Tanto el uso de “símbolos”, superior y distinto al uso de
“signos” y “señales”, cuyo significado es arbitrario y convencional, en que el
símbolo “f-u-e-g-o” representa esa realidad que echa humo, pero que sabríamos
qué es aunque no echase humo, y la técnica, no sólo “usar instrumentos”, algo
que también hacen muchos animales y que también lo haría el hombre
prehistórico, sino “construir”, “fabricar” (de aquí lo de “homo faber”)
instrumentos.
No intermediar una piedra entre la mano y la carne de un
animal de caza, sino “fabricar un instrumento, valiéndose de otro instrumento
que será el que entre en contacto con la carne a través de la mano”.
Ortega denomina a los animales como “atécnicos”.
La técnica viene requerida por la insuficiencia del
equipamiento biológico del que nacemos pertrechados. No es un lujo, es una
necesidad.
La técnica surge de ese desajuste entre las necesidades
humanas y lo que la naturaleza nos ofrece para poder satisfacerlas.
Técnica es dominio.
Así lo expresa Fernando Savater:
“la técnica
responde siempre a la vocación activa del hombre, a sus interesas vitales, a su
afán de producir, conseguir, acumular, conservar, controlar, resguardar,… o
agredir. Resumiendo, al afán constructivo o destructivo de dominio”.
Cuando el “logos”, sin dejar de ser teórico se aplica a la
práctica, cuando el pensamiento se pone en acción, surge la técnica. Ya
presente en nuestros antepasados prehistóricos y plasmado en arpones, hachas,
vestidos, abalorios… y posteriormente en cerámica, pinturas, esculturas,…
Siempre se presenta como una actividad no lúdica, sino
asociada a la vida y a la supervivencia de sí, de los suyos, de su tribu,…
Actividad asociada a las formas tradicionales de caza,
pesca, ganadería, agricultura, vivienda, desplazamiento, vestido,
ornamentación,…Algo común a todas las sociedades preindustriales.
El invento de la rueda como instrumento facilitador de
transportar sin tanto esfuerzo cargas pesadas será el principio de un mayor
desarrollo mecánico, porque tras ella aparece el carro, y el torno del
alfarero, y con ello una mayor división de los oficios y el auge de la técnica
artesanal.
El escaso progreso en las herramientas hace que el artesano
haya sido muy importante durante miles de años, pues tiene que suplir con su
maña y con su fuerza la limitación de la técnica de la que dispone.
La revolución industrial arranca en el siglo XVII, con base
en el carbón, muy superior a la madera de los bosques en calor, porque, hasta
entonces, las únicas formas de energía de que se disponían procedían del
aprovechamiento de las fuerzas que la naturaleza brindaba: aire, agua, animales
y su propia fuerza fisiológica, sus manos.
La revolución industrial surge cuando se es capaz de aplicar
el fuego al agua y aprovechar el vapor producido, fabricando la máquina de
vapor y consiguiendo algo extraordinario, transformar la energía calorífica en
mecánica.
La máquina de vapor, la primera y más elocuente expresión de
la técnica liberará al hombre del esfuerzo físico, dignificando su trabajo
aunque, también es verdad que le restó protagonismo, convirtiéndolo en sólo
vigilante, pasivo, del proceso de producción, como si el obrero fuese, a partir
de entonces, una pieza más de la maquinaria productiva.
En “La Decadencia de Occidente”, Oswald Spengler expresará
esa visión negativa, pesimista, del maquinismo.
Será ya en el siglo XX cuando tenga lugar la segunda
revolución industrial, sustituyendo el carbón por nuevos combustibles y otras
fuerzas de energía: Combustibles derivados del petróleo y energías: eólica,
hidráulica, solar y, sobre todo, la energía nuclear.
Las nuevas tecnologías consiguientes reducen aún más el
esfuerzo físico del trabajador pero requieren más conocimiento técnico para su
correcto manejo.
La consiguiente disminución de la jornada laboral,
produciendo más debido a la tecnología, más el aumento del poder adquisitivo
del trabajador van a dar origen a una cultura y a una tecnología del ocio y del
consumo, con sus efectos positivos, pero también muy preocupantes.
Mayores posibilidades de confort y de entretenimiento que
están supeditando la vida al mero consumo de novedades y distrayéndolo del
sosiego necesario para un mejor conocimiento de sí y un mayor conocimiento de
los otros.
La adhesión del hombre con el instrumento hace que veamos, a
diario, cómo la presencia de la persona está viéndose subordinada a la ausencia
real de otra (y sólo presencia virtual de la misma).
El diálogo cara a cara sustituido por el chateo con las
máquinas. Algo que podemos observar en cualquier momento y en cualquier sitio.
La técnica se convierte en tecnología cuando sus inventos
son impulsados, no tanto para vivir como por necesidades científicas. Y suele
ponerse el ejemplo del telescopio de Galileo.
Pero una vez que se inventa una máquina, ésta no queda a
merced de quien lo desee, porque el inventor la patenta, por lo que tendrá que
pagar por usarla.
En el siglo XX se han patentado el 90% de todos los
inventos, reconociendo la “propiedad intelectual” de los mismos.
Cuando estos inventos se aplican no a intereses
economicistas en primer lugar (aunque también) sino a erradicar el hambre, las
enfermedades, la pobreza, la muerte, la ignorancia… y a impulsar la cultura….
significan un extraordinario progreso para la humanidad.
Todos sabemos que los objetos son polivalentes. Aunque hayan
sido fabricados para un fin pueden ser usados para otros distintos. Y se pone
el ejemplo del cuchillo que tanto sirve para cortar pan como para matar a una
persona.
El progreso, pues, encierra siempre una paradoja o es
paradójico pues si, la energía atómica, por ejemplo, nos permite disfrutar de
una enorme cantidad de energía, también ha servido (por desgracia) para acabar
con muchas vidas humanas en pocos segundos, incluso para poder aniquilar toda
forma de vida en este nuestro planeta.
¡Qué bien lo expresa Miguel Delibes en “El mundo en la
agonía”¡:
“El verdadero
progresismo no estriba en un desarrollo ilimitado y competitivo, ni en fabricar
cada día más cosas, ni en inventar necesidades al hombre, ni en destruir la
naturaleza, ni en sostener a un tercio de la humanidad en el delirio del
despilfarro mientras los otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionar
la utilización de la técnica, facilitar el acceso a toda la humanidad de lo
necesario, revitalizar los valores humanos, hoy en crisis, y establecer las
relaciones hombre-naturaleza en un plano de concordia”.
La técnica siempre puede ser/debe ser algo positivo, de lo
que poder usar para bien de todos.
Lo preocupante no es la técnica en sí, sino su crecimiento
desmesurado, en cuya carrera tras él se agota uno y que, apenas llegas a lo
último y lo dominas, pasa a ser penúltimo, teniendo que abandonar lo último en
el que estabas para echar, de nuevo, a correr tras ese nuevo último, que pasará
a ser penúltimo apenas….
Esto es lo que debe ser/lo que es preocupante.
Y de los dos posibles y grandes perjudicados, la naturaleza
a la que se intenta, casi, esquilmarla y acabar con todos los recursos, y el
hombre, causa eficiente y final de dicha técnica, el más perjudicado es el
hombre.
Incluso más.
Ya no es que el hombre se desviva corriendo tras la última
novedad, para dominarla mejor, es que es la técnica misma la que acaba
dominándolo.
Un atasco de tráfico es un ejemplo de lo que estamos
diciendo. Dueños de nuestro coche y esclavos, en manos de un accidente múltiple
y la paralización en la carretera.
Pero es que en la constante y continua contaminación
ambiental y en el uso y/o mal uso del armamento nuclear, en éstos ya no hay
inocencia, sino responsabilidad y, en consecuencia, culpabilidad.
La tecnología, que es una de las formas de actuar el hombre,
como toda otra actividad humana, consciente, voluntaria y libre, debe quedar
expuesta a un examen moral.
Ya hemos señalado la ambivalencia o plurivalencia del
cuchillo que, a fin de cuentas, siempre debe estar empuñado por el hombre para
efectuar una acción, pero es que la tecnología en marcha queda fuera del alcance
del hombre en cuanto se aprieta ese botón que la pone en funcionamiento.
Piénsese en un escape nuclear, por desidia o inadecuado conocimiento, o en el
lanzamiento de una bomba atómica, con conciencia, voluntariedad y libertad.
En el ejercicio de la tecnología pueden respetarse los
Derechos Humanos, pero también pueden fragantemente violarse.
Fue el mismo Robert Oppenheimer, inventor de la bomba
atómica, el que tras Hiroshima y Nagasaki pronunció la sentencia: “los físicos
ya han conocido (ya saben lo que es) el pecado".
Ambivalencia: la cara que promete y la cara que amenaza.
Pero hoy, ahora mismo, además de la energía atómica estamos
asistiendo a esa otra última tecnología denominada “ingeniería genética”, con
la que es posible “cortar” y “pegar” fragmentos en la cadena de ADN, quizá con
buenas intenciones pero con posibles efectos no calculados.
El nacimiento por “fecundación in Vitro” está ya en nuestra
normalidad cultural y científica, aunque, tras la fecundación e implantación,
debe seguir su ciclo en el útero materno.
Pero llegará el día, muy posible, en que toda una nave esté
ocupada con “vitros en fecundación” que lleguen, por sí mismos, a término,
“produciendo” seres humanos como pueden producirse ladrillos.
“El mundo feliz” de Aldous Husley ya va dejando de ser una
novela utópica tecnológica, nada que ver ya, con aquella utopía tecnológica de
Bacon, “La Atlántida”.
Cada vez es más urgente pasar las nuevas actividades y
actuaciones humanas por el cedazo, por la criba, de la Ética.
No todo lo que técnicamente “puede hacerse” (Tecnología)
“debe hacerse” (Ética).
Más aún, Creo que siempre “debe” hacerse menos de lo que
técnicamente “puede” hacerse, aunque sólo sea “por si acaso” se le va de las
manos.
Los comités éticos, y no sólo consultivos, sino con poder
ejecutivo cada vez es más urgente su creación.
Los médicos y los investigadores, en general, deben ser
vigilados, en su actuación como tales, conociendo y controlando sus proyectos,
porque “pueden” ir más allá de lo éticamente posible y que, además, se le
pueden ir de las manos y ellos siempre tendrán una excusa del porqué no estaba
prevista dicha mala, aunque no absurda y posible, consecuencia.
Hemos aprendido a galopar. Estamos galopando a velocidades
endiabladas en el caballo tecnológico y va siendo hora de que dicho caballo sea
sometido al control extra-tecnológico, al examen ético.
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