A Colón le costó Dios y ayuda
para enrolar la tripulación necesaria para su primer viaje. Al final, consiguió
87 hombres (o algunos más) entre los que había cuatro condenados a muerte, a
los que se les había prometido la libertad, y un intérprete judío converso, que
sabía hebreo, caldeo, incluso árabe, pero que, como es natural, ni se estrenó.
Pero, en los viajes
siguientes ya no tuvo problemas para enrolar voluntarios, antes bien, se
produjeron colas y empujones, la gente se daba de bofetadas por ser elegida y
enrolarse.
¿Qué había despertado aquel
repentino entusiasmo?
¿El patriotismo? NO
¿El anhelo de evangelizar a
los pueblos de la hispanidad y convertirlos a la fe católica? NO
El estímulo fue menos noble y
desinteresado.
Las nuevas tierras
descubiertas no eran tan ricas como se pensaba pero había circulado el rumor de
que las mujeres indias “son de muy buen acatamiento, y son las mayores bellacas
y más deshonestas y libidinosas que se hayan visto en sitio alguno”
(Yo: así que, imaginaos una
sociedad, hambrienta y sexualmente reprimida, como la española, y deduciréis
qué tipo de gente fue la que se embarcó)
Unos años más tarde, cuando
el rebelde Roldán desertó de la primera colonia americana y se echó al monte,
el programa electoral que pergeña para atraer a la gente a su bando abunda en
la misma idea: “En lugar de azadones manejaréis tetas, en vez de trabajo,
cansancio y vigilias, tendréis placeres, abundancia y reposo”.
Es dudoso, por lo tanto, que
los primeros conquistadores fueran a América impulsados por el noble ideal de
ganar almas para la verdadera fe y tierras para el Rey de España, como la
historia de nuestra niñez y adolescencia nos hizo creer, repitiéndonoslo
machaconamente.
(Yo: O sea, que otra vez
Aristóteles tenía razón: “…..cosa es verdadera // el hombre por dos cosas
trabaja: la primera // por haber mantenencia; la otra cosa era// por haber
juntamiento con fembra placentera”)
(Extracto de “Historia de
España contada para escépticos”, de Juan Eslava Galán)
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