“Podéis llamarme viejo” – decía Sampedro, en una entrevista.
Afirma Einstein que Materia y
Energía son lo mismo, y lo que sólo varía es su forma de manifestarse.
Suya es la ecuación de todos
conocida de que Energía es igual a Masa por la Velocidad de la Luz al Cuadrado o E = M.C al
cuadrado (es que no sé poner el exponente 2 encima de la C ).
Llega un momento en que la Energía acumulada se
estructura y da un salto cualitativo convirtiéndose en Materia.
Me pregunto si el viejo no es
“una energía psíquica acumulada”.
Pero poder acumular y seguir
acumulando energía psíquica uno tiene que estar no repleto, no lleno, sino con
vacíos posibles de rellenar con más energía psíquica, de la que saldría la
materia psíquica actualizada o carácter, la personalidad.
Lo que actualmente somos es
la materialidad psíquica que hemos sido capaces de acumular.
Somos responsables de nuestro
carácter o personalidad (no del temperamento, que es innato y depende de
nuestra fisiología).
Los hombres somos un tipo de
seres que estamos bailando entre lo que retenemos de nuestro pasado, lo que
vamos soltando por el camino y lo que vamos tomando de nuestro presente.
Somos el resultado momentáneo
de nuestro intento de completitud, siempre móvil y cambiante.
Vivir en pareja, la llegada
de un hijo, la muerte de un familiar, la suerte o la desgracia
sobrevenidas,…obligan a vaciarnos de ciertas cosas y tomar y tener que
preocuparse por otras nuevas que, sumadas a las anteriores, conforman la
momentánea suma total, por el momento.
Hay personas que, al
envejecer, se le encastran en sus mentes ciertos esquemas que lo petrifican,
que lo vuelven menos voluble, más rígido de lo que ya antes hubiera podido ser.
Se vuelven dogmáticos, o más
dogmáticos, pero otros, como Sampedro, (y yo mismo) nos aceptamos, nos hacemos
más libres, más tolerantes, más comprensivos hacia los otros, más relativistas.
Este segundo tipo de vejez ya
no pide sino que los dejen ser ellos mismos, sin resentimiento contra nada, ni
contra nadie.
Este tipo de viejo sólo pide
que lo dejen ser viejo a su manera, que lo dejen libre y en libertad.
Yo ni soy joven, ni envidio a
la juventud, ni añoro mi juventud pasada, ni me disfrazo de joven.
Cuando me reprochan que, en
vez de andar, lo que hago es pasear, ya no digo correr, para poder llegar a
tiempo, que voy muy lento,… siempre respondo lo mismo: “por eso salgo, siempre,
una cuarto de hora antes de tiempo, porque ahora ya soy dueño de la
administración del tiempo, que es “mi tiempo”.
Orgullosos estamos los viejos
de haber llegado hasta aquí y así, a pesar de las condiciones de todo tipo nada
favorables, orgullosos de nuestra vida vivida y de nuestra vida presente (al
menos yo).
Nuestros (al menos mis)
planes de futuro son a muy corto plazo, mañana, la semana que viene, el mes que
viene.
Y no es que no deseemos más,
es que ya sabemos que en cualquier momento la vasija de nuestro cuerpo puede
agrietarse, abollarse o, lo que es peor, caerse y descalabrarse.
Mi vida profesional (la mía,
más concretamente) ha quedado atrás pero ella ha sido la que me ha
proporcionado esta intensa y lúcida vida que llevo ahora mismo.
Vivo como quiero vivir, vivo
como soy y no me considero material de desecho, ni yo ni ningún viejo.
Lo que nunca intento es
aparentar lo que no soy y, en ese sentido, no soy hipócrita.
Siempre me maravilló la
entereza y la lucidez con que vivió Sampedro hasta el último momento.
“Yo creo que la idea de “final” no debe
producir angustia ni tensión. A mí me da (y a mí también) una perspectiva del
instante que es más valioso porque no es inacabable (...) la sensación de saber
que dentro de poco estaré menos fuerte, (y mi carne estará más flácida, y mis
huesos más…) más cerca del final, (eso) revaloriza aún más mi presente”.
Sabemos que vamos acumulando
experiencia, lo que es bueno, (aunque cada vez sea menos valiosa en los tiempos
actuales que vivimos) pero sabiendo que el uso, tanto de la carrocería somática
como de la mente, conlleva un desgaste, y que llegará un momento en que se
presente un desvío mental, siendo ya irrecuperable volver al camino seguido
hasta ahora, pero, mientras tanto no llegue ese momento ¡a disfrutar del
instante!
Es por eso por lo que nos
aferramos más al presente, gustándolo, degustándolo, saboreándolo, porque
sabemos que un día no muy lejano nuestro presente se habrá diluido.
¡Qué suerte y, a la vez, qué
tragedia la de los viejos que hablan en pasado de sus amigos porque aparcaron
su vida en la cuneta del vivir!
“Esa es la tragedia de las personas de
edad avanzada: cuando hablar de los amigos es como repasar una agenda de
muertos”.
¡Qué descripción más certera!
Y es verdad que, a veces, en
vez de llevarnos nuestro cuerpo, somos nosotros los que tenemos que tirar de
él, porque las articulaciones chirrían y necesitan un poco de 3 en 1, o el
estómago protesta, a su manera, al tener que enfrentarse a un cocido madrileño,
a una fabada asturiana o a un chuletón de Ávila con patatas panaderas.
Las goteras ya son como de la
familia y el espejo parece disfrutar de la calvicie o de las entradas o de las
canas, y de las ojeras, y de las patas de gallo (que cada vez se parece más a
un gallinero).
Pero ¿y qué?, Es el tributo
por haber vivido.
Nuestro cuerpo es, cada vez
más, el hombre del tiempo.
Y visitamos al endocrino (el
azúcar en sangre no es nada dulce, y el colesterol es desperdicio en el camino
de la sangre, y debemos tenerlos a raya. Y, también, al menos anualmente,
pasamos la I.T .V.
de nuestra próstata, con la ridícula postura que debemos poner para que el dedo…
(Yo, al menos, descubro que no es esa la sexualidad que me va).
Casi tenemos el título de
propiedad de paseos marítimos, de los bancos del parque, hacemos de vigilantes
de las obras municipales, criticamos a los trabajadores “porque en nuestro
tiempo…”
Y disfrutamos con la vista, practicando
el jubileo de la pestaña, ante las madres jóvenes empujando el carrito del
bebé, o de las niñeras con cuerpos rabiosamente desafiantes.
Y, luego, tenemos ese otro tipo
de placeres, cogiendo grillos y saltamontes con los nietos, leyéndoles cuentos
o inventándonos historias, yendo a los chinos,…
Somos testigos vivos de cómo
las pilas se gastan y no duran tanto como querríamos.
Estamos cumpliendo la
sentencia de Ortega: “la vida se nos da, pero no se nos da hecha” y hemos
tenido que hacérnosla en tiempos nada fáciles, con pocos y malos materiales, con
murallas morales casi insuperables,.. y,
¡la verdad!, no nos ha salido tan malo el resultado final.
Se nos ha traído a este mundo
sin consultarnos y sin nuestro consentimiento y quienes lo han hecho,
queriéndolo o sin querer, habiendo sido invitados o intrusos, tienen la
obligación legal y moral de criarnos y educarnos lo mejor que puedan hasta que
seamos capaces de andar y valernos solos, manejando el timón de nuestra vida.
He dicho y repetido veinte
mil veces (¡andaluz que es uno¡) que No nacemos sino que nos NACEN, nos
NACIERON, luego nos HACEN, nos HICIERON humanos, tal tipo de hombres para
después, cada uno, tiene que HACERSE PERSONA.
Y si nuestros padres y la
sociedad son los responsables y/o culpables de los dos primeros, del tercero
cada uno es responsable de su ser PERSONA y ya no vale tirar balones fuera.
Somos responsables del tipo
de Persona que somos sabiendo que podríamos haber sido de otra manera mejor si
hubiéramos optado por otros amigos, otros trabajos, otros amores,…
Somos, cada uno, el director,
el guionista, el actor, el espectador,….de nuestras propias vidas.
“Y, fíjense cómo a la palabra “vividor”
se la ha cargado de connotaciones peyorativas, cuando vivir plenamente debería
ser la meta ideal para cualquiera”.
Vivir “con” los demás, “por”
los demás, no “a costa de” los demás.
Venimos a este mundo ya sin
un pan bajo el brazo, es que ni siquiera venimos con un libro de instrucciones,
no con una ruta fija a seguir, tenemos que improvisar en cada momento y cada
mañana tenemos que enfrentarnos con nuestra “circunstancia”, que debemos sacar
lo mejor de ella para sumarlo a lo que hasta ese momento somos.
Quizá hayamos calibrado mal
lo que creemos bueno o mejor y nos hayamos equivocado pero eso es un
aprendizaje de cómo no debemos hacerlo otra vez.
Sólo el que camina puede
equivocarse de camino, pero sólo él puede avanzar. El que está acostado nunca
acierta, porque ni tan siquiera lo ha intentado.
Y, como he dicho y repetido,
hay que ser inteligente para ser consciente del error y desandar lo andado.
Hay que ser inteligente
porque, aunque la suerte está a la vuelta de cualquier esquina, hay que saber
de qué esquina puede estar y, sobre todo, a la vuelta de cuáles no puede estar.
El error no es equivocarse,
es el no decidirse a poder estarlo para poder darse la vuelta.
Tanto acertar como errar son
tipos de aprendizaje.
“La Vida no es sólo Razón (aunque también), ni se
reduce a ciencias y computadoras, por valiosas que éstas sean (y que lo son). La Vida es también Arte, Pasión,
Emoción, Sentimiento,…
En el capitalismo que agoniza esos
valores humanos y tradicionales se rinden ante el interés económico.
Esperemos que el dios del mundo que nace
(que nazca tras la muerte) sea la
Vida como el referente supremo”.
Vivir. Nuestra misión es
vivir y nada más. Vivir humanamente, no animal ni vegetalmente.
“Dios nos ha hecho –pone en boca de uno de los personajes de sus novelas- no
para que lo adoremos, como dice (y repite) el Catecismo, no para darnos la vida
eterna. Nos ha creado, sencillamente, para que vivamos (ya sin Él). Para vernos
vivir y movernos porque, en su inmutabilidad, lo necesita para sentir su propia
existencia”.
Es como si Dios nos hubiera
traído a esta vida para poder Él seguir viviendo. Dios no sería Dios sin los
hombres, como los hombres no serían hombres sin Dios (podría afirmar cualquier
creyente sincero).
Vivir, pero un vivir intenso,
un “vivir vital”.
“Vivir, sin estar ardiendo, no es
vivir”.
Como un fuego apagado no es
fuego.
“Nosotros nos engañamos creyendo ejercer
la vida multiplicando sus manifestaciones (andar, correr, reír, comer,
(viajar), pensar, (escribir)…y lo que somos (haciendo todo eso), es ser
consumidores de nuestro tiempo, de nuestra vida, y llegamos a su final habiendo
pasado de largo por ella” –dice
otro de sus personajes.
“No sólo tenemos el derecho de vivirla,
tenemos el deber de vivirla. (Pero) la vida, si no es libre no es nuestra. Si
(uno) se atiene a lo que otros nos obligan a hacer, no somos nosotros, no somos
responsables, no somos los que viven su propia vida, no somos nuestros propios
protagonistas. Sólo somos unos ejecutivos mecánicos. Esto es lo que la libertad
añade al mero hecho de existir”.
El sentido moral está
exactamente en que yo estoy vivo, en que tengo que vivir y que tengo que vivir
esta vida, que es la mía, y que reside en la fidelidad a lo que soy, en
adaptarme a lo que me rodea, en acomodarme, en encajar, como tú que tendrás que
hacerlo, también, aunque de manera distinta porque tu circunstancia ni es ni
puede ser la misma que la mía.
Sólo así nos realizaremos al
máximo.
“Pero, aunque sólo sea por estética, ya
que no por dignidad, el actual estado de vida del hombre occidental es
condenable, por eso en mi juventud luché contra él. Pero ya estoy viejo para
actuar y me resigno a que la bota me pise el cuello, pero, al menos, no beso
esa bota, y protesto cuando puedo (y cuanto puedo) porque hay que seguir en las
batallas, aun sin esperanza de victoria”.
Así escribía no mucho antes
de morir.
Esa era su manera de
practicar el “sentido moral”, obrar coherentemente e intentar que hubiera lo
que no había y que dejara de haber lo que, en ese momento, había.
Y desenmascarar la mentira y
la falsedad.
“Una hábil manera de esconder la verdad
ha sido siempre la de exponer tan sólo una parte de ella y, mejor aún, la menos
reveladora (aunque sea la más espectacular). Pero esa parte de verdad debe ser
conocida, porque tiene/ (tiene que tener) aspectos interesantes”.
Además, “la verdad nunca es como una
estatua, algo indiscutible e indestructible, única y válida para todos”.
Hay muchas verdades de una
misma verdad, son las perspectivas orteguianas o la verdad como perspectiva.
¿Cuántas veces habré dicho
que no hay “hechos” sino “interpretaciones” y que éstas dependen de los
intérpretes y sus puntos de vista, y no de los hechos?
¿Cuántas veces habré dicho
que los Derechos Humanos no existen, que no estaban ahí y los hemos
descubierto, sino que son creaciones de la mente humana, que son ideales a
conseguir y que merecen existir y luchar para que esos ideales se conviertan en
realidad en todas las naciones y en todos los hombres, independientemente de su
raza, religión,….?
¿Cuántas veces habré dicho
que hay “creencias humanas”, verificables de hecho o posibles de verificar pero
que nada tienen que ver con las “creencias religiosas” que puede no existir lo
creído o que no sea como se cree que son?
¿Cuántas veces habré
intentado explicar y hacer comprender que una cosa es el “noumenon” (lo que las
cosas “sean en sí” algo incognoscibles) y otra el “phaenomenon” (lo que las
cosas son “para nosotros” y que como somos así conocemos así, pero que si
fuéramos de otra forma conoceríamos de otra manera, que nada tienen que ver
esos dos vocablos kantianos?
¿Cuántas veces habré dicho, e
insistido, en que lo importante para ti es “tu verdad vital” como lo importante
para mí es “mi verdad vital” que, seguro-seguro que no son iguales porque no
somos iguales tú y yo, pero que podemos dialogar y entendernos?
Cuando me duele una muela esa
es “mi verdad dolorosa real”, no la tuya, para ti sólo puede ser una “verdad
dolorosa pensada”.
Pero ¿y el HAMBRE? ¿No es una
verdad para todos, para los hambrientos y para los saciados? ¿No es una verdad
objetiva mientras, por ejemplo, la existencia de Dios o el misterio de la
transubstanciación sólo es verdad para el que en ellas cree, sin ser consciente
de que pueden no existir o no existir como cree que son?
La verdad de la velocidad de
la tierra alrededor del sol, y la del sol en la galaxia, y la de la galaxia en
el firmamento,…son verdades objetivas pero que no deben distraernos de nuestras
verdades vitales, pero el Hambre, la
Sed , la
Enfermedad , la
Muerte temprana, la Mortalidad infantil,… de gran parte de la humanidad
también es objetiva y ésta sí que debe alterar nuestras vidas.
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