sábado, 7 de enero de 2017

ACOMPAÑANDO A J.L. SAMPEDRO (17) EL MASOQUISMO

MASOQUISMO.

Decir la palabra “masoquismo” e, inmediatamente, nos viene a la mente el origen de la palabra, Masoch.

“Masoch, Sacher-Masoch fue quien, como todos los disidentes, se negó a acatar la fe impuesta por los dominantes, clérigos o laicos pues, en aparente paradoja, su sumisión sólo se manifestaba ante la mujer y el sexo, alzándose rebelde contra los dogmas, frente a los cuales prefirió pensar y obrar por su cuenta, ser quien en su verdad era, mirar al mundo con sus propios ojos.
Cualidades éstas indispensables para lograr la plenitud humana, abrazando nuestro mundo luminoso con el oscuro, igualmente sagrados ambos”

El mundo denominado “luminoso” por la mayoría, que consigue el placer de sus órganos genitales y sexuales, de manera heterosexual, con una mujer, intentando llegar al orgasmo, uno o doble, frente al mundo “oscuro”, practicado por una minoría cuya placer consiste en sufrir, dominado por una mujer, que es la dominadora, y obedece al dominado, castigando su cuerpo, el del dominado, con instrumentos varios, llegando el dominado al orgasmo placentero.

El masoquista disfruta sufriendo, según la visión del no masoquista.

Pero el masoquismo va más allá de la relación sexual dolorosa.

“Hay personas, poco numerosas, que encuentran cierta satisfacción en experimentar el dolor, un dolor que, o bien ofrecen a Dios en forma del monje o la monja que en el convento se disciplina, cosa que a todo el mundo le parece sublime y extraordinario, o bien se trata de un amante que le pide a su pareja que lo azote, cosa que le parece a todo el mundo una perversión aberrante, y yo me pregunto: ¿Dónde está la diferencia?

Uno, que ha leído vidas de santos, en su paso por el Seminario (se estudiaba gratis, y los padres poco pudientes no podían permitirse el lujo de que su hijo estudiase en un colegio de pago) y que tuvo como compañeros a personas del Opus, y leía y oía cómo mortificaban su cuerpo, con diversos instrumentos y cilicios, además de los ayunos y abstinencias.
Yo les preguntaba a los segundos por qué castigar su cuerpo, hasta sangrar, y me respondían que lo hacían por amor a Dios y por la redención y salvación del mundo, para que Dios le perdonara los pecados, y para imitar a Cristo que murió en la cruz por todos nosotros.

¿Cómo puede un Dios, a no ser que sea sádico, aceptar y ordenar el castigo del cuerpo como mérito?
¿Cómo puede ser el dolor, el castigo, la autoflagelación,… un mérito?

Recuerdo, incluso, haber visto uno de los instrumentos de autocastigo: un collar de púas de hierro, que se metía por los pies, y se lo subía hasta abrazar el muslo, por lo que, al andar, se clavaba y se sangraba.

O cuando veo, por televisión (nunca he presenciado el espectáculo) las procesiones semanasanteras de los “picaos”, enfundados en sus hábitos blancos y con las costillas al descubierto y cómo, al andar, a cada paso que dan, con un manojo de cuerdas, alguna de las cuales lleva una bolita de hierro o de otro metal, en la punta, se autocastigan, por encima del hombro, sangrando sus costillas y ensangrentando el hábito blanco.

¿Cómo puede ser agradable a Dios ese autocastigo doloroso?

Tuve, incluso, una compañera, profesora de Instituto, que había estado, mientras estudiaba la carrera, en el Opus y cómo, cuando iba a clase en el autobús, cuando veía a un joven atractivo y lo deseaba, como autocastigo, al bajarse en la parada más próxima, sacaba unas piedrecitas del bolso y las metía en el zapato hasta que llegaba a la facultad, como penitencia por ese mal pensamiento, por ese pecado de pensamiento, de deseo.

(Y es que puede pecarse de pensamiento, de palabra, de obra y de omisión)

Me he preguntado tantas veces el porqué…y sigo preguntándomelo.

“Hay personas que encuentran satisfacción en ese sufrimiento. Sufrir físicamente les compensa psicológicamente por la idea de que se lo están ofrendando a un dios o a una persona a la que aman”

Nada tengo que decir si así lo desean y lo quieren, aunque no lo entiendo.
Pero no puede considerarse aberración a quien lo hace por amor a una mujer/a un varón y considerar mérito cuando eso mismo se hace por amor a un dios.

 “He leído cosas fisiológicas sobre esto. El dolor se compone de la sensación física que se recibe sobre la piel y el músculo, pero también se compone de la interpretación que el cerebro hace del mensaje que recibe y hay formas de condicionamiento que están dispuestas a interpretar eso de otra manera”.

O sea, que se cumple el adagio de “no existen hechos, sino interpretaciones”.
Y ese hecho, doloroso, yo lo interpreto de manera muy distinta a como lo interpretan el masoquista y el clérigo.

Yo no puedo estar de acuerdo con su interpretación, porque yo no soy masoquista, pero éste lo interpreta desde sus esquemas mentales.
Pero, en ese caso, son igual de no aberrantes los unos (ofrendados a varones/mujeres, humanos) como los otros (ofrendados a dios, divinos)

La sexualidad masoquista es considerada, sobre todo por los moralistas religiosos, como “antinatural” como si no fuera la propia naturaleza la que la propicia.

Ocurre lo mismo con la homosexualidad.
Del hecho de que la mayoría de personas sean heterosexuales, y esa es la “norma, lo normal”, porque es mayoritaria, de ello no debe concluirse que la opción homosexual, al ser minoritaria, sea “a-normal” (a no ser que este término se interprete “literalmente” y no social y moralmente).

Una de las reglas de Ortografía (al menos en mis tiempos) era que “se escriben con “b” todos los verbos acabado en “bir”, como recibir, concebir,…excepto “hervir, servir y vivir” que se escriben con “v”.
¿Deberíamos evitar el uso de estos tres verbos porque no siguen la “regla” (la norma, “a-normales”) o considerarlos “malos” por ser minoritarios (sólo tres)?
Decimos de ellos que son verbos “irregulares” y ya está, se escriben con “v”.

Igualmente deberíamos decir del masoquismo, que es minoritario, que no sigue la norma o la regla, que son “irregulares”, en cuanto excepciones a la regla, pero moralmente igual a los “regulares”.

“Lo que importa es que no podemos contemplar como aberrantes hechos que existen y se dan en la naturaleza. Podrán ser anómalos, molestos para la sociedad, y la sociedad podrá defenderse pero no puede decirse “esto es bueno” y “esto es malo”, porque tan natural es lo uno como lo otro”

Aclaremos y tengamos en cuenta, siempre, que no se trata de malos tratos ni ensañamientos, sino comportamientos deseados y practicados sin forzar al otro.
Es más, en el masoquismo puede estar ausente la flagelación y consistir, sólo, en lo esencial que es la “sujeción de uno y la dominación del otro”, tanto varón como mujer.

“Por supuesto, esa relación de dominación ha de ser de consensual acuerdo entre dos voluntades, incluso con control del sumiso, aunque no sea aparente. La persona dominante y la sometida juegan conscientemente su respectiva función.
Las formas de automasoquismo (como el del clérigo o la monja, o mi amiga, la del Opus)…me parecen, más bien, situaciones en espera del dominante…se lo ofrece a su Señor y tiene, así, un referente ideal….se trata, siempre de una relación amorosa, aunque se exprese desviada de la expresión afectiva normal….se trata de una experiencia auténticamente erótica y, por tanto, enraizada en lo más hondo de lo humano”

En “El amante lesbiano” escribe Sampedro sobre

“Las diferencias entre el látigo, la fusta, el martinete, el azote, el rebenque y la caña, pues cada objeto causa efectos distintos (sobre la piel) como la tímbrica de los instrumentos musicales (…) comprendí que el placer y el dolor están tan juntos como la vida y la muerte. Aprendí, también, que el cerebro puede interpretar diversamente una misma sensación como placer o como dolor: por eso el dolor sufrido no depende sólo de cómo nos golpea el dominante sino, sobre todo, de cómo los recibe y acepta el sumiso (…) una vez más el erotismo conecta con los místicos y con los mártires, dichosos en la tortura (…) porque la relación amorosa entre dominante y dominado, cualesquiera que sean sus sexos, llega a su hondura hasta la unidad de ambos celebrantes”

¿No habéis leído sobre los éxtasis eróticos de Santa Teresa de Jesús?

¿Y cuál tiene que ser la fuerza del mártir, tan creyente en su dios, al que se le insta a renegar y se le exime del martirio y no acepta la oferta del maltratador?
Su placer de dominado por su señor dominante al que no ve pero en el que cree.

Porque la relación humana de dominado-dominante humanos, están físicamente presentes, pero la del mártir con su dios es con el ser en el que se cree y sólo está presente en su mente de creyente, nunca en la realidad.

Pensado más fríamente, en la relación masoquista el sumiso es tan dueño como el amo y éste es un servidor de aquel. Dominado dominante y dominante dominado, ambos son señores y sirvientes.


Hegel afirmaría que el esclavo, para ser esclavo, necesita del señor, pero es que el señor, para ser señor, necesita del esclavo. Ambos se necesitan para ser ellos y ambos representan el doble papel.

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