jueves, 4 de diciembre de 2014

NINA FERRYS



(Aunque escrito hace algunos años, no creo que haya perdido actualidad. Bastaría con cambiar las caras de los políticos, ubicando el artículo a la situación actual)


         Hoy podría sustituir a Nina Ferrys por ELSA PATAKI o, mejor por CRISTINA PEDROCHE Y sustituir una verruga  y un “ahora” por un “Yo voy”.  O sustituir no sé qué por un “Cambiar a mejor es posible”. “¿El otro? No hace falta cambiarlo. Llevamos, desde siempre, “yendo al máximo” y “vamos imparables”, y ya deberíamos haber llegado o habernos estrellado.

         Podría haber cambiado las braguitas y el sujetador por un helado. Pero he optado por mantenerlo tal como salió de la mente de este obseso hace (casi nada) 18 años.

         Según dice mi mujer, me encontraron llorando en la Playa del Chanquete, al quinto día de mi desaparición.

         Dice que mostraba (yo) un ánimo deprimente y tenía un aspecto deplorable: desaliñado, sucio. El pelo greñoso y grasiento, la cara demacrada, blancuzca, muy desmejorado, con grandes ojeras, como de haber llorado mucho y repitiendo, como un disco rayado: “no hay derecho”, “no hay derecho”, “no hay derecho”…

         Estoy, ahora, aquí, sentado en mi terraza, escribiendo estas líneas y bastante recuperado del incidente, del paréntesis, del acontecimiento o de como usted quiera llamarlo (que para eso gozamos de libertad de expresión).

         Estoy intentando recordar, a ráfagas. Quiero poner en orden mi pasado reciente. Estoy ahora, ya, contemplando las tres vallas publicitarias que hay ahí, frente a mí, en el Camino del Pato, justo entre las dos farolas, delante de la panadería.

         En una de ellas hay dos enormes cabezas, como dos grandes globos hinchados y a punto de estallar (como un “big bang” humano en la expansión del universo), intentando venderme/que yo compre sus ideas a cambio de mi voto.

         En otra (¡oh Dios¡ perdónales el pecado mortal contra la estética, porque no saben lo que han hecho), una cabeza casi calva, obsesionada con que yo no les dé mi voto a las otras dos cabezas.

         En la valla de la derecha hay una verruga pegada a un hombre, donde pone, en letras muy grandes AHORA. (¿Será que ya han descubierto el remedio anti-verrugas?).

         Durante más de dos meses, en esas tres vallas publicitarias, tanto a la luz del sol como a la tenue luz amarillenta de la luna y de las farolas, ha estado presente NINA, mi NINA. La tienen ustedes que recordar. La que tenía por única ropa una minúscula, casi microscópica, pero siempre insinuante/atrayente braguita FERRYS.

         Será por que desciendo de la comarca minera del Alquife, o porque mi padre tenía Hierro de segundo apellido o porque mi suegro era capitán del ferrys Algeciras-Tánger… lo cierto (y verdad) es que entre Ferrys y yo habíamos establecido un tácito acuerdo (inconsciente, claro está) de que allí tenía que estar NINA, y por triplicado, frente a mi terraza, en las tres vallas.

         Sólo Dios y la luna llena son testigos de la cantidad de noches que me he levantado de la cama, a las tantas de la mañana, entre sueño y sueño, y, en chanclas y en pijama, me he sentado en la terraza, contemplando a NINA, sin decir nada, sólo mirando, contemplando, sin prisa, extasiado. ¡Qué placer, oh Dios, el placer de la mirada¡.

         NINA no me pide nada, no me exige nada, sólo me sugiere, me invita a seguir ahí. No me habla, pero estamos en comunicación. ¡Qué gesto petrificado e insinuante¡.

         Ese cuerpo curvilíneo, tan proporcionalmente repartido, recostado en posición no forzada, tapando, disimuladamente, con un brazo, lo que podía ser considerado pornográfico por un alguacil de aldea, pero que es solamente erótico para todo bien nacido, como tu y como yo. (Oh, Dios ¿cómo ha podido ser considerado pecado este placer visual en la contemplación de tal perfección carnal?.

         NINA ahí y yo aquí, frente a frente durante más de dos meses, en comunicación constante y simultánea, nocturna y diurna, intensamente enamorado y siempre correspondido.

         Ni mi mujer se ha dado cuenta. Sólo su sorpresa y/o su cabreo de estar (yo) todo el día en la dichosa terraza, sin hacer nada, y de tanto levantarme (¡a mear¡) por las noches.

         Y ahora, aquí, en esta misma terraza, pero sin NINA, y (además) con los cabezones.

         Ahora recuerdo que, para ir la Instituto, me inventaba la excusa del tráfico y daba un rodeo enorme. Y todo por pasar junto al campo de fútbol, seguir la tapia sur del cuartel y, luego, el cruce con la C/ Ayala. Total, cinco vallas. Cinco NINAS. Cinco placeres. Más que placeres, cinco goces.

         Y ahora recuerdo, también, cuando mi mujer me preguntaba por qué teníamos que ir a tomar una cerveza, en coche, a la venta El Molino, a cuatro kilómetros. Yo creo que nunca se dio cuenta que eran cuatro NINAS en el trayecto. Pero yo creo que nunca se tragó lo de que la cerveza San Miguel estaba, en El Molino, a la temperatura ideal y sabían “tirarla” mejor. ¿Desde cuándo has sido tú un buen catador?  -me decía- y tenía toda la razón del mundo.

         Pero recuerdo, sobre todas las vallas, las dos de la C/ Ramón y Cajal, junto al semáforo. Yo era el primero en parar. Ya desde lejos calculaba velocidad y tiempo para que se pusiera amarillo, justo-justo, antes de parar y poner punto muerto. Miraba, disfrutaba con fruición, devoraba con la imaginación. Sólo un minuto. Pero era un minuto muy largo. Los jueves dos, mañana y tarde. Me quedaba embobado, con la conciencia de vacaciones. Metía la primera cuando mi mujer me zarandeaba la pierna o cuando las bocinas de los de atrás se ponían tan pesadas que se hacían insoportables (a veces ni les daba tiempo a pasar a más de dos coches).

         ¿Cuántas veces se me caló el coche en ese semáforo?. Nunca oí tantas blasfemias. ¿Se me calaba o lo dejaba calar? (¡Qué igual da¡, se juntaba el hambre con las ganas de comer).

         Llevo ya tres días  de baja en el trabajo. Mis alumnos tienen que recordarlo. Era un final de curso, en plenos exámenes. Comuniqué, al Director, tener fiebre. Pero a mi mujer no le he dicho nada. Así que a las ocho y cuarto, como cada día laboral normal, salgo con el coche recorriendo las calles, por ver si alguna valla ha quedado libre de tal desaguisado. Llevo ya contadas quinientas veintiocho en el casco urbano. Ni una NINA. Mucho coche, mucho Corte Inglés, mucho político. Pero ninguno de Estética. Todas anuncian mercancía. Todos invitan/incitan a que le des y que te vayas. Sólo la de NINA invita a estar ahí, a quedarte,

         Y vuelvo a ver las inmensas cabezotas.

         Pero ¿cómo puede salir  de algo tan poco atractivo/atrayente algo que te invite/te incite a vivir mejor?.

         Comprendo, soy consciente, de que hay mucho paro y que los cabezones quieren trabajar.

         Yo comprendo que hay oficios raros y que ellos quieren trabajar en ese oficio. Pero ¿no podrían prescindir de mí?. ¿Es que su deseo de trabajar es motivo suficiente o necesario para desbancarme a NINA de las vallas?.

         He llamado al Ayuntamiento. He prometido trabajo social por las tardes, darle mi voto, conseguir el de mi vecina Manoli y los dos votos de mis suegros al primero que  aparezca por aquí arrancando esos horrendos carteles y reponiendo los de NINA, pero, hasta la telefonista, ( estoy seguro que contratada-interina-temporal por una baja materna, seguro-seguro que está ahí por tráfico de influencias), me ha puesto a parir, me ha regañado, me ha largado una perorata, con malos modales, me ha echado en cara mi  bajo nivel cultural porque, para ella, la política es una cosa muy seria, y que esos señores de las vallas son unos profesionales de la “res publica”, son los conductores de la sociedad, las mentes lúcidas, capaces de llevar a buen puerto a esta España marinera. Y que lo que albergan en sus privilegiadas mentes ( “no las llame usted “cabezas” y lo de “usted” lo dijo con un rin-tin-tin…), no sólo son ideas, son proyectos de futuro sistemáticamente elaborados por equipos de expertos de las distintas ramas del saber, y ellos son los únicos que pueden aminorar, cuantitativa y cualitativamente, las pertinaces cifras de desempleo, controlar la siempre díscola e incontrolable inflación, reestructurar los nuevos cauces económicos, enfriar la especulación, recalentar la contratación, acelerar el mecanismo productivo, racionalizar la subida bursátil, consiguiendo que la inversión se desvíe y se encauce hacia actividades hasta ahora aún no experimentadas, incentivar el sector secundario, introducir cuñas en el pertinaz y sostenido paro juvenil, concienciar a los grupos sociales del desequilibrio que genera una economía no flotante y expresamente manifiesta, y además, sepa usted que…

-Pero señorita ,(porque deduje, automáticamente, que era joven y que estaba allí por designación digital, a pesar de su desenvolvimiento en el argot económico-social), ¡por Dios¡, si yo lo único que quiero es que me coloquen otra vez a mi NINA, la de las braguitas Ferrys , en las vallas que hay frente a mi terraza para poder contemplar ese desn….

-“Machista”, eso es lo que es usted, un “machista”. Fue lo único que oí antes del golpe que produjo en mi oído el ruido de colgar bruscamente el teléfono.


         No hay derecho. ¿Es que es tanto o tan difícil lo que pido?.

         Yo dije muchas veces a mis alumnos que, en mis tiempo de niño, tenía que haber habido en los confesionarios, psicólogos en vez de curas o frailes; y ahora, ya bastante maduro, no hago más que repetir y repetirme que lo ético es más digno que lo político, que lo estético es preferible a lo económico, que lo psíquico debe ir armónico con lo fisiológico. Es decir, que yo lo único que quiero es que repongan a NINA en sus vallas.

         ¿Cómo va a ser igual –díganme ustedes- estar viendo el cuerpo juguetón de NINA, sus insinuaciones, su inocente pero pícara mirada, su imantada postura, su saber estar ahí, que estar viendo esas enormes “cabezotas”? (¡Que se jod….la telefonista, ahora que no me oye).

         ¿No es más atractivo/atrayente el triunfo de la Estética que la representación teatrera de la Política?. ¿Cómo va a ser igual la suave curva de una cadera que la línea cerrada de una cabeza?. ¿Cómo comparar ese ombligo que se esconde, pícaro, entre circunvoluciones, hacia dentro, que esa nariz, horrorosa, adosada a una cara de plato?. ¿Cómo comparar ese cutis delicado con esa barba impenitente?. ¿Qué decir de esa silueta, que no sabes si empieza o termina, comparada con estas  deformadas circunferencias con orejas, medio calvas, o con verruga antiestética incluida?. ¿Cómo comparar a quien está ahí, mirándote, sonriéndote e invitándote, con quienes han sido colocados ahí para exigirte?. Cada vez que los veo parece que quieren cogerte por la solapa, ponerte boca abajo y zarandearte para que tu voto caiga de tu bolsillo a su bolsillo.

         Todos dicen que lo saben todo; que saben todos mis problemas y que saben las soluciones,  pero no me dejan preguntarle por qué no me los han solventado todavía, porque mis problemas siguen siendo los mismos de siempre.

         Uno de ellos se me hace más sospechoso, porque parece que acaba de descubrir la electricidad a dos colores (“anda-luz” y en medio la bombilla). Y el otro, ¿qué quieren que yo les diga?. Yo no soy de Jerez, además, en mi casa nadie tiene verrugas, al menos en la cara. ¡Ay, la estética¡.

         Pero, señores políticos, compréndanme, si yo lo único que quiero es que me vuelvan a poner a NINA en sus vallas-mi vivienda, porque prefiero las insinuaciones e invitaciones femeninas a castigar mis oídos con culebras palabreras, quiero disfrutar del tiempo permanentemente y no tener que sufrir el sarampión de las épocas de campaña.

         Pero, ¿por qué los políticos tienen complejo de ducha o bañera?. ¿Por qué se consideran necesarios? (y eso es un mal menor, lo malo es cuando se consideran imprescindibles, entonces…).

         Yo pertenezco a esa clase de hombres que quiere entrar a formar parte de la sociedad ideal, aquella en la que la política es innecesaria (¡joer, qué buena me ha salido la frasecilla¡).

         Yo, (la verdad sea dicha), los comprendo. Y comprendo que  ellos tengan que vivir de lo que saben, pero los demás también tenemos derecho a disfrutar de lo poco que nos queda.

         ¿Qué voy a hacer yo ahora con mi terraza… ¿Qué voy a hacer yo ahora cuando me despierte por las noches y ya no tenga motivación para levantarme (¡a mear, naturalmente¡). ¿Los haré a ellos responsables de mis desavenencias conyugales?. ¿Les imputaré a ellos el posible niño que venga por los ratos nocturnos de no tener que ir a la terraza?. Porque estos son mis problemas inmediatos. ¿Qué programa político puede solucionármelos?.

         Ahora recuerdo el primer día de la campaña oficial. Asistí, boquiabierto, a “La toma de las Farolas”. Por todas las calles aparecían docenas de jóvenes, con docenas de escaleras, encaramados en las farolas, colgando, no farolillos de feria, sino fotografías con cabezas enormes. Me preguntaba yo, ya entonces, si sus ideas se bambolearían tanto como sus retratos.

         Lo malo fue que, después de la “Toma de las Farolas” fue la “Toma de las Vallas” (¿o fue antes?). No creo que la aristocracia francesa sintiera un horror mayor en la “Toma de la Bastilla”.

         ¡Oh, Dios¡. ¿Desde cuándo está consentido que la palabra hiriente e insultante, la palabra malsonante, sustituya al susurro zalamero?. ¿Desde cuándo la vida se alimenta de ideas cuadradas o redondas y no se nutre de sentimientos suaves y duraderos?. ¿Desde cuándo el beso, la caricia y la flor han sido proscritos y sustituidos por el insulto soez y el cardo borriquero?...

         Hasta que no termine esta campaña seguiré sonámbulo por la casa, de allá para acá y de acá para allá, más despistado que Adán el Día de la Madre, pero… sin asomarme a la terraza. ¿Para qué voy a asomarme?, ¿para cabrearme?.

         Si ellos han desterrado a NINA de su domicilio-valla publicitaria, si han acabado con mi esponja nocturna, con mi musa terrestre, tendré que seguir perdiéndome por la Playa del Chanquete para recuperarla, si no como musa terrestre, sí, al menos, como sirena marina.

         Señores políticos, por favor. Si de verdad les preocupo, aunque sólo sea un poquito. Si mi voto es necesario para Andalucía. Si mi tierra depende sólo de mí. Si mi voto también cuenta, si mi problema es su problema, si….si….. ¡Olvídense de mí¡. Pero antes de que termine su aburrido y monótono espectáculo recojan las bambalinas y devuélvanme a NINA, porque no hay derecho… no hay derecho…… no hay derecho….

         Y todos vosotros, amigos, hacedme el favor de ser muy, pero que muy felices o, al menos, inténtenlo.

                   

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