“Guarden silencio, ¡por Dios¡
// que es tiempo de primavera // y están hablando de amor”.
¡Y un jamón¡
¿Y qué les pasa
a los otras tres estaciones?
¿Hay que esperar a la primavera, a que salgan las
flores, los pajaritos canten y las nubes se levanten para…?
¡Qué candidez¡ ¡Qué simplismo
romántico infantiloide¡.¡Qué tortolitos¡ (ni siquiera tórtolas)
¡Como si el amor pudiera “ser
dicho”¡ “Obras son amores”.
Si uno le pregunta al otro:
¿tú me quieres? Mal pintan las cosas. El otro, si realmente la ama debería responder
(cual gallego) ¿es que no lo ves? ¿Es que lo que hago no son obras de amor?
¿Necesitas que te lo diga?
Parejas y matrimonios.
Una pareja no es un
matrimonio. Ambas son uniones, igual de buenas o igual de malas, pero no son lo
mismo.
La convicción y seguridad que
tienen las parejas de que si no dan el salto al matrimonio, puede romperse
fácilmente el lazo que los ha tenido atados, afectiva y voluntariamente, con
todos los invitados de testigos, pone de manifiesto la superficialidad de los
que así, tan alegremente, actúan.
Toda ruptura de un lazo que
ha llegado a apretar demasiado, hasta doler, consuela, pero si ha habido amor
o, al menos afecto, siempre deja jirones en el alma, que quedan escritos en la
memoria.
Hoy se afirma, por doquier,
que “la familia ha entrado en crisis” y yo he escrito, muchas veces, que lo que
ha entrado en crisis no es la institución familiar sino un tipo concreto de
familia, la tradicional, la de nuestros abuelos y, quizá, nuestros padres, traspasada
de machismo, con la condición de inferioridad, real, de la mujer.
La “cana al aire” del varón
era, casi, un signo de virilidad, mientras que la de la mujer (si la había) era
un estigma para toda la vida, condenada por la sociedad como “puta”.
Si “casar a la hija” era una
tarea, casi misión, de los padres, (que no se quedara “para vestir santos”) y
que consistía en ser entregada, en dependencia, al varón, novio, aconsejándole
que practicase el mismo modelo de dependencia de la madre, (“tú, hija, aguanta,
antes que romper tu matrimonio”), ahora los padres no buscan, sino que se lo
encuentran, sin buscar, se lo presenta su hija, rezando, ellos, para que la niña haya acertado, como si eso
fuera una lotería.
“Por el bien de tus hijos,
hija, aguanta”. ¿Por el bien de los hijos?
Debido a mi profesión, he
tratado con muchos adolescentes que han dado el salto de la tristeza a la
alegría y que han empezado a sonreír cuando sus padres se han separado o
divorciado, porque su hogar era un infierno.
Jóvenes y jóvenas de hoy, no
son como los de ayer.
Porque la niña, novia,
juega/debe jugar, al mismo juego que el novio, al juego de la igualdad. Ni tú
eres más que yo, ni yo soy menos que tú. Una igualdad de coordinación, frente a
la paterna desigualdad de subordinación.
Y el problema siempre ha sido
el mismo: que a nadar se aprende nadando, a escribir escribiendo y a convivir
conviviendo. Y esto debe ser el noviazgo, el período que sirva para conocerse y
no sólo para acostarse y ver cómo se funciona en la cama, porque, en la vida,
se está más tiempo de pie que acostado.
Dormir en la misma cama es
necesario para conocerse mejor, pero no es suficiente.
El noviazgo es un tiempo más
de hablar de futuro (sin desperdiciar el presente), donde deben fraguarse los
acuerdos previos, manifiestos, mejor que tácitos, el texto a firmar, aunque en
los paréntesis de ese texto esté presente el solaz lubricante del placer, que
ayude a la puesta a punto.
Porque puede ser larga la
rodadura posterior, cuando el vehículo esté ocupado por 3, 4 ó más personas
(esto, ya, sería excesiva carga).
Pero ¿un niño? La sonrisa de
un niño desarma al más pintado, porque si los demás niños “ríen”, el suyo “se
ríe”, si los demás niños “lloran”, el suyo produce punzadas en el alma. El suyo
es otra cosa.
Y si, después del azar, de
haber previsto todo lo previsible, en ese momento en que “el novio no vio y la
novia no “vía”, se presentase ese niño “no solicitado”, “no encargado”,
“involuntario”, …nunca, un niño, puede ser una “carga”.
En el noviazgo no existe un
guión previo que hay que rellenar, siempre está abierto, y hay que irlo
improvisando y previendo.
Cuando veo esas películas que
termina con el coche de los novios alejándose en el horizonte y apareciendo
“END” ¿qué nos quiere decir?, ¿Que a partir de ese momento “acaba” la
insatisfacción, (infierno o purgatorio) y comienza el paraíso, ingresan en el
cielo? ¿O que “acaba” la utopía y ahora comienzan, realmente, los problemas,
con la convivencia 24 horas diarias, siete días a la semana,…?
“…Están hablando de amor”.
Los novios, mientras lo son, de
lo que deberían hablar, para mejor conocerse y establecer las condiciones del
contrato que desean subscribir, es, al menos de estos temas:
1.- HIJOS. ¿Sí o no? ¿Cuándo
y cuántos? ¿Se apuesta por una relación de pareja o por un matrimonio, con
descendencia? ¿Nosotros dos solos, como hasta ahora, y pasándonoslo bien o a
por uno o x niños?
Esto, que es algo tan
elemental, muchas veces no se trata, no vaya a ser que se rompa el hechizo.
¿Cuándo?, ¿ya mismo, aunque
interrumpamos uno, el otro o los dos los previsibles ascensos profesionales o
nos damos una tregua hasta que..?.
Porque ese hijo, tan pequeño,
tan poca cosa, “pesa” mucho, restando horas de descanso, haciendo muy largas
muchas noches.
Hay que tratar este tema y
llegar a un trato a cumplir.
¿Y si, sin cigüeña, llega
llamando en el útero materno…? ¿Aborto?, ¿No aborto?
2.- DINEROS. ¿Separación de
bienes o gananciales? ¿Todo al fondo único, común, o cada uno con su cuenta
poniendo, mensualmente, una cantidad, ambos, pero con lo que sobre que cada uno
haga, compre,… lo que más le apetezca? ¿Nos asociamos a alguna O.N.G o no?, ¿a
cuál o cuáles? ¿Coche sí o coche no? ¿Qué modelo y qué precio? Porque si uno ha
sido consumista, dejar el hábito cuesta.
Aunque los “enamorados”
(pardillos ellos) creen que hablar de dineros es algo vulgar, que contamina el
amor.
“Contigo, pan y cebolla”,
(cuando sabemos que “no sólo de pan vive el hombre” y que las cebollas hacen
llorar) “Contigo, debajo de un puente” (con el frío que tiene que hacer y el
peligro que eso entraña)
3.- FAMILIAS. Algo que no
puede ser obviado, ¿Qué relación va a tenerse con las familias? Porque siempre,
detrás de cada miembro de la pareja, quiéralo o no, hay una familia. Porque la
sangre es la sangre, y la sangre, sobre todo en momentos de sombra, tira.
¿Fines de semana? ¿Todos?
¿Les pedimos dinero, para que nos ayuden o no? ¿Van a interponerse entre
nosotros? ¿Vendrán a vivir con nosotros?
“Tú no cocinas como mi
madre”. “Pues tú eres como tu padre”. ¿Nos comprometemos a no tirarnos las
familias a la cabeza?
4.- DÓNDE. ¿En alquiler o nos
embargamos y nos metemos en una hipoteca? ¿En qué lugar nos gustaría vivir?
¿Podemos?
5.- TRABAJOS. ¿Cuáles son
nuestras perspectivas profesionales de cada uno?, para poder orientar nuestro
futuro. ¿Qué expectativas tenemos? ¿Tenemos trabajo fijo y seguro o temporal y
previsible paro? ¿Y si nos despiden, a uno, al otro o a los dos? ¿Qué haremos?
En el trabajo ¿dedicación
exclusiva, con muchas horas extras, para ganar más y ausencia del hogar? ¿Cómo
conciliaremos vida familiar y vida laboral?
Cunado dos personas, cada una
con sus proyectos y sus expectativas, deciden vivir juntas, no son, como dicen
los curas: “una sola carne y un solo espíritu”. Son dos carnes, que pueden
abrazarse y disfrutar de los dos cuerpos, pero que, también, pueden ser
frontones de pelota.
Y de dos proyectos, nada, al
menos tres, los dos particulares y el proyecto común. ¿Cuánto se está dispuesto
a sacrificar, no tanto por el otro (que también) sino por el proyecto común,
por el “nosotros”?
Si uno renuncia a ser él
mismo, se entra en la condición de esclavo.
Si sólo se intenta ser sí
mismo, se entra en la condición de dictador.
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