Igualmente, desde muy pequeño, me enseñaron que el “trabajo”
era una de las consecuencias de haber desobedecido a Dios, allá en el Paraíso,
por lo que nuestros primeros padres fueron expulsados de él, uno no teniendo
más remedio que trabajar para sobrevivir y la otra pariendo con dolos a sus
hijos.
Luego, uno se entera que la mula no pare porque es un animal
híbrido y que el trabajo, para “ganarse el pan con el sudor de la frente” (y no
con el de en frente, como sentencian los vagos y espabilados) es porque nacemos
desnudos y hambrientos. Y mientras seguimos siendo unos “seres inútiles que no
valemos para nada y que todo nos lo tienen que suministrar nuestros padres
(ropa, comida, casa,…) pero que cuando ya podemos hacerlo por nosotros mismos
no tenemos más remedio que hacerlo si no queremos morir de hambre, de sed, de
frío,…
Es decir, el trabajo tampoco es por una maldición divina,
sino por una necesidad dada nuestra naturaleza biológica, que necesita
carburante para reptar o andar o volar por la vida.
De la maldición a la mujer, de “parir con dolor”, pocas son
las que no usan la epidural o la cesárea, pero si desean cumplir el mandato
divino no seré yo quien se oponga. Pero siempre he defendido que el dolor todo
lo vuelve sospechoso, que soportarlo voluntariamente es antihumano, y que sólo
es un síntoma para que los médicos averigüen de dónde proviene y que lo
solucionen.
Poco a poco, y a lo largo de la historia, el hombre,
poniendo en funcionamiento la imaginación y la razón ha procurado, y
conseguido, si no anular, sí minimizar el esfuerzo físico que todo trabajo supone,
con la invención de la técnica y, actualmente, la tecnología.
Nuestro déficit biológico lo hemos, y en ello estamos,
compensado con nuestro superávit racional.
El trabajo físico de toda la vida hemos conseguido
minimizarlo con el instrumental técnico.
Quien esto escribe, nacido y criado en el campo de mi
Salamanca, fue testigo sufriente de encalar la simiente, traspalear el muladar,
estercar, sembrar, tapar, abonar, aricar, escardar, segar, acarrear, extender
el bálago, trillar, tornar, cambizar, barrer, aventar, ensacar, subir al
sobrado,…
Toda esa labor hoy la hace mi cuñado desde el volante de un
tractor y de una cosechadora, con aire acondicionado, música de ambiente y
nevera al lado.
El hombre nunca podrá espantar y deshacerse del trabajo,
pero será un trabajo menos agotador. Siempre serán necesarios los hombres para
diseñar y fabricar esas máquinas, para controlar su funcionamiento, para
repararlas,… pero será en un despacho o en una nave, con aire acondicionado, y
no a campo descubierto y a merced de las inclemencias del tiempo.
Trabajo sí, pero distinto tipo de trabajo.
Y si uno es capaz de trabajar en lo que, realmente, le
gusta, si puede desarrollar su vocación en ese tipo de trabajo, su realización
como hombre irá consumándose.
Pero el trabajo no sólo tiene un fin inmediato e individual.
Los grandes fines del trabajo son la mejora del mundo, de las condiciones de
vida y del hombre mismo, tanto a nivel individual como a nivel específico.
Estos fines engloban varias dimensiones.
Una dimensión objetiva del trabajo como es la producción de
bienes y recursos.
Una dimensión subjetiva, como es la realización y
perfeccionamiento personal.
Una dimensión ecológica, como es la transformación del
medio.
Una dimensión social como lo es la configuración de la
sociedad en que dicho trabajo se desarrolla.
Y una dimensión económica.
El valor del trabajo viene dado por su rendimiento objetivo,
por su cantidad y cualidad, que puede ser tanto la cosecha de trigo como la
superación de un examen, más y mejor trigo, una nota superior.
Si el producto fuera deficiente, por causa propia (haber
sembrado mala simiente o no haber estudiado y suspendido) poco es su valor
porque no cumple su fin.
Y, peor aún es si el producto del trabajo a nadie le gusta y
no hay demanda del mismo.
Un producto bien hecho es beneficioso para la sociedad y
para el trabajador mismo, ya que revierte sobre él.
Trabajar bien es contribuir al progreso social, pues supone
la mejora de las condiciones de vida de los usuarios y de uno mismo.
Trabajar mal, por lo tanto, es una conducta antisocial.
Estudiar y prepararse profesionalmente, pues, no es sólo un
derecho individual, es, también, una obligación social.
Al ser el trabajo la mejor contribución personal al bien de
la sociedad ésta tiene derecho a exigir de sus miembros una mejor cualificación
laboral que asegure un ejercicio profesional competente.
Pero tan importante como esa dimensión objetiva del trabajo (buenos
productos y beneficio empresarial) es su dimensión subjetiva, ya que el trabajo
supone una especie de comunicación inteligente del hombre con las cosas y el
mundo, donde imprime como un sello de su creatividad y personalidad.
El producto es una objetivación de la subjetividad. El
trabajar sólo por cobrar un salario, no puede ser igual que, cobrando el
salario, el trabajador se sienta creador del producto, objetivándose en él.
Sentir que lo creado es el fruto de su esfuerzo creativo.
Ni que decir tiene afirmar que el trabajo es una de las
mejores contribuciones a la familia y a la sociedad.
Alivia saber que el esfuerzo que el trabajo supone es un
gran servicio a los demás. Desarrolla sus capacidades al tiempo que beneficia a
los demás y favorece la convivencia.
El trabajador no sólo es, sino que es más que un simple
obrero, es más que una mano de obra, más que una fuente de beneficios. Es él,
una persona que, además, trabaja y su trabajo repercute positivamente sobre él,
sobre los suyos y sobre la sociedad entera.
El que en su trabajo pone su libertad, su esfuerzo y su
inteligencia (su propia persona) tiene derecho a que su tarea sea reconocida
con justicia.
Cuidar que las condiciones del trabajo y del trabajador sean
las óptimas, favorece a todos.
El horario laboral, la seguridad e higiene en el trabajo, el
tipo de esfuerzo ejercido, la remuneración justa,…
El trabajador utilizado sólo como medio productivo de
beneficios y el trabajo como medio sólo para ganar más y medrar superando a los
otros en prestigio, en dinero, en poder, degrada tanto al empresario empleador
como al trabajador mismo.
La convivencia se deteriora al ver al empleador como un
simple chupasangre y a los compañeros como enemigos a los que hay que vencer y
aventajar a toda costa. Los otros son obstáculos para mí.
Nadie debe aspirar a realizarse en el herbajo a costa de los
otros.
La persona se realiza en el trabajo cuando lo ve como un
servicio a los demás, como un medio para cubrir las necesidades personales,
familiares y sociales, cuando enriquece la convivencia, porque es fuente de
concordia.
Cualquier trabajo, por modesto que sea, tiene una dimensión
social intrínseca.
En nuestra sociedad actual, tecnológica por excelencia, es
necesaria la constante puesta al día, la adaptabilidad a las nuevas
posibilidades que brindan las nuevas tecnologías.
Sobran todos los “peones camineros” y son necesarios los
capaces de manejar la pala excavadora.
En nuestra sociedad actual, el “mismo trabajo, para toda la
vida, en la misma empresa” está haciéndose imposible.
El trabajo temporal, la ocupación a tiempo parcial, la
flexibilidad laboral,… es algo con lo que, a diario, nos desayunamos.
Mientras el trabajo a tiempo parcial, con menor salario,
puede ser compensado psicológicamente con un mayor tiempo familiar, el trabajo
temporal, por su precariedad, genera ansiedad, incertidumbre ante el futuro,
desilusión en su formación,… y pasar a engrosas las listas del paro, hoy tan
frecuente, por desgracia, crea hasta problemas familiares.
El autoservicio en una gasolinera, incluso el autopago en la
caja de Carrefour, así como la televenta, el telebanco, el teletrabajo,… son
las nuevas adaptaciones al entorno, pero sin infravalorar ciertos trabajos.
El trabajo inestable e incierto es el pan de cada día, con
la baja autoestima del trabajador, el abuso jerárquico,…
¿El ideal?: un trabajo estable, dignamente remunerado,
integrador de los trabajadores en un proyecto común, con participación de los
trabajadores en la gestión, en los resultados y en los beneficios, con
comunicación fluida, formación permanente, con iniciativa y creatividad, con
responsabilidad personal y corporativa.
Incorporar estos valores al trabajo es defender tanto la
igualdad de oportunidades como la libertad y la solidaridad.
La crisis de capitalismo puro y duro debería servirnos para
redefinir nuestro modelo económico, acorde con los nuevos valores arriba
mencionados, muy diferentes al mero rendimiento económico.
El hombre, al realizarse en su trabajo, está, también,
intentando ocupar el lugar que merece en la vida social.
Su tarea no puede ser sólo servil, exclusivamente económica,
de mera subsistencia.
Al especializarse y dominar perfectamente una actividad, su
profesionalidad, representa una tarea socializadora por experiencia.
Contra la historia, ya no es la sangre, la raza, el
nacimiento, el gremio, la clase social,… quienes colocan a los hombres en la
sociedad en un puesto determinado, sino que es/debe ser la profesionalidad.
Nunca como hoy ha tenido el trabajo un papel tan
socializador.
Y todo ello presupone una cultura que respeta la igualdad de
oportunidades y la libre iniciativa, apoyándose en la responsabilidad personal.
La actividad laboral, que exige esfuerzo y constancia,
inteligencia teórica y práctica, lealtad y solidaridad,…es, también, una tarea
esencialmente ética, al dar lugar a la consecución responsable de esas
cualidades, y a los derechos y deberes anejos a ella.
Si en su aplicación social la Ética es el arte de optimizar
la convivencia humana, en su concreción laboral la Ética es el mejor modo de
enfocar las relaciones laborales, especialmente las que se establecen entre el
capital y el trabajo.
La empresa, la actividad empresarial busca el rendimiento
económico por medio de un sistema de trabajo basado en la responsabilidad, la
iniciativa y la eficacia.
Cuando se dan estos requisitos, la empresa se convierte en
una fuente de riqueza, no sólo económica, también social, pues enriquece
humanamente a las personas que la integran y al entorno del que forma parte.
El problema está en que una cosa son los deseos, ideales, y
otra muy distinta la realidad “real”.
Pero es un ideal al que hay que tender.
Quizá por eso, está tan de moda, hoy, día la “ética
empresarial”, porque las posibilidades positivas y negativas son mayores que
nunca.
Pero si el empresario valora más el producto que al
productor, los beneficios que las personas,….. el deterioro social y humano
seguirá avanzando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario