¿Y la creencia en la
hechicería?
De mis tiempos infantiles
está en mi mente el Catecismo del P. Astete. “El que cree en agüeros o usa de
hechicerías o cosas supersticiosas”, como pecado contra el primer mandamiento
de la Ley de
Dios.
“A la hechicera no dejarás que viva” -dice la Biblia (Éxodo XXII, 18), así que tomando la Biblia como guía de
conducta fueron miles o millones las víctimas inocentes.
La brujería y la hechicería,
en la Edad Media ,
si eran perversas era porque suponía una alianza con los poderes infernales.
Y es que, no sólo la Divinidad , también
Satanás puede hacer milagros, pero mientras aquella ayuda a los hombres buenos,
ésta lo hace a los hombres malos.
Ya durante el reinado de
Ramsés III fueron juzgados ciertos funcionarios y ciertas mujeres de su harem
por hacer una imagen de cera del Faraón y pronunciar hechizos mágicos sobre
ella con la intención de causar su muerte.
La brujería comenzó a ser
casi totalmente femenina en el siglo XV y, desde entonces, hasta finales del
XVII la persecución de las brujas fue seria y se difundió ampliamente.
En 1.584, el Papa Inocencio
VIII lanzó una bula contra la brujería, la tristemente célebre “Maleus Maleficarum”
(“el martirio de las malhechoras”) y designó a dos inquisidores para
castigarla.
Sostenía que la brujería era
más natural a las mujeres que a los varones a causa de la “maldad inherente en
sus corazones”.
Una de las acusaciones más
comunes contra ellas era “causar mal tiempo”
Se redactó una lista de
preguntas para las mujeres sospechosas de brujería, las cuales eran torturadas
hasta que daban las respuestas deseadas.
Se calcula que sólo en
Alemania, entre 1.450 y 1.550 fueron muertas 100.000 brujas, la mayor parte de
ellas quemadas.
Ya algunos racionalistas se
aventuraron a dudar que las tempestades de granizo, rayos y relámpagos fueran
causadas realmente por las maquinaciones de estas mujeres.
Incluso el Rector de la Universidad de
Tréveris y Juez del Tribunal del Electorado, después de condenar a innumerables
brujas, comenzó a pensar que, quizá, las confesiones se debían al deseo de
escapar de la tortura, por lo que no se hallaba muy dispuesto a condenarlas.
Fue, entonces, acusado de
haberse vendido a Satanás y sometido a las mismas torturas que él había
infligido a las mujeres. Como ellas, confesó su culpa y sería estrangulado,
para ser, posteriormente, quemado.
Pero no seamos miopes.
Los protestantes eran tan
adictos como los católicos a la persecución de las brujas. Y Escocia superaba a
Inglaterra en la tarea.
Jacobo I descubrió la causa
de las tempestades que lo habían perseguido en su viaje a Dinamarca: cientos de
brujas que se habían echado a la mar. Y fue él al que se le ocurrió el tormento
de levantar las uñas de los dedos para clavar alfileres enteros.
El incremento de la cultura
iba paralelo al declive de la brujería, pero hasta el siglo XVIII siguieron
quemándose brujas.
La creencia en la posibilidad
de la magia negra no fue derrotada con/por argumentos racionales, sino por la
difusión general de la creencia en el imperio de la ley natural.
La obra de Newton hizo que
los hombres creyeran que Dios había creado originalmente la naturaleza y
decretado sus leyes naturales de suerte que produjeran los resultados queridos
por Él, sin su nueva intervención, excepto en grandes ocasiones.
Los protestantes sostenían
que los milagros se produjeron durante el primero y segundo siglo de la Era Cristiana , y luego cesaron.
Y si Dios ya no intervenía milagrosamente,
era poco probable que permitiera que lo hiciera Satanás.
Poco a poco dejó de haber
viejas brujas montadas en escobas y volando por el cielo como causa de las
tempestades.
Pero los relámpagos y los
rayos no eran algo natural, sino actos especiales de Dios.
De ahí la oposición a la
instalación de pararrayos a los que se les atribuía el terremoto de 1.755, en
Massachussets. “Las puntas de hierro inventadas por el sagaz Mr. Franklin”.
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