Todos sabemos que para ser elevado a “beato” hace falta haber hecho UN milagro y para “santo”
son necesarios DOS. Esto es lo que prescribía (no sé si seguirá vigente) la “tarifa” de la Iglesia de Roma.
Pero, por ejemplo, el mismo
Papa, Urbano VIII, que consideró milagros de Francisco Javier el “don de
lenguas” (desmentido por las mismas cartas que escribía, quejándose de lo
difícil que era la comunicación con los japoneses) y que “encendiera lámparas
con agua bendita en vez de con aceite” fue el mismo que encontró increíble lo
que decía Galileo.
Yo, que en mis tiempos de
seminarista, con misa diaria y con misal del P. Molina, S.J. me leía las
biografías de los santos del día, no daba fe a tantos milagros como,
antiguamente, realizaban los santos.
Cuando está presente la
ausencia de documentos, la imaginación
se dispara y llega a afirmarse que San Francisco Javier, durante su vida, llegó
a resucitar hasta a cuarenta personas.
Todos recordamos el caso de
la mujer aquejada de hemorroides/almorranas, la hemorroísa del Evangelio, que
estaba convencida de que se curaría de su enfermedad si llegaba a tocar aunque
sólo fuera la orla del manto de Jesús de Nazaret. Lo consigue y queda curada.
Pero no creamos que son sólo
los católicos los que creen en curas milagrosas, también lo creían los
protestantes.
En Inglaterra el Rey curaba,
mediante toque, la enfermedad conocida como “el mal del Rey” (la
“escrofulosis”, una variedad de la tuberculosis) y como se creía en el origen
divino de los reyes (El Rey era un “vice-Dios en la tierra”), Carlos II llegó a
tocar a unas cien mil personas.
Poderes milagrosos de los
Reyes que se heredaban y se transmitían en los reyes posteriores descendientes.
En la
Edad Media eran frecuentes (y terribles)
las plagas y las pestes y eran atribuidas unas veces a los demonios y otras a
la cólera de Dios.
Si se creía que era por esta
última un método muy recomendado para evitarlas o que desapareciera era por la
donación de tierras a la
Iglesia.
Uno de los métodos favoritos
de apaciguar la cólera de Dios fue la persecución de los judíos.
¿Cuántos miles y miles de
judíos murieron por ello?
La credulidad estaba a la
orden del día.
La ciudad de Siena había
decidido agrandar la Catedral
y ya se había hecho una cantidad considerable de trabajo, pero, cuando llegó la Peste Negra la interpretaron
como una “visita especial” para castigar a los sieneses pecadores para
castigarlos por su orgullo de querer tener una catedral tan magnífica, así que
detuvieron el trabajo.
Además, como los principales
médicos eran judíos que, además, habían adquirido sus conocimientos de los
musulmanes, eran doblemente sospechosos de magia, lo que, por una parte les
beneficiaba, para elevar sus ingresos, pero por otra eran mal vistos.
La disección estaba,
habitualmente, prohibida, además con bula de por medio del Papa Bonifacio VIII.
Incluso en el siglo XVI, el
Papa Pío V, ordenaba a los médicos “llamar antes a los sacerdotes, porque la
enfermedad corporal frecuentemente surge del pecado” así que el enfermo tenía
un plazo de tres días para confesar sus pecados.
En el caso de las
“enfermedades mentales” su tratamiento era totalmente supersticioso.
La locura era debida a la
posesión diabólica (lo que venía reforzado con sólo leer el Evangelio), eran
los “endemoniados”.
Su curación era o bien por el
exorcismo (para sacar al diablo del cuerpo del enfermo) o bien tocando una
reliquia.
Y como el orgullo fue el
causante de la caída de Satanás, debía ser humillado, incluso torturado, y se
usaban malos olores y sustancias desagradables.
La fórmula del exorcismo
llegó a ser cada vez más grande y más salpicada de obscenidades. Se recurría,
incluso, a mantenerlo siempre despierto.
Y cuando fallaban estos
métodos mixtos el paciente era azotado y si el demonio se resistía a abandonar
el cuerpo del enfermo era torturado por bárbaros carceleros crueles.
Los Jesuitas, en Viena, en
1.583, llegaron a expulsar 12. 652 diablos.
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