La desnutrición infantil al tiempo que su exposición a todo
tipo de enfermedades coexiste, en el tiempo y muchas veces en el espacio, con
la excesiva e insana alimentación y sus negativas consecuencias.
Nuestro mundo parece contradictorio. La suerte de nacer y
vivir aquí o allí. La lotería también geográfica, con un suelo y/o un subsuelo
preñado de riqueza.
Buscar e ir tras alimentos que no hay al tiempo que se
destruyen alimentos o se almacenan en grandes cantidades y que se pudrirán y/o
no se consumirán.
Incluso se premiará la improductividad de ciertos productos
con subvenciones que superan ampliamente la ayuda humanitaria al tercer mundo.
¿Premiar la improductividad, cuando podía producirse, para
que no se abarate el precio del producto total?
¿Cómo puede entenderse que millones de personas mueran,
anualmente, de hambre al tiempo que se producen cereales suficientes para
alimentar a una población tres veces superior a la actual?
Son corrupciones del progreso tanto la competencia sin
límites para ver quien puede producir más y más barato al tiempo que poder
vender más y a más alto precio acabando con los competidores y ostentando el
monopolio, del producto y del mercado, como la cantidad de necesidades no necesarias,
necesidades superfluas, que estamos creándonos o que con una hábil publicidad y
propaganda los interesados nos las crean, y que, una vez creada, la necesidad,
aunque sea superflua, debe ser satisfecha para ser calmada, como la destrucción
y esquilma de los productos naturales, contaminando el agua (que luego
tendremos que descontaminar) y el aire (que luego deberíamos descontaminar) y
por todo lo cual la atmósfera se resiente, el agujero de ozono se debilita y
crece, traspasándolo fácilmente los rayos ultravioletas a cuya exposición, con
peligro de muerte, estamos exponiéndonos o como la incomprensible conjunción de
despilfarro y de miseria, con enfermedad y muerte por demasiado y enfermedad y
muerte por demasiado poco.
¿Es que no es incomprensible que el consumo de cuatrocientos
niños etíopes equivalga al consumo de un solo niño estadounidense o que el
consumo de gasolina de Nueva York sea el equivalente al consumo total de la
misma de todo el continente africano?
Una minoría que vive disparada en el progreso y una gran
mayoría malviviendo en el retroceso. Siendo todos igual de hombres, igual de
personas.
¿En qué medida el progreso de los menos justifica el
retroceso de los más?
Hemos llegado a la luna al tiempo que se sigue explotando al
hombre por el hombre y los estados acaban anulando a los individuos,
convirtiéndolos en esclavos del sistema y desterrando la condición de
ciudadanos.
Votas, en nuestras democracias occidentales, un programa
electoral, confiando en que los que lo defienden van a ponerlo en práctica si
llegan al poder y, al conseguir éste, se creen liberados de sus compromisos
electorales y con derecho, legitimado, a cambiar su programa, impidiendo, aun
con medidas de fuerza, que protestes recordándoselo.
Hemos entendido el progreso como bienestar y a éste lo hemos
identificado con el dinero.
Ganar más, disponer de más dinero, tener una casa más
grande, un coche más potente, una tecnología más avanzada,…es el ideal para una
gran mayoría de los hombres.
Porque como “todo tiene su precio”, con ese dinero se
compran más y más cosas, que se consumen, que se usan, que se disfrutan,…
Nos hemos instalado en el mundo de las cosas, como si en
ellas residiera nuestra felicidad, olvidándonos de lo que realmente somos
nosotros mismos.
El mundo del “tener” nos tiene cogido por los hue…y hemos
renunciado al mundo del “ser”.
Ya no se trata de “ser mejor”, sino de “producir más,
consumir más” en una carrera frenética que va directamente al abismo humano.
Al “Teocentrismo” medieval le sucedió el “Antropocentrismo”
renacentista y moderno. Y como en este “Antropocentrismo” sacralizamos al único
Dios, a la “Diosa Razón” y le dimos carta abierta, ésta, poniendo en práctica
sus conocimientos teóricos, parió la “tecnología” que nos embarcó (y aquí
estamos) en el productivismo y en el consumismo, ahogados, asfixiados, por
ellos.
Y lo triste de todo esto es que todos quieren vivir en ese
productivismo y consumismo destructor y alienante.
Hoy, nuestro mundo occidental, es “objeto-centrista” y
asidos a las cosas están atrofiándosenos las alas para ascender hacia valores
superiores.
¡Pobres lo pobres, que no pueden, materialmente, asfixiarse
así!
¡Pobres los ancianos, que no pueden, cronológicamente,
seguir ahogándose durante tanto tiempo como ellos quisieran!
¡Pobres los enfermos que, pos su estado, tampoco pueden
“disfrutar” (¿) de esa asfixia!
¡Pobres los analfabetos, los débiles, los tarados, los….
¿Dónde nos ha llevado/está llevándonos la puesta en práctica
del lema ilustrado, el progreso indefinido, sin límites, como la meta ideal de
la humanidad por el camino de la nueva diosa, la Diosa Razón?
La Revolución Francesa soñaba con/como Kant: “La felicidad
humana y la paz perpetua entre los pueblos con la Razón como método”.
Y fueron muchos los que se lo creyeron y pusieron en ello
todo su esfuerzo.
La paz internacional vendría en/con/por los ferrocarriles,
la armonía social vendría de la mano de la electricidad, la uniformidad de
culturas y de religiones por el uso de los mismos adelantos tecnológicos.
Y todo salió al revés.
Y el siglo XX sería testigo
de los dos acontecimientos bélicos de sufrimiento colectivo que puso en
duda y/o desmintió todo el ideal ilustrado, toda la civilización europea.
¿Eso era el progreso, la muerte a miles, sin discriminar edades,
razas, religiones, nacionalidades,…?
Aquello fue una siembra indiscriminada de muerte. En todas
las familias hubo víctimas. ¿Por qué? Por nada.
Demasiados millones de muertos, de heridos, de mutilados, de
huérfanos,…
El cielo parecía haberse esfumado y la tierra era un
infierno.
Es verdad que gracias a la Ilustración salimos de la
ignorancia y comprendimos que el relámpago no era un arma de Júpiter sino una
descarga eléctrica, pero la Ilustración no fue capaz de domeñar y cambiar el
instinto asesino del hombre. No fue capaz de crear ese tipo de persona incapaz
de humillar, de violar, de degradar al prójimo, sino que puso en sus manos el
arma letal.
Europa y su progreso, gracias a la Ilustración, sembró la
tierra de muertos gracias a su progreso industrial.
Ambivalencia del progreso.
Y no sólo Europa, que seguiría con los Gulags, con
Bosnia,….y no para.
Porque si cogemos la Carta fundacional de EEUU y sus ideales
allí expresados….sin embargo nos lo encontramos como uno de los países más
violentos y azotados por el crimen.
Si nunca ha habido tantas ni tan buenas condiciones como hoy
para el bienestar ¿por qué está tan presente el malestar entre las personas y
entre los pueblos?
¿Qué es lo que falla? ¿Qué es lo que no funciona?
Si en 1.920 la semana laboral era de, al menos, setenta
horas laborables, apenas existía ni industria del ocio ni tiempo para ello,
cuando la esperanza de vida no pasaba de los cincuenta y cinco años, si no
había sistema de pensiones, si el que se ponía enfermo y no tenía ahorros para
curarse moría porque no existía la sanidad pública, y menos gratuita, si la
enseñanza era privada y religiosa y sólo disfrutaba de ella quien pudiera
pagársela, si el trabajo infantil no estaba prohibido, si….
¿Por qué si todo eso lo tenemos ahora, no por gracia de nadie sino como una
conquista social, hay tanta desesperación entre los hombres?
Parece como si la felicidad buscada, que estaría en todas
esas condiciones, la hemos ido perdiendo por el camino, a medida que íbamos
consiguiéndolas.
Uno, si no el más grande, de los mitos de la modernidad era
una ilusión montada sobre la confusión de dos procesos: el técnico, susceptible
de acumulación, y la felicidad de las personas, no acumulable, porque no está
en las acumulables cosas.
Nunca el reino de las cosas podía ser el reino de la
felicidad, y nos lo creímos.
Así nos fue y así está yéndonos. Desviviéndonos para vivir
en una vida de escaparate.
¿Somos más felices, disponiendo de más cosas, que los
antiguos, que de tantas cosas carecían?
El desarrollo industrial conviviendo con el subdesarrollo
afectivo y con los sacrificios demasiado elevados.
Nuestro pretendido bienestar, para el que jugábamos/jugamos
con las cartas marcadas, está produciéndonos malestar.
Si Occidente parecía no correr, sino volar, por la autopista
del desarrollo tecnológico, hacia la meta feliz, hemos tenido que pagar
demasiados peajes.
Y es que el desarrollo tecnológico y el desarrollo moral
parecen haberse enfrentados.
No somos mejores disponiendo de más tecnología.
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