán, mal y nunca pudo conversar en flamenco
Se dice de él que, cuando los
franceses le pidieron que, para entenderlo, hablase francés en público, él, que
ya se había afincado e identificado con España, tras comunicarle que seguiría
hablando español pronunció lo que ha pasado a la historia, sobre las
lenguas/idiomas:
“Hablo en italiano con las
damas, en francés con los hombres, en alemán con los caballos y en español para
hablar con Dios”.
(Otros añaden: en inglés con
los patos, en húngaro con los caballos y en bohemio (checo) con el diablo/para
hablar con el diablo).
Hoy nadie duda que el inglés
es fundamental como lengua científica (el peso de Gran Bretaña y, sobre todo,
de Estados Unidos así lo exigen), pero también el alemán, y el francés,
mientras el español y el italiano (con las debidas excepciones) son más de
difusión de la ciencia que de descubrimientos científicos.
“¿Qué va a pasar con el lenguaje, con
los idiomas, con el nuestro en particular, el próximo siglo?
A mí me da la impresión de que se va a
generalizar una lengua franca que, por el momento, es el inglés, y que es la
lengua en la que, más o menos, se entiende uno, en la que se hacen las
investigaciones científicas, la que se usa en tantos congresos, y eso es bueno
que lo haya.
Lo que pasa es que esto, que sería otro
aspecto de la globalización famosísima, no es incompatible con las
descentralizaciones particulares; y no sólo no es incompatible, sino que a mí
me parece importante que se mantengan las lenguas porque, como ya he dicho, una
lengua es un estilo de vida, una manera de pensar y, por tanto, una manera de
vivir.
Y, además, porque la lengua franca, por
el hecho de ser utilizada por todos, por gentes de diferentes estilos de vida,
será buena para razonar y trabajar, pero no tan buena para vivir y para sentir.
Es difícil hacer arte con una lengua que
no es la de uno, la materna, la propia.
Y habrá, cada vez más, una lengua común,
pero es bueno que cultivemos la lengua propia: que amemos con ella, que
sintamos con ella, aunque trabajemos con la otra.
Pero a mí, lo de trabajar me interesa
menos.
Es más importante vivir”.
Esta ola de frío que nos
invade aguza la inteligencia de alguno, cuya imaginación envidia este
juntaletras cuadriculado racional y tan poco inteligente imaginativamente.
Aparece un mapa de Andalucía
y la imagen de una joven meteoróloga.
Cada una de las ocho
provincias andaluzas está rotulada:
Jaén: “Un frío que pela”.
Córdoba: “Cipote, qué frío,
quillo”.
Sevilla: “Akí hace un frío
del carahoo”.
Huelva: “Hace un frío del
copón”.
Málaga: “Nove qué rasca”.
Cádiz: “Ojú, pisha, qué frío,
carajo”.
Granada: “Lavin, compae, qué
frío”.
Almería: “Ostia puta, qué
frío, socio”.
Y ahora voy yo y se lo enseño
a un sueco, a un norteamericano, a un francés o a un alemán.
Alucinarán en colores al no
entender nada y alucinaré yo de ver la expresión de su alucinación.
Se habla, y mucho, de la
inconmensurabilidad de las culturas.
¿Puede uno comprender las
vivencias de otra persona que, no sólo tiene/habla una lengua distinta, sino
que ha mamado una cultura distinta?
¿Es la estructura de un
idioma cualquiera capaz de reflejar perfectamente el contenido de las vivencias
del idioma en que se expresa otra cultura?
“La creencia en que las máquinas
traducirán perfectamente textos de un idioma a otro es algo que me parece
difícil.
No sólo porque muchas palabras tienen
diferentes acepciones, según el
contexto, sino porque las palabras –salvo las meras partículas gramaticales- no
tienen limitado su contenido de una manera unívoca, como cuando una tapia cerca
un huerto.
Son realidades cambiantes, con el tiempo
y con el uso de los hablantes, hasta con el sonido de la voz que las enuncia.
A esto se me replica que se simplificará
adecuadamente el lenguaje. Pero, si es así ¡adiós literatura¡
Si reducimos el lenguaje, como el que
usan los jóvenes en sus lenguajes, acabaremos en el de Tarzán: “Tú, Tarzán; mí,
Jane”.
Afortunadamente para mí, yo no estaré
presente”
La dejadez, el poco esfuerzo,
la vagancia lingüística en la juventud
es sumamente esclarecedora.
“Tío” “Tía”, “Guay”,
“Superguay”, “No veas”, “Alucinante”, “Yo flipo”, “Se te ha ido la olla/la
pinza/la perola”, “Eres un agonías”, “Tienes un cacao que paqué”, “Estás
empanao”, “No te rayes”, “Vas pibón/vas niquelao”, “Estar pedo/ir mamao”,
“Echar la pota”, “Me la suda/me la pela/me la trae floja/me la trae fresca”,
“Darse un voltio”, “Estar al loro, “Ir sobrao”, “Ser un pringao”, “El puto
amo”, “Echar un kiki”, “Dar la brasa/la chapa”….(Y no sigo más)
Este vocabulario tan vital,
estas expresiones tan imaginativas, deben tener su equivalente en todos los
idiomas, pero desde fuera, creo que se hacen ininteligibles y quien haya
aprendido, en una academia, un idioma, sin estar involucrado y en el contexto
adolescente, ya más que juvenil, no sé cómo puede captar la singularidad de
esas expresiones.
Es difícil justificar,
teóricamente, una traducción.
Para hacerlo habrá que
suponer que se dispone de un marco de referencia que, estamos seguros, engloba
los dos discursos (lo que es una forma de presuponer resuelto el problema).
Tengo antiguas alumnas,
especialistas en “traducción e interpretación” que protestan (y, estoy seguro
que, con razón) de ciertas traducciones e interpretaciones. Porque sin estar
inmersos totalmente en el contexto es imposible dar con el término adecuado al
contenido del original.
Una “ventana” al mundo, una
“ventana a la vida” ¿es una “Windows”?
Kuhn afirma la “inconmensurabilidad
de los paradigmas” pero ésta inconmensurabilidad es sólo un caso de “la
inconmensurabilidad de dos lenguas”.
La traducción traiciona,
siempre, aunque sea poco, el sentido.
A mí me dicen “son las cinco
de la tarde” y pienso que es una hora anterior a las seis y posterior a las
cuatro, pero en el contexto inglés “es la hora del té”.
Ninguna traducción de una
lengua un poco compleja (y lo son, y bastante, las que conocemos) expresa
perfectamente el discurso original.
Las lenguas siempre son inconmensurables.
Tengo escrito un largo
artículo en mi blog sobre qué se entiende cuando se afirma “Dios ha muerto”
(preguntarle a Google) y sólo un occidental podrá entenderlo, porque
significa/puede significar muchas y muy distintas cosas.
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