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“Ha muerto” Rafael Azcona.
“Se ha muerto” mi vecina del 5º.
“Se me ha muerto” mi padre.
¡Ay¡, los pronombres.
Parece igual, pero no es lo mismo.
Los otros, siempre, “fenecen” o “se mueren”. Los míos “se me
mueren”, porque en esos “míos” hay algo de mí.
La co-existencia siempre es inferior a la amistad y a ésta
la supera, con creces, la con-vivencia.
Si “algo se muere en el alma cuando un amigo se va”,
“moribunda está mi alma ahora que mi padre no está”. No “algo” de ella, es “ella
misma”.
Desde
el mismo momento en que nacemos comenzamos a envejecer. Al día siguiente de
nacer somos un poco más viejos que el día anterior. Cada minuto que pasa
incrementamos nuestro “debe”, merman nuestros ahorros vitales, o, mejor,
biológicos. Uno envejece. Pero la
RAZÓN y la
VERDAD nunca envejecen, aunque, muchas veces, aparezcan
aletargadas, como dormidas, pero no están muertas. Es nuestra inexperiencia y
nuestra ignorancia la que nos dificulta traerlas, de nuevo, a la vida, como las
notas del arpa de Bécquer. Hay pocos Pacos de Lucía o Manolos Sanlúcar.
Todo
hombre, sea creyente, ateo o agnóstico, sea blando o sea duro, lo quiera o sin
quererlo, morirá. No sólo morirá, sabe que morirá y este saberlo es una ventaja
pero, también, conlleva angustia.
El
animal muere. Los hombres mueren, se mueren o se me mueren.
La
certeza de saber que se morirá y la ignorancia, el no saber, cuándo será, crea
un desasosiego que se incrusta en lo más hondo de nuestro ser.
Saber
por anticipado el hecho de morirse e ignorar la fecha del suceso hace que la
muerte siempre la llevemos en los bolsillos, como un peso o como unas alas,
como un deseo o como un temor, como liberación o como cadena, pero siempre como
un lastre.
A
todo hombre, ser temporal por excelencia, (porque sólo él sabe que lo es y lo
vive), con un comienzo, un desarrollo y un fin, le gustaría ser eterno.
¿Os
habéis dado cuenta que nacemos “enrollados” (la actitud fetal), que vivimos
“desenrollándonos”, “desarrollándonos” y que morimos “medio enrollados”?.
Nuestra
vida es un guión (“---“) que discurre
entre dos comas “ ,,”.
La vida es “ ,,,, -----
,,,,”.
El
deseo de no morir, de no desaparecer del todo, es lo que, consciente o
inconscientemente, busca todo hombre, tanto en el plano biológico (la
prolongación de su vida más allá de ella misma, en los hijos, en los nietos,….)
como en el plano cultural (dejar a toda la humanidad, en testamento, verdades
de las que él sea el autor o el descubridor, aunque nunca propietario), como en
el plano moral (dejar huella de hombre bueno en los que le rodean).
Maneras
distintas de querer ser eterno en lo efímero, de querer ser río no siendo
corriente. El hombre, limitado en el tiempo (“desde…..hasta….”) y limitado en
el espacio (aquí o allí, pero siempre en un solo sitio). Un ahora y un aquí,
limitado, pero descontento de/con su esencial limitación, que
quiere/desea/ansía/busca lo ilimitado.
El
hombre como ser absurdo, que busca ser lo que no puede ser, que quiere esencializarse
desesencializándose, que, siendo temporal, quiere ser eterno.
El
hombre como el agujero que quiere ser mayor que la mesa de la que es agujero.
Que quiere ser un agujero sin bordes, sin límites.
¿Os
imagináis un agujero sin bordes?, ¿un agujero en la tabla, más grande que la
tabla misma?. Pues eso es el hombre. Un ser absurdo. “Una pasión inútil” – que
diría el filósofo. Pasión/apasionado por llegar a ser como Dios. Inútil, por no
poder conseguirlo. La vida como una carrera a ninguna parte.
Deseo
íntimo y último de ser Dios, completo, lleno, sin huecos, sin vacíos, sumamente
perfecto, plenitud, completitud, al tiempo que sabe que él es hueco, agujero, y
que, a lo máximo que puede aspirar y conseguir es taparlo un poquito,
rellenarlo un poquito.
Este
hombre, que no es ni ángel ni bestia al 100%, pero que en su mano está agrandar
o empequeñecer el agujero humano. Es esta humanidad, a fin de cuentas, la que
le pedirá cuentas.
El
hombre, mortal por esencia, pero que ve la muerte como su verdugo. Como si
llegar al final de la novela fuera aniquilarla como novela y no como
culminación de la misma.
¿Deberíamos
ver a la muerte como la esposa con la que nacemos ya casados y de la que es
imposible divorciarse?.
“Muero
porque no muero” – que diría aquella recia castellana, de armas tomar.
¿”Bendita
sea la muerte o maldita la hora en que tenga que morirme”?.
¿Es
la muerte una esperanza o un contratiempo?, ¿Se la espera o uno se desespera
con sólo pensarla?.
¿Habrá
que racionalizarla para no temerla?. “Mientras yo esté, ella no está conmigo.
Cuando ella llegue, yo ya no estaré. ¿Por qué temerla si ella y yo somos
incompatibles? –que decía el filósofo. ¿Por qué preocuparse tanto por aquello
que a mí, como ser vivo, no me afecta, puesto que nunca podemos tutearnos?.
Pero
no corren buenos tiempos, ni para la lírica ni para la filosofía.
Aquí
y ahora, la erudición, los sabedores, (como dice Castilla del Pino) priman, han
desplazado a la sabiduría y a los sabios. La propaganda es tomada como
información y no es vista como deseo interesado, por algunos, en que germine en
mentes incautas. ¿Ya nadie se acuerda de Tierno Galván y su sentencia sobre las
promesas electorales?.
La
moda sustituye a la costumbre. Ser el primero es preferible a ser mejor, en lo
que sea. El aparentar prima sobre el ser. La Moral privada tapona la Ética universal. La
credulidad ha desplazado a la fe. Los nuevos dioses, temporales, relativos e
interesados, han apeado de la peana al Dios eterno y absoluto y a la Razón.
Hemos
convertido, hemos reducido, la sexualidad en sexo, y así andamos de “jodios”.
Todos
queriendo ser y creyéndonos levadura y siendo, sólo, hombres-masa, que diría el
filósofo. La rebelión de las masas. La cantidad prima sobre la calidad. “Como
somos mayoría, lo queremos de Almería” aunque sea mejor lo de Málaga o La Rioja.
Creemos
habitar en oasis y estamos colgados de espejismos.
Acostumbrados a dorar la píldora, a disimular, a silbar
mirando al cielo…
“Hoy
me ha “dao” por ser “honrao”, así que como para aguantarme.
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