QUERIDOS PADRES (Y SOBRE TODO
TÚ, QUERIDA MADRE).
Aunque físicamente en otro
nido, más o menos lejos del antiguo hogar; aunque me haya ido, tú sabes que no
me he ido del todo, porque tú, madre, siempre estás presente, cada momento, en
mi mente.
Y me pregunto, ante cualquier
estado, cómo lo harías tú, cómo reaccionarías, qué solución le darías, sabiendo
que no vas a incomodarte si te llamo por teléfono a cualquier hora del día o de
la noche.
Ahora, desde mi maternidad,
deduzco todo lo que tú tuviste que hacer por mí, todo lo que por mí tuviste que
pasar y de lo que nunca fui consciente.
Porque yo, ahora, me desvelo
de noche y le doy vueltas a la cuna y/o a la cama de la habitación de al lado
para ver si está desarropado, porque no quiero que se me resfríe, y tú, también
tuviste que hacerlo, y nunca fui consciente de ello.
Y hay días que no me acuesto
en mi cama, sino en una silla, vigilando la temperatura de mi niño, no vaya a
ser que….y tú también…y nunca fui consciente.
No busco nada en mi niño,
porque me veo retratado en él, pero si me regala una sonrisa quedan saldados
todos los desvelos, es una bonoloto sucesiva diaria, y si, además, en su
balbuceo, con su lengua “aprendiza”, me suelta un “mamá”, es el gordo de la
primitiva y surgen en mí instintos “filiófagos” (palabro, pero muy
significativo) y me dan ganas de comérmelo a trozos.
Verlo dormir es el
surgimiento del éxtasis. Una se va porque tiene que irse, pero allí me
quedaría, en la fruición.
¿Recuerdas, mamá, cuando le
cambiabas el pañal a la pequeña y lo mal que olía? ¡Qué pestazo! –repetía yo
uno y otro día. Pues ahora, mamá, los pañales de mi niño no me huelen mal,
incluso hasta bien, debe ser porque son de mi niño.
Y si se mea en la bañera, en
cuanto los pies tocan el agua, lo interpreto positivamente, como algo
beneficioso, un plus de urea para el cuerpo.
O ahora me peleo con ellos, a
diario, para que dejen recogida su habitación y deje de ser una leonera, como
tú, también,…
Y empleo mucho tiempo en la
cocina, preparando esa comida que tan buena te salía a ti y que, a pesar del
entusiasmo que le pongo, no me sale tan rica como la tuya (y eso que me das la
receta, pero que no me sale)
Y ahora sé qué estás ahí, al
otro lado del teléfono, descolgándolo antes de que suene tres veces, para oírme
y escucharme, para responderme, para aconsejarme, para acompañarme, para
recoger a mi niño del cole y darle la merienda…para…cualquier cosa que te
necesite.
Y ahora veo cómo se te cae la
baba cuando coges a mi niño que, también, es tu nieto.
Y, aunque a veces, me cabree
y piense, incluso diga, que “me lo estás malcriando o maleducando o
deseducando” comprendo que los abuelos los educáis de otra manera, de manera
diferente.
Y ahora comprendo por qué, lo
que para mí era mi casa, para ellos es “abuelilandia”.
Y ahora, cuando te he hecho
abuela, es cuando más te estimo como madre, porque sólo ahora soy consciente de
qué es ser madre.
Y es que los hijos, cuando
abandonan el nido, nunca dicen “adiós”, sino “hasta en cualquier momento, mamá”.
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