miércoles, 20 de mayo de 2015

LA MEDICINA (2)

  
Todos sabemos que para ser elevado a “beato” hace falta haber hecho UN milagro y para  “santo”  son necesarios DOS. Esto es lo que prescribía (no sé si seguirá vigente) la “tarifa” de la Iglesia de Roma.
Pero, por ejemplo, el mismo Papa, Urbano VIII, que consideró milagros de Francisco Javier el “don de lenguas” (desmentido por las mismas cartas que escribía, quejándose de lo difícil que era la comunicación con los japoneses) y que “encendiera lámparas con agua bendita en vez de con aceite” fue el mismo que encontró increíble lo que decía Galileo.

Yo, que en mis tiempos de seminarista, con misa diaria y con misal del P. Molina, S.J. me leía las biografías de los santos del día, no daba fe a tantos milagros como, antiguamente, realizaban los santos.

Cuando está presente la ausencia de documentos, la  imaginación se dispara y llega a afirmarse que San Francisco Javier, durante su vida, llegó a resucitar hasta a cuarenta personas.

Todos recordamos el caso de la mujer aquejada de hemorroides/almorranas, la hemorroísa del Evangelio, que estaba convencida de que se curaría de su enfermedad si llegaba a tocar aunque sólo fuera la orla del manto de Jesús de Nazaret. Lo consigue y queda curada.

Pero no creamos que son sólo los católicos los que creen en curas milagrosas, también lo creían los protestantes.
En Inglaterra el Rey curaba, mediante toque, la enfermedad conocida como “el mal del Rey” (la “escrofulosis”, una variedad de la tuberculosis) y como se creía en el origen divino de los reyes (El Rey era un “vice-Dios en la tierra”), Carlos II llegó a tocar a unas cien mil personas.
Poderes milagrosos de los Reyes que se heredaban y se transmitían en los reyes posteriores descendientes.

En la Edad Media eran frecuentes (y terribles) las plagas y las pestes y eran atribuidas unas veces a los demonios y otras a la cólera de Dios.
Si se creía que era por esta última un método muy recomendado para evitarlas o que desapareciera era por la donación de tierras a la Iglesia.

La Peste Negra, de 1.348 causó explosiones de superstición de varias clases en diversos lugares.
Uno de los métodos favoritos de apaciguar la cólera de Dios fue la persecución de los judíos.
¿Cuántos miles y miles de judíos murieron por ello?

La credulidad estaba a la orden del día.
La ciudad de Siena había decidido agrandar la Catedral y ya se había hecho una cantidad considerable de trabajo, pero, cuando llegó la Peste Negra la interpretaron como una “visita especial” para castigar a los sieneses pecadores para castigarlos por su orgullo de querer tener una catedral tan magnífica, así que detuvieron el trabajo.

Además, como los principales médicos eran judíos que, además, habían adquirido sus conocimientos de los musulmanes, eran doblemente sospechosos de magia, lo que, por una parte les beneficiaba, para elevar sus ingresos, pero por otra eran mal vistos.

La Anatomía era considerada como mala, porque podía interferir en la resurrección de los cuerpos el día del Juicio Final. ¿No iba a resucitarse con el mismo cuerpo y alma que tuvieron en vida?
La disección estaba, habitualmente, prohibida, además con bula de por medio del Papa Bonifacio VIII.
Incluso en el siglo XVI, el Papa Pío V, ordenaba a los médicos “llamar antes a los sacerdotes, porque la enfermedad corporal frecuentemente surge del pecado” así que el enfermo tenía un plazo de tres días para confesar sus pecados.

En el caso de las “enfermedades mentales” su tratamiento era totalmente supersticioso.
La locura era debida a la posesión diabólica (lo que venía reforzado con sólo leer el Evangelio), eran los “endemoniados”.
Su curación era o bien por el exorcismo (para sacar al diablo del cuerpo del enfermo) o bien tocando una reliquia.

Y como el orgullo fue el causante de la caída de Satanás, debía ser humillado, incluso torturado, y se usaban malos olores y sustancias desagradables.
La fórmula del exorcismo llegó a ser cada vez más grande y más salpicada de obscenidades. Se recurría, incluso, a mantenerlo siempre despierto.
Y cuando fallaban estos métodos mixtos el paciente era azotado y si el demonio se resistía a abandonar el cuerpo del enfermo era torturado por bárbaros carceleros crueles.

Los Jesuitas, en Viena, en 1.583, llegaron a expulsar 12. 652 diablos.

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