Analicemos los años. ¿Cómo contamos los años?.
Perece que sólo los niños y los adolescentes quieren ser
mayores de lo que son.
Los niños no cuentan la vida por años, sino por fracciones,
por meses, incluso días.
“Tengo cuatro años y medio”. “Tengo cuatro años y nueve
meses”. “Ya casi tengo cinco”.
Cuando cuenta no mira al hoy,
está pensando en el mañana. Mira hacia delante. No deja nada atrás. Incluso
cuenta lo que todavía no tiene. Quiere ser mayor de lo que es.
A los adolescentes también les ocurre algo parecido. “Ya voy
a cumplir 16”. Parece que no puede tener 15. No. Voy a cumplir 16. ¿Pero si yo
te preguntaba cuántos tenías, no cuántos ibas a tener?.
Pero “ya tengo 18, voy a sacarme el carnet de conducir”. Ya
ha llegado a una de las metas tan deseada durante los últimos años. Ya puede
conducir. No se fija en que, como ya es mayor de edad, ya es responsable y ya
puede ir a la cárcel.
Luego ya “tengo 26 tacos, tío, ¡joder¡”
Cuando uno llega a los 30, no es que haya llegado, es que “ya
cumplí los 30” .
A partir de los 30 ya se cumplen años. El casorio, los hijos, el cole, el
trabajo, las prisas.
Como no tiene uno tiempo para
nada no tiene tiempo ni de pensar en el tiempo que tiene. ¡“Feliz cumpleaños,
papᔡ “!Anda¡ es verdad, hoy cumplo años”. ¿Cuántos, papá?. Y tú dices, muy
displicentemente, como con desgana: “37” , casi para tus adentros y el cuello de tu
camisa.
Lo de los 40 esto ya es otro cantar, esto ya es para caerse.
Se acabó el número 3, y el 4
ya es otra cosa.
“De cuarenta para arriba…”, pero si estás
soltero, por suerte o por desgracia para ti, “solterón y cuarentón, qué suerte
tienes, ladrón”.
¿De verdad que es suerte?.
¿Tener que pavonearse para atraer a una pava?. Aparentar tener una conversación
agradable, mariposeando de flor en flor todos los fines de semana, visitas al
Eugenio´s de Torremolinos y soltando la pasta. Y seguir más despistado y más
preocupado que Adán el día de la madre.
Lo de los 50. ¿Qué te voy a contar?. Los hijos en la Universidad o en los
primeros años de trabajo, explotados. Y tú ya no estás para trotes. Cada vez
cansa más el trabajo. Así que en los 55 uno ya ve la prejubilación, ese despido
fraudulento, pero consentido, para que cobres el paro durante x años, justo los
que te llevan a la jubilación. Al paraíso. A la meta soñada. A la felicidad.
Aunque uno no esté, uno ya se
ve allí, saboreando las mieles de la victoria. Viéndose apuntado a todos los
viajes habidos y por haber del Imserso. (Luego comprobará que eso también cansa
y ¡como en casa en ningún sitio¡).
El jubilado ya deja de contar. Lo que le interesa del tiempo
es el primero de mes para ir al Banco.
A partir de los 85 ó 90 ya empieza, otra vez, a contar mirando
para atrás. “Parece mentira. Pero si parece que fue ayer cuando tenía 70”¡.
O empieza a contar como los
niños: “93 y 7 meses”. “Para Octubre los 94” .
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