Ya que “Dios ha muerto”, ¿por qué no somos nosotros, los
hombres, sus dignos sustitutos? Es el llamado Ateísmo Humanista, que no sólo
surgió en el XIX, es que ha crecido, estamos rodeados, imbuidos, lo respiramos
en nuestra vida cotidiana, como respiramos el aire.
La Iglesia, la Ciencia-técnica y la revolución industrial,
con todas sus secuelas sociales, lo parieron, lo alimentaron, creció y aquí
está, enseñoreándose. Nietzsche, Comte y Marx firman la fe de nacimiento.
Vivimos en un mundo secularizado. Ya no se ve a Dios entre
los pucheros; y las maravillas del mundo nos maravillan, pero “no proclaman la
gloria del Señor”, sino la de sus descubridores.
La perspectiva religiosa del mundo y de la existencia humana
ha perdido los papeles en la misma proporción en que los han ganado las
perspectivas científicas y técnicas.
Sobre todo ésta, la perspectiva tecnológica, el “saber hacer
técnico” origina en los hombres una mentalidad creadora que ha marginado al
mismísimo Creador.
Este Ateísmo Postcristiano sostiene que la ciencia y la
técnica han hecho de Dios una pieza “de más”, que sobra, que estorba, o, mejor,
que no hace falta en el nuevo puzle de teorías científicas, y que la Razón se
basta y se sobra para organizar la sociedad y solventar sus problemas. Ni Dios
ni el Papa tienen papel que desempeñar en el nuevo espectáculo. “No nos hace
falta la hipótesis Dios – dice el ateísmo humanista- para casi nada. Dios se ha
quedado en paro sin misión que realizar porque, a medida que pasa el tiempo,
los hombres vamos explicando más cosas y de una manera mejor”. El Papa ni
siquiera es invitado, aunque la jerarquía eclesiástica se empeñe en ser
guionista y director.
En cualquier momento del día podríamos ir a un Centro de
Salud, donde está el médico y a una iglesia, donde está el sacerdote, y
podríamos comprobar cuáles son los nuevos templos de los hombres.
Si se nos advierte por las Autoridades Sanitarias, que este
año, el virus de la gripe ha sufrido una mutación, que no es el mismo que el de
otros años y que las personas con tales enfermedades o con tal edad deben
vacunarse para evitar el peligro de complicaciones en su salud, acudiremos en
auxilio de la Razón, al Centro de Salud, antes que, o en lugar de, la Iglesia,
para pedirle a Dios que “aleje de mí este cáliz”. E iremos a la farmacia a
buscar la medicina antes que o en lugar de ir a la iglesia a rezar.
Nos fiamos, creemos, tenemos más confianza en la Razón Científica ,
que en la fe religiosa. Estamos obrando, sin ser conscientes de ello,
secularizadamente
Aunque el ateísmo duro va mucho más allá. Es más. El ateísmo
considera a Dios, no ya como un trasto inútil, sino que no existe, ni como
trasto, que no puede existir, que ha sido un invento interesado de un grupo
dominante.
“Dios – dicen- es un sinsentido. El Mal en el mundo y un Dios
Omnipotente y Padre, infinitamente bueno no pueden existir al mismo tiempo. Si
el Mal, entonces no Dios. Si Dios, entonces no el Mal. Es así que el Mal está
ahí, aquí, a mano, luego no Dios” (A. Camus. La peste).
Es más –dirá Marx- para que el hombre sea realmente hombre
debe no sólo olvidarse de Dios, sino negarlo. Yo no puedo ser auténticamente
yo, libre, creador, autónomo, dueño de mí mismo si Él está ahí, frente a mí,
sobre mí, infinito, omnitodo.
El mundo actual no es anticristiano, ha trascendido al
cristianismo. El mundo actual se está construyendo al margen del cristianismo.
Nuestra cultura actual está tintada, traspasada de ateísmo,
no antiteísmo. Es un humanismo sin Dios. Igualmente nuestra sociedad, es
postcristiana, aunque antes de llegar aquí fue/tuvo que ser post-eclesiástica.
(¡Por favor¡ No confundamos ni identifiquemos cristianismo
con jerarquía eclesiástica. Estaríamos condenados a no entender nada).
Si hubo un tiempo en que la Religión y la Iglesia lo invadían
todo (y ¡ay¡ de quien no permitiera la invasión) y luego, en un tiempo
posterior, prevalecieron sobre nuestras cabezas las Dos Espadas, Iglesia y
Estado, en los tiempos modernos el Estado se interesa por la Iglesia como puede interesarse por el idioma, la raza
o el sexo.
Esta primera secularización, entendida como separación
Iglesia – Estado ha dado paso a la 2ª secularización, que nos afecta más
directamente, la separación Religión – vida.
El hombre actual, tú y yo, sentimos la vida como mundana,
inmanente, de este mundo. Vivir ahora, aquí, así, cada vez mejor, sintiéndola
nuestra, disfrutándola, gastándola, no invirtiéndola para la vida eterna.
El demonio es un cuento chino interesado y el mundo y la
carne han dejado de ser enemigos del alma y se han convertido en amigos del
hombre, los invitados permanentes. No hay que despreciar sino, al revés,
apreciar, y mucho el goce, las cosas, el placer, los placeres.
La Iglesia sigue en sus cuarteles, anclada en el Antiguo
Régimen. Sus instituciones se han quedado varadas en la arena de la historia de
siglos atrás.
Cuando el mundo estaba siendo protagonista de revoluciones de
todo tipo, la Iglesia
continuaba con el freno echado o involucionaba pero siempre poniendo piedras en
la rueda del progreso. Se quedó atrás. Sigue atrás. En vez de evolucionar
re-accionó y sigue rea-accionando ante los avances tecnológicos. Se ha quedado
anacrónica. No parece que sea de nuestro tiempo, ni en su pensar, ni en su
obrar, ni en su manifestarse.
(La única excepción es este
nuevo Papa que se presenta como hombre comprensivo más que como super-hombre
“tocado” por Dios)
¿Cómo no pudo darse cuenta de que en las ciudades las
multitudes trabajadoras dejaron de vivir
y de habitar alrededor de la catedral y su olor a incienso y pasaron a vivir y
a estar alrededor de las chimeneas malolientes y humeantes de las fábricas, en
los barrios obreros?.
La distancia física fue fraguando el alejamiento religioso.
Ella seguía soñando y prometiendo un paraíso celestial y ellos, que estaban
viviendo en un infierno laboral y vital, sólo soñaban en un posible, aunque
fuera menguado, paraíso terrenal.
El mensaje del pasado no calaba en el presente; el presente
no se dejaba fecundar por el pasado. El desencuentro plantó su tienda. La
antigua unión, por amor o por temor, se rompió. Si había habido matrimonio éste
no había sido consumado. La separación y el divorcio era la salida menos
traumática. Entre dos que nada tienen en común ¿para qué seguir juntos?.
Los que se pusieron manos a la obra para intentar abortar o
al menos atenuar la injusticia reinante y creciente, fueron los que
consiguieron la mano de la chica.
El proletariado tomó conciencia de sí y de su atribulada vida
olvidándose de los que, a cambio de soportar esta vida, te prometían la vida
eterna. El estómago vacío y la ilusión desmedida hacen pocas migas.
El ateísmo no era antieclesiástico, miraba a otro lado. La
Iglesia sí que montaba campañas anti-ateas, con encíclicas y demás documentos
papales. Pero, ya, era demasiado tarde. La reconciliación era imposible. Ya lo
dice el refrán, “no hay mayor desprecio que el no hacer aprecio”, y la novia ya
no apreciaba al pretendiente.
Por el contrario, el estar constantemente hablando mal del
otro nuevo compañero, al que tú ves que no es malo ni tan malo como lo pintan,
porque estás conviviendo con él, lo estás convirtiendo en mito. El comunismo
ateo, como nueva ideología y luchando contra el infierno para crear un mundo
que fuera lo más parecido a un hogar para el hombre, se convirtió en mito. Y
los mitos son muy forzudos, además de atractivos.
El Concilio Vaticano II consiguió hacerse cargo del mundo tal
como era, hasta con su ateísmo, buscando a la persona, pero el Concilio fue la
flor de un día, duró lo que dura un fogonazo y el postconcilio convirtió en
desierto el proyecto de oasis como lugar de encuentro. Los nuevos cristianos
comprometidos son separados y/o vilipendiados y al mensaje de la Teología de la Liberación le han
apagado el micrófono y la han expulsado del local. Ellos, los que aún viven,
son la excepción que confirma la regla.
Hubo un tiempo, y lo recuerdo perfectamente en mi etapa de
estudiante, en que proliferaron los diálogos cristiano-marxistas y los famosos
curas obreros. Pronto pasaron a la historia. Hoy no son más que dos monólogos
vueltos de espalda. Uno habla de ciencia y verificación, de verdades
históricas; el otro de Revelación y Dogma, de verdades absolutas. El diálogo es
difícil, si no imposible.
El método científico no permite abordar el tema de Dios, Éste
no entra dentro de su campo de estudio, porque no se deja apresar en el punto
de partida. Nada hay de observable ni de experimentable en Él. Lo más que puede
haber es vivencia particular, y esto no es científico, no que no sea real y
maravilloso y extraordinario y… No que no exista Dios, es que no es científico
su tratamiento. PERO ¿quién es el insensato que dirá que sólo existe lo
científico y que sólo lo científico vale?. Ni el amor, ni la belleza, ni la
bondad, ni la solidaridad, ni la comprensión…. son científicos y su valor, si
lo calculáramos, sería incalculable, sumamente valioso.
¿Cómo hacer que Dios impregne y eche raíces en esta vida si
es que tiene que impregnarla y echar raíces en ella?. Ése es/tiene que ser el
reto de los cristianos.
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